18 jóvenes que secuestraron un avión para pisar Malvinas, hace 45 años, el «Operativo Cóndor» tuvo en vilo al país; un grupo desvió un vuelo de Aerolíneas y plantó bandera en las islas
El vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas partió desde Aeroparque con destino a Río Gallegos. Pero nunca llegó. Entre sus pasajeros viajaban de incógnito 18 jóvenes, 17 hombres y una mujer, con una misión. Pasaban inadvertidos, incluso alguno camuflado bajo una sotana. También ocultas llevaban las armas. Cuando sobrevolaban Santa Cruz, dos de ellos se acercaron al piloto y lo intimaron a desviar el avión con rumbo «uno-cero-cinco». Según las cartas aeronáuticas, esa ruta los conduciría a las Malvinas.
El «Operativo Cóndor», así lo bautizaron sus miembros, se puso en marcha el 28 de septiembre de 1966, una fecha que quedó grabada en la memoria de la presidenta Cristina Kirchner, que en aquel momento tenía 13 años. «Fue muy conmocionante en mi hogar», dijo hace pocos días al presentar lo que será el museo de las islas y señalar que se contará «la historia completa».
Aquellos jóvenes tenían todo calculado: el secuestro de la nave, el aterrizaje sorpresa en el hipódromo de Puerto Argentino, la tarea asignada a cada miembro del grupo. «El objetivo de mínima era simbólico y el de máxima, recuperar las islas», Ricardo Ahe a sus 66 años, uno de los integrantes del comando. Aunque no todo salió como se esperaba, el grupo consiguió plantar bandera en las islas, cantar el Himno Nacional e instalar la cuestión en los diarios.
La fecha elegida tampoco fue arbitraria. Cuando la noticia llegó a Buenos Aires se encontraba de visita el duque británico Felipe de Edimburgo, en un viaje protocolar que incluyó un partido de polo con el presidente de facto, Juan Carlos Onganía. A pesar de que fueron calificados de «piratas» por las autoridades argentinas, los «cóndores» que aún viven recuerdan a su accionar como la mayor de las hazañas. «Nunca pude borrarlo de mi cabeza», señala Juan Carlos Bovo al recordar sus días en Malvinas, cuando tenía 21 años. «Cuando aterrizamos, sabíamos que podíamos no volver, pero esa tierra era nuestra y nos llenó de orgullo», agrega otro de los miembros, Fernando Lizardo.
LOS PREPARATIVOS
El líder y mentor de la misión fue Dardo Cabo, de 25 años, dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). La única mujer del grupo era Cristina Verrier, una dramaturga y periodista, (además de rubia y atractiva, dicen quienes la conocieron). Ambos entablaron una relación tras una entrevista para la revista Panorama, y empezaron a soñar con las Malvinas.
Fue la pareja la que elaboró el osado plan. Enseguida, encontraron a un buen puñado de seguidores que no superaban los 28 años. El grupo estaba conformado por integrantes de la Juventud Peronista, de sectores nacionalistas y organizaciones gremiales. «Las Malvinas estaban en el imaginario de todos nosotros en los 60. La Argentina no estaba completa sin las islas», explica Ahe.
De a uno, de a dos, los integrantes del comando fueron sumándose al operativo y recibiendo directivas en esporádicas reuniones secretas. No se vieron todos juntos hasta el día del vuelo. «Ninguno de nuestros parientes sabía a dónde íbamos a ir», relata Lizardo, por entonces un empleado de 20 años. El se enteró de la partida del vuelo cinco horas antes de subirse al avión.
Tampoco sabían que contarían como compañero de ruta al director del diario Crónica, Héctor Ricardo García, quien sin conocer el plan en detalle, lo documentó y más tarde lo revivió en uno de sus libros.
EL VUELO
El cuatrimotor DC-4 de Aerolíneas partió apenas comenzada la madrugada del 28 de septiembre. Todo transcurrió con normalidad hasta la mañana, cuando sobrevolaban Puerto San Julián, en Santa Cruz. «A las 6.30, Dardo Cabo y un compañero se acercaron a la cabina y le dijeron al comandante que cambiara el rumbo para ir a las islas. «Vamos muchachos déjense de joder y siéntense», les respondió risueño el piloto Ernesto Fernández», recordó a este medio otro «cóndor», Fernando Aguirre. «Cuando lo encañonaron, se dio cuenta de que iba en serio y se mostró colaborativo