«La primera Navidad de Ángeles», una historia milagrosa de amor maternal.Brenda Casas recibió dos balazos en la cabeza y cuatro en la panza cuando estaba embarazada de 3 meses de Ángeles Milagros, su hija que esta noche cumple un mes.
Nadie lo sabía todavía, pero pese a los cuatro balazos Joaquín seguía hecho una bolita campante en la panza de su mamá. Él seguro algo intuyó, pero todavía era menos que un bebé para entender que lo quisieron asesinar antes de que naciera.
Y que el asesino es su papá.
Tampoco que su mamá, después de recibir los cuatro tiros en la panza, recibió dos más en la cabeza y desde el suelo, tumbada, consciente –increíblemente, consciente–, vio el derrotero que siguió de corridas, policías, ambulancias y hospitales.
Esta es una historia donde gana la vida. Porque la violencia muchas veces muta, la vida se fortalece y lo que queda, al menos en ese caso, es la historia de Brenda Casas, una chica de 24 años de la ciudad de Oliva que el 25 de noviembre pasado dio a luz a su única hija, Ángeles Milagros.
Ella creía que iba a ser varón y le quería poner Joaquín.
Los médicos le dijeron que no, que iba a ser nena, y después de lo que pasó no podía ponerle otro nombre que no fuera Milagros.
Milagros, en plural, por cada una de las siete balas que el exnovio de Brenda le disparó cuando ella estaba embarazada de 3 meses: cuatro en la panza, dos en la cabeza y una en el brazo izquierdo, cuando se cubrió.
Brenda recuerda el camino al hospital: estaba despierta. Recuerda que la durmieron, y cuando abrió los ojos le dijeron que mejor no operar las dos balas que tenía en la cabeza, total no habían tocado nada. Que se quedaran ahí, como un metal imprudente que se camufló en el cuerpo.
Lo que sí, el bebé… No se había salvado. No podía salvarse. Eso pensaron los médicos, pero entonces vieron que ninguna de las cuatro balas había dañado la bolsa. Tampoco herido órganos o provocado hemorragias. ¿Cómo era eso posible?
Entonces qué hacer. Mejor no extraer tampoco ninguno de esos proyectiles, concluyeron.
A los seis días del ataque, Brenda estaba nuevamente en su casa, con su bebé creciendo alrededor de siete balazos incrustados en el cuerpo.
Ahora son seis, porque cuando Ángeles nació aprovecharon a sacarle una durante la cesárea.
De modo que la beba llegó a este mundo en compañía de una bala, y los médicos le insistieron a la mamá que Milagros era lo más acorde, y no sólo lo más acorde sino lo más certero para justificar que la madre y la hija siguieran intactas.
Brenda accedió, pero le antepuso Ángeles. Ahora sí: Ángeles Milagros, la beba que esta noche cumplirá su primer mes de vida, justo cuando en el cielo de Oliva brille la Navidad.
La vida. La idea de que la historia de amor entre Brenda y su bebita sea la elegida por Día a Día para celebrar las Fiestas surgió a comienzos de diciembre, cuando se conoció la noticia de que una fiscal de Oliva solicitó la elevación a juicio contra José Efraín Caruso (35) por el intento de asesinato de Brenda y de su propia hija, ocurrido el 11 de junio.
Después de romper de una patada el vidrio de una ventana, de entrar desencajado en la casa de Brenda con un revólver, de apretar el gatillo en dirección al feto y luego a la cabeza de la futura mamá, giró y, de espaldas a sus víctimas, se disparó en la boca.
Pero no murió, y luego de agonizar un tiempo su cuerpo fue recomponiéndose, hasta que tuvo la fuerza necesaria para ser trasladado desde el hospital hacia la cárcel.
Brenda no quería hablar de todo esto. Se le explicó que la intención es resaltar cómo la vida improvisa una trayectoria dulce que la pone por sobre todas las cosas: de estar a punto de morir (junio), Brenda pasó a ser mamá (diciembre).
A ella le gustó: pidió en un mensaje “que la noticia se base más en la vida, en Ángeles, y no en la tragedia”. Su WhatsApp está acompañado por la frase “El destino nos unió, para siempre”, con los emoticones de una mujer y un bebé.
Se respeta el acuerdo: la historia previa al embarazo de Brenda –una de las 39 mil denuncias por violencia familiar en el último año– no será contada acá.
Oliva, 15 de diciembre. Todo parece acomodarse a cierta mística alrededor de Brenda: el barrio donde vive se llama Medalla Milagrosa, en tono con la Capilla Virgen de la Medalla Milagrosa que se erige en el lugar.
