Cuando los aviones de guerra Hawker Hunter lanzaron sus misiles, el Dr. José Quiroga estaba en el primer piso. El presidente Salvador Allende estaba en el segundo con algunos ministros y personal de su custodia.
Era el 11 de septiembre de 1973 y el Palacio de la Moneda, en el centro de Santiago de Chile, se encontraba rodeado por soldados. «Después cuando con los años vi el film del bombardeo, el estruendo de las explosiones parecía mucho mayor. Me impresionó más que cuando estaba allí», recuerda el Dr. Quiroga a treinta y ocho años del golpe militar que derrocó al primer presidente marxista que llegó al poder en elecciones democráticas.
Esa mañana el Dr. Quiroga se hallaba en el Hospital San Borja cuando escuchó que Valparaíso se encontraba bajo el control de los militares y vio los primeros movimientos de tropas que comenzaban en Santiago. Como uno de los médicos del presidente, Quiroga caminó varias cuadras hasta el palacio presidencial en donde Allende ya había llegado con su custodia.
Pocos minutos antes de las 10 de la mañana, comenzaron a arribar tanques del ejército rebelde bajo el comando del general Javier Palacios que rodearon La Moneda. El presidente, entonces, convocó a todos los que estaban en el palacio presidencial y les dijo que, para su protección, saliesen. El pedido incluía a dos de sus hijas que se encontraban allí. Allende quedó solamente con unas 80 personas entre la guardia de seguridad, médicos y otro personal esencial.
Consciente de la desesperante situación que se vivía, el presidente habló por Radio Magallanes para despedirse de su pueblo.
«Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición…», dijo el presidente pocos minutos antes que los tanques y soldados comenzaran a atacar La Moneda.
Después del mediodía cuando La Moneda yacía humeante, Allende juntó a todos los que aún se encontraban dentro del palacio presidencial y les indicó que debían salir y rendirse. Pero el presidente, con su fusil AK-47, que le regaló Fidel Castro en su visita a Chile, no salió.
«En vez de bajar, lo vi a Allende que caminó por ese pasillo largo y entró en el Salón de la Independencia», dice el Dr. Quiroga.
Otro médico que estaba por salir, el Dr. Patricio Quijón, retornó al salón y encontró al presidente en un sillón que aparentemente se había disparado con el fusil.
Quiroga y los otros salieron con los brazos en alto y una bandera blanca y se rindieron. Las fotos históricas de la época muestran frente a los soldados amontonados en la vereda de La Moneda, a un joven con delantal blanco de médico.
«Entré a La Moneda en democracia a eso de las 8 y salí prisionero político a la tarde», dice el Dr. Quiroga.
Hostigado por la dictadura de Augusto Pinochet, en 1977 el joven médico se fue al exilio y en Estados Unidos ejerció la docencia en la Universidad de California en Los Angeles y, entre muchos otros logros, ayudó a fundar el Programa para Víctimas de Tortura. Su trabajo en derechos humanos lo llevó a participar en numerosas misiones encomendadas por Amnistía Internacional y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
A lo largo de los años, la muerte de Allende se transformó en un tema controvertido entre aquellos que aseguraban, como el Dr. Quijón, que el presidente se había suicidado y otros que afirmaban que había peleado contra los soldados golpistas y que había terminado siendo asesinado. Quiroga, quien también estuvo en La Moneda, por el contrario mantuvo silencio.
«Me mantuve en silencio por una cuestión política. Pero después con el tiempo cuando se transformó en una cuestión histórica, lo conté», dice Quiroga mientras explica esa primera entrevista que le dio a Oscar Soto Guzmán que en 1998 publicó El último día de Salvador Allende en donde se cita a Quiroga y a otros que confirman la teoría del suicidio.
Finalmente el 23 de mayo de 2011, siguiendo instrucciones del juez Mario Carroza, se volvió a exhumar el cuerpo del presidente Allende para definitivamente establecer las circunstancias de su muerte. El equipo de 12 médicos forenses determinó que Allende se suicidó.
Antes de morir, de acuerdo al Dr. Quijón, el último en verlo con vida, el presidente gritó: «¡Allende no se rinde, milicos de mierda!»
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