TIENEN 16 O 17 AÑOS Y PELEAN A FAVOR DE KHADAFI CONTRA LAS FUERZAS REBELDES
Las semanas de bombardeo de la OTAN le costaron incontables bajas humanas al régimen, que no logró reemplazar con soldados regulares. También hay adolescentes en las tropas opositor
La ráfaga lo levantó por los aires y casi muere del insoportable dolor que sintió en su pierna. En medio del humo y las llamas, Murad Ali Mohamed pensó que moriría si no encontraba un lugar donde guarecerse. Mientras se arrastró hasta detrás de una pared, una ráfaga de balas de plomo encontró su brazo levantado antes que su cara, intuitivamente protegida con él. El adolescente de 16 años recuperó la conciencia y se descubrió en una habitación de hospital, custodiado por un guardia y su rifle Kalashnikov. Era un prisionero de guerra; le habían amputado la pierna dolorida y enyesado hasta el codo el brazo herido. Murad Ali es uno más de tantos soldados jóvenes que son capturados o asesinados por los rebeldes.
En Misrata, quienes luchan por el fin del gobierno de Muammar Khadafi resistieron los embates de las tropas oficiales, en batallas que se cobraron la vida de 16 personas. Menos éxito tuvieron en Ajdabiya, donde comenzaron a replegarse hacia el este ante disparos de artillería pesada de las fuerzas de Khadafi.
Las semanas de bombardeos de Occidente han costado incontables bajas humanas que las fuerzas del dictador libio no lograron reemplazar con soldados regulares. Pero también los hay jóvenes en las tropas revolucionarias: púberes que llegaron a la línea de combate desarmados y que están a punto de ver cómo su gran aventura se transforma en aterradora violencia.
Murad Ali fue herido en Misrata, el campo de batalla más peligroso en esta guerra civil. En un hospital cercano, Abdurrahman Abu Salem, otro cautivo de 17 años, sufre de heridas en el pecho. Yusuf Ahmed Hassin, de 16 años, es enterrado en el cementerio local: murió tras recibir un disparo en la cabeza durante una batalla, hace dos semanas. Su tumba está a escasos metros de distancia de las de Tamir Jassem Zubi y Mohammed bin Walaf, luchadores rebeldes de 16 años.
Las historias de vida de Murad Ali y de Abdurrahman pueden ser diferentes, pero ambas permiten vislumbrar la fotografía de sus vidas en el momento en el que se vieron frente a la necesidad de apresurarse hacia la lucha para apoyar operaciones de una importancia crítica.
A fines de febrero, Murad Ali dejó a su numerosa familia –son ocho– en una villa al este de Trípoli. Supuestamente estaría sólo dos semanas en un campo de entrenamiento militar de la armada en la ciudad de Jazan, cuando las rebeliones inundaron todo el país. «No sabíamos qué estaba pasando. No podías ver televisión o escuchar la radio. Todos tenían más o menos mi edad», recuerda el adolescente. «Hacía diez días que estábamos entrenándonos cuando nos ordenaron venir a Misrata. Nos dijeron que llegarían muchos refuerzos», continuó. Hace diez días, el chico fue enviado a la línea de combate ubicada frente al puerto, que cayó en un tremendo ataque rebelde. «Estaba en un camión que fue alcanzado por las balas y se prendió fuego. Tres de los soldados que estaban conmigo murieron y el oficial a cargo escapó. Ahí fue cuando me hirieron. Yo no quería estar en Misrata», acotó.
Abdurrahman estudiaba electrónica en un colegio militar cuando estalló la revolución. «Mi trabajo en la armada hubiera sido la instalación del sistema de comunicaciones. No sé luchar», reconoció. Sin embargo, recibió la orden de unirse al batallón número 32, dirigido por uno de los hijos de Khadafi. Tras recibir varias lesiones, fue desplazado a Sirte. «Luego me dijeron: ‘Misrata te quiere’. Nunca había estado aquí y no entendía qué pasaba. La batalla fue terrible. Un oficial nos abandonó. De repente, uno de los nuestros me disparó en el pecho. … Hace mucho tiempo que no veo a mi familia. Los extraño demasiado», concluyó.
Al contrario de los dos soldados, Amir al Queresi esperó con ansias el momento para adentrarse en la batalla. Con sólo 17 años, se considera un veterano de guerra, tras haber estado intercambiando disparos con el enemigo durante seis semanas. «Misrata es mi hogar y tengo que defenderlo», aseguró.
* De The Independent de Gran Bretaña.
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