Graciela Fernández es la titular de la Fundación Contener, conformada por papás cuyos hijos tienen diferentes discapacidades. Juntos, crearon un espacio que recibe a los chicos para que aprendan diferentes oficios y puedan valerse por sí mismos cotidianamente.
La visión a futuro se vuelve más presente en la vida diaria cuando uno se convierte en padre. El interrogante sobre qué será de la vida de los hijos pasa entonces a formar parte del análisis en casi cualquier decisión familiar.
En el caso de los papás cuyos niños tienen alguna discapacidad, los signos de pregunta cobran carácter de urgencia, sobre todo a la hora de pensar en el momento en que ellos ya no estén.
Un pequeño grupo que compartía esta realidad, decidió hace cuatro años dejar de preocuparse y, en definitiva, ocuparse. Así nació la Fundación Contener, que trabaja y recibe a chicos que ya terminaron la etapa escolar, para brindarles las herramientas que les permitan valerse en lo cotidiano, pese a las dificultades que se les puedan presentar. Graciela Fernández es la titular de la entidad y recibió a Día a Día en el amplio predio de barrio Villa Belgrano donde enseñan huerta, cocina, baile y teatro, entre otras actividades.
Todo a pulmón, casi sin aportes externos y con la necesidad de contar con más recursos.
–¿Cómo nace la fundación?
–Por impulso de un grupo de padres que tenemos hijos con discapacidades intelectuales de leves a moderadas. Necesitábamos buscarles un espacio, un lugar para que ellos pudieran desarrollarse una vez terminado el colegio.
Nos preocupaba el tema de la integración social de nuestros chicos y jóvenes, que se perdía un poco sobre todo después de finalizada esa etapa donde los amigos se van diluyendo. Para eso, estamos haciendo distintos tipos de talleres de formación laboral y culturales.
–¿Qué les enseñan?
–Tenemos talleres de huerta y plantas aromáticas: están aprendiendo cómo se trabaja la tierra, cuáles son las plantas que hay que sembrar en las distintas temporadas del año, cómo se desarrolla todo el sistema productivo, y todo lo que recolectan ellos después lo venden.
Se dicta un taller de gastronomía, donde preparan prepizzas, panes árabes, milanesas, tartas, brochettes, y todo eso también se vende. Sacando los costos de los ingredientes, el resto de lo obtenido es para ellos, y a fin de mes se les reparte en forma equitativa.
–¿El objetivo es lograr la autogestión?
–Por supuesto, porque la vida no se les termina a los 18 años, ellos pueden seguir dando. Si uno empieza a contar anécdotas de las cosas que logran, mucha gente se sorprendería. Claro, les cuesta la suma, la resta, interpretar un texto, pero si se les da las herramientas y se les sabe explicar, son capaces de conseguir muchas cosas.
Creemos que hay que brindarles esa posibilidad. Hay chicos que cursan carreras terciarias y están fascinados: se preocupan, se juntan, estudian, buscan información. Por supuesto que no todos están en condiciones de llegar a eso, pero a lo mejor les gusta más bailar y de esa manera se expresan.
Hace poco hubo un encuentro en el CPC Monseñor Pablo Cabrera donde bailaron nuestros chicos y la gente los aplaudió a rabiar: dieron todo de sí.
–¿Qué dificultades sufren los chicos y jóvenes que asisten?
–Es amplio, hay algunos chicos con Síndrome de Down, otros con retraso madurativo, chicos que tienen el Síndrome de X Frágil, del cual se sabe muy poco y una de sus características es el retraso mental.
–¿Realizan viajes?
–Todos los años los chicos hacen un viaje de vacaciones. El primero fue a Bariloche, después se fueron a Chapadmalal, también a Las Rabonas. Siempre salen una semana de vacaciones con sus amigos, y van con tres o cuatro profesores según la cantidad de chicos que viajen. Nosotros únicamente los llevamos a la Terminal de Ómnibus y desde allí parten. Consideramos que es muy importante que puedan compartir las vacaciones sin los padres. Padres, afuera.