La puerta de casa la abre Fernanda, una de las hermanas de Brenda. Ella está sentada al fondo, detrás de una mesa redonda y con Ángeles en brazos, amamantando.
Breve pantallazo: los cinco hermanos Casas (en este orden, Milton, Brenda, Fernanda, Gabriela, Javier) son hijos de Soledad Silva y Fabián Casas (+). Todos oriundos de Oliva, esta ciudad de la pampa gringa a 100 kilómetros de la Capital.
A poco de comenzar, aclara:
_Yo fui una víctima, pero no lo soy más. No me gusta salir a caminar y que la gente me mire raro, como si fuera de otro mundo. O me tenga lástima, me acaricie la cabeza y me diga “pobrecita sos, pobrecita sos”. Sé que mi historia revolucionó a mucha gente, pero no soy más una víctima, y mi hija tampoco. Por eso pido que esta historia sea por ella: por el milagro de Angie.
Muy bien. Vamos a la beba.
Brenda –que ya le dio unas palmadas a Angie para el provechito, y ahora la tiene dormida en brazos– sonríe gigante y cuenta que el día anterior la llevó a control y que aumentó 700 gramos. Nada mal para una miniatura que tenía dos kilos y medio cuando nació en la clínica San José.
Cuando se enteró de que estaba embarazada, a fines de marzo, Brenda lloró. De alegría. Siempre había querido ser mamá, y se le estaba por dar. Claro que la asustaba criar sola al bebé porque ya estaba separada, pero con la ayuda de su familia se la iba a rebuscar.
Por esa época trabajaba de día y terminaba el secundario de noche, y tenía la cabeza puesta en empezar cuanto antes un curso sobre Gestoría del Automotor.
Pero aunque la cabeza se ponga en algo suele ocurrir que después, como caídos del cielo o de algún lugar más cercano, llegan los cambios drásticos.
En el caso de Brenda, un gráfico de emociones fuertes muestra un pico elevado en marzo, cuando se enteró de que iba a ser mamá; un descenso de muerte para los primeros días de junio y otro pico en diciembre, más alto todavía, con el nacimiento mágico de la bebita, que llegó a esta vida sabiendo que un padre puede dar tanto amor como aborrecimiento.
De hecho en este momento, mientras su mamá rememora detalles del ataque, Ángeles se retuerce y gimotea, enojada. Brenda la alza, le habla, la nena revuelve los ojos por todo el living, la busca, la ve, le sonríe. Se duerme otra vez.
_Quedó muy sensible por los disparos. Cualquier ruidito la asusta, la sobresalta. Mirá lo que es mi gorda. Siempre la miro y no puedo creer tenerla acá conmigo. ¡Me dan unas ganas de comerla! ¡Está sana! ¡Mi nena está sana, no tiene nada!
Se levanta, va hasta la pieza, vuelve con un plastificado rectangular. Lo muestra. Es el documento de Ángeles, tan nuevo y tan limpio como su vida.
Ser mamá. Angie duerme hecha un ovillo en su cuna. Brenda escucha la pregunta, sonríe. Piensa unos segundos mientras se acomoda el pelo. Cuenta:
_Ser mamá no es algo que se aprenda de un libro. Mi hija me enseña a ser mamá todos los días. Ella es mi ilusión más grande; es el mejor regalo de Navidad y de mi vida. A veces pienso cómo será cuando crezca. Cómo será su cara, su personalidad. Amo a mi pequeña. La miro y siento tantas cosas…
Brenda ríe, se mueve en la silla. Estira la mano izquierda y la apoya, suave, en el cuerpito dormido de su hija, que esta vez no se sobresalta.
En el antebrazo le sobresale un bulto morado, cilíndrico. Ella contrae el brazo y se toca la bala con la mano derecha.
_Yo pensé que me moría. Estaba en otro mundo. Al final me quedé en éste, y por eso le doy valor a la vida. Es lo mejor. La gente se queja tanto que se pierde lo importante. El que la pasó realmente mal, y que siente que Dios le da otra oportunidad, aprende a valorar la vida. Ya me equivoqué una vez; no me volverá a pasar.
El 2017 asoma cargado de cosas lindas para Brenda: además de su Angie, quiere seguir con los estudios y volver a trabajar.
Ya se verá.
Ahora es el turno de las fotos navideñas y Brenda alza a su hija, que patalea y se frunce como una pasa. La mamá acomoda a la nena en su pecho, unificándola. La carita de Ángeles se conjuga, luminosa, con el brillo azul del arbolito de Navidad.
Fuente: Día a Día
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