La edición 2016 de Cosquín Rock comenzó al palo. La primera jornada tuvo un programa variado y con matices, y el clima no entorpeció la puesta a punto.
La tormenta despiadada del viernes no pudo con el instinto de supervivencia de Cosquín Rock, que el sábado a la siesta y en el aeródromo de Santa María de Punilla comenzó su edición 2016 sin necesidad señal de ajuste y con su paquidérmica producción sin sobresaltos.
Eso del predio para adentro, claro, porque del otro lado de las sogas que delimitan su superficie el espectador promedio padeció el caos vehicular para llegar.
Efectivamente, una vez en la gramilla húmeda de este inabarcable rock & roll circus, la programación de lo que también se conoce como el “mito de las sierras” no dio respiro en cuanto a diversidad ya desde el minuto cero, con un sol asesino como marco.
Como para dejar en claro que todo marchaba sobre ruedas, a las 15.25 subió al escenario principal un cuarteto de blues & roll fuera de programa, con José Palazzo en el bajo. Tal cual, el organizador del evento testeó el sonido junto a los hermanos Cabré, que habitualmente ofician de stage managers, y así dio una prueba más del seguimiento personalísimo que le hace a su criatura, cuya génesis y crecimiento se narraron en una carpa mediante el estreno del documental de Francisco Mostaza.
Culminado ese breve momento, subió a escena Otro Mambo, banda enmarcada en ese folk fiestero y cuidadosamente desaliñado tan en boga desde que Onda Vaga la pegó. El horario, las 15.30, casi el mismo en el que los cordobeses Géminis ofrecían en el hangar lateral su valioso hit Cada segundo, mientras el hormigueo popular se acrecentaba por razones varias: garantizarse una entrada para el espacio Geiser, de capacidad limitada, donde Catupecu Machu reestrenaría su espectáculo Madera microchip; la necesidad de armar un recorrido personal en función del line up dispuesto en el centro del predio; curiosear cada espacio del evento, sea carpa, tinglado o la estructura faraónica aproximada al principal que es el escenario temático, donde ayer se dio cita una comunidad heavy con el corazón partido.
¿Corazón partido? Y sí, porque así como en el tablado ahora patrocinado por el gigante Spotify estaban programados los enfrentados a Ricardo Iorio (Malón, fundamentalmente), el cimarrón heavy hizo rancho aparte en el principal para actualizar el cancionero de Almafuerte. Tras robarle la mayoría de la audiencia a Lethal, Almafuerte entregó versiones de Del más allá (para los fallecidos Carlos García López y Pappo), Convite rutero, Sentir indiano (“ya que los indios no están en el Himno”), Trillando la fina y Patria al hombro. En eso consistió, básicamente, lo que Iorio llamó “sainete nacionalista”.
Este es el aguante
Como testimonio de que Cosquín Rock resiste con aguante la prueba de la diversidad, basta el dato duro de que la estampida de corte justicialista de Almafuerte llegó tras la seguidilla de Los Pericos (buenas versiones de Boulevard,Complicado y aturdido y Pupilas lejanas) y The Wailers (comenzaron su set con una bella alusión a Norwegian wood, de los Beatles), cuyas actuaciones se dieron en el marco de un supuesto Bob Marley Day.
Antes, los rosarinos Indios ofrecieron un breve pero convincente set, que si bien no logró consagrarlos como la gran nueva cosa del rock de guitarras, contó con nuevas composiciones que sugieren un segundo disco que complejiza la variante hitera de su debut. Claro, tocaron su radioamigable balada Ya pasó.
La nota política de la jornada la puso Las Manos de Filippi, que así como le bajó el copete ya desde el tema de apertura al fulgor progresista de Cristina de Kirchner, adaptó con naturalidad la proclama “hay que matar al presidente”, haciendo foco en el actual titular del Ejecutivo, Mauricio Macri. Cabra, cantante del grupo disconformista que cada vez suena mejor, agradeció a José Palazzo por la oportunidad de tocar en Cosquín Rock, al que consideró “una vidriera importante para poder trabajar como músico el resto del año”.