A pulmón
Un grupo de chicos y la profe arman una coreo al ritmo movedizo de Ricky Martin, disfrutando además de la sombra y un césped bien verde, mientras al fondo se alcanza a ver la huerta y el invernadero.
El predio donde desarrollan las actividades es alquilado, y si bien reconocen que el costo es bajo para la zona y la superficie que ocupan, no es menos cierto que sin otros aportes se hace difícil.
“La sede legal de la fundación está en barrio Alejandro Centeno, y ésta de Villa Belgrano es la sede social. En algunas ocasiones hemos recibido ayuda de empresas, pero siempre sumas únicas y no muy grandes.
Somos los papás los que con un aporte mínimo estamos bancando una fundación que está abierta a todo aquel que le pase algo similar con su hijo”, dice Graciela.
Y aclara: “Hay que recalcar que la discapacidades intelectuales son muy diversas y no todos los chicos están en condiciones de formar parte de un grupo. Pero para determinar eso contamos con un gabinete de profesionales que nos dice si el chico puede o no estar con el resto, o si no está en condiciones de desarrollar algunas de las tareas y sí en cambio otras.
Hay algunos que no pueden participar de los talleres laborales pero sí de los sociales; en ese caso, bienvenidos sean porque eso les hace bien”.
–¿Con cuántos chicos están trabajando actualmente?
–Aproximadamente con 25, en los talleres de huerta, de chocolate y de gastronomía; y en los culturales de baile, teatro, comedia musical y dibujo y pintura. Este año hicieron una exposición en la Legislatura: por supuesto que no van a ver un Picasso, pero lo que ellos dan es muy importante: esos trabajos tienen la esencia de los chicos.
–¿Cómo puede ayudar la gente?
–Siempre será bienvenido el aporte de personas o empresas que quieran colaborar con lo que hacemos, pero si hay una cosa en la que nosotros tratamos de tener mucho cuidado es en la transparencia.
Por eso creemos que la mejor forma de hacerlo es con un depósito en una entidad bancaria. Nosotros tenemos una cuenta corriente en el Banco Macro a nombre de la fundación, y todo aquel que quiera puede hacer un aporte allí.
–Hay padres que por temor mantienen a los chicos en una especie de burbuja. ¿Qué les diría?
–Que les generen espacio, que es cuestión de darles alas para que vuelen nomás. Es difícil, es cierto, a todos los papás nos ha pasado, pero tenemos que confiar porque insisto: ellos pueden. Uno se queda asombrado con todas las cosas que estos chicos son capaces de hacer.
Vivienda tuneada
“Es un proyecto único en Latinoamérica, lo hemos visto en España y en Canadá. El objetivo es construir un lugar donde nuestros hijos puedan autogestionarse y vivir solos.
Por supuesto, siempre con una persona que los va a acompañar y que va a poder responderles o solucionarles problemas que no puedan resolver ellos. Ellos cocinarán, harán sus compras, limpiarán su habitación, los lugares comunes, se lavarán la ropa, en fin, el objetivo es que no sean asistidos por empleados a la manera de un hogar, sino que ellos se manejen solos, porque pueden hacerlo.
No se trata de un espacio donde se deposita a una persona y nada más. Subestimamos tanto a estos chicos que no los dejamos hacer ciertas cosas. Insisto: ellos pueden movilizarse, pueden viajar en colectivo, pueden vender, sólo necesitan supervisión. Una familia que tiene dos hijos con discapacidad donó un terreno en Anisacate y ese es un gran primer paso.
En algún momento queremos comenzar a construir”, detalla Graciela.
Cómo ayudar
Las líneas telefónicas de contacto son el (03543) 421-909 y el (0351) 153-513944.
En FBK están como Fundación Contener Córdoba. Ahí podés ver sus actividades.
Para escribirles, podés mandarles un mail a fundacioncontenercordoba@gmail.com
Fuente: Día a Día
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