Por entonces, el sol aún no mermaba y personal de la Agencia Joven del Gobierno provincial regalaba botellitas de agua, una alternativa más que valida a la cerveza a $90.
Hidratarse era indispensable si se quería chequear qué pasaba en la otra punta del predio y sorprenderse, por ejemplo, con Cállate Mark, el grupo de Florián Fernández Capello, el hijo de Vicentico, que tiene mucha incontenible rabia posadolescente. Entre ráfagas postpunk, Florián y sus compañeros entregaron en el Geiser una memorable versión de El ojo blindado, de Sumo.
Sin plaga de mosquitos ni sobresaltos de ninguna índole, entre los artistas programados en el principal se ofrecían actos de diversa índole, tales como grúas agitando actrices de Fuerza Bruta, a estas alturas un clásico del festival, o solos de batería (del Niño Vilanova, de Carajo, en primer término) para reforzar el concepto de nuevo logo de Rocambole.
Tendiendo al final, Salta La Banca clavó al ángulo el concepto que habían dejando picando Las Manos de Filippi: al cierre de su show y con modos de big band explosiva, invitaron a Cabra y Pecho para que se sumen a la interpretación de El relato, tema que llegó tras la frase: “Mauricio era lo peor que nos podía pasar, pero Daniel tampoco era un santo”.
El comodín antes de los números de cierre fue Kapanga, quien se mostró en todas su facetas (anarco tropical, retro kitsch) en el medio de un show que tuvo altos momentos de stand up y en el que se rindió homenaje al remisero histórico del grupo con uns versión de Gauchito Gil.
Cerca de la medianoche, con breve llovizna, la multitud calculada en 25 mil personas (según los organizadores) se encontró con La Beriso y Ciro y Los Persas, los teloneros que los Stones tendrán en la serie de conciertos que comienza hoy en La Plata, además de los artistas más esperados de esta apertura que se extendió hasta la madrugada. En un listado de 14 temas, los de Rolo filtraron una versión del Sobreviviendo de Víctor Heredia, mientras que el exlíder de Los Piojos hizo gala de sus hits solistas (cuenta con mayor cantidad de creaciones con impacto radiofónico que Indio Solari, de hecho) como así también de himnos de ayer nomás como Tan solo, Desde lejos no se ve (ambos junto a Micky Rodríguez), Taxi boy, Ruleta yComo Alí. En fin, diferentes niveles de aproximación al espíritu de Sus Majestades Satánicas.
Lo bueno y lo malo
A favor
La organización. Lo aceitado de la apertura. Pese a los contratiempos climáticos de la previa, fluyó con naturalidad, respetando los horarios y ofreciendo lo prometido.
Cállate Mark. Se le achaca a Cosquín Rock falta de novedades, pero en esta edición debutó la banda de Florián Fernández Capello, el hijo de Vicentico, que promete demasiado. No importa el éxito que alcancen sino lo interesante que se puede poner.
La fidelidad heavy. Walter Meza, de Horcas, rescató la fuerza que el metal argentino consigue en Cosquín Rock. Y el asunto no deja de sorprender. El plus artístico: la vuelta de A.N.I.M.A.L..
Carajo en vivo. Además de ceder a su baterista para una performance de altura, el trío ofreció un show breve pero letal, que cerró con un medley de temas de Pantera.
La hipnosis de LBDT. La Bomba de Tiempo planteó un trance singular en el escenario alternativo, generando condiciones de escapismo ideal para el espacio serrano.
En contra
El tránsito. La circulación vehicular se complica muchísimo si hay un solo acceso al aeródromo de Santa María de Punilla. El sábado por la mañana, el Camino del Cuadrado aún no había sido habilitado.
Comer. Conseguir comida cuando empieza “a picar el bagre” puede ser una odisea. Se arman largas colas para hamburguesas y bebidas, que hacen perder un tiempo valioso para el disfrute de lo que sucede en los escenarios.
Sin bandas locales. Mientras en el hangar Los Cocaleros y Géminis la rompían ante pocos, en el principal gozaban de todas las prerrogativas técnicas bandas metropolitanas en menor estado de desarrollo.
Fuente: La Voz
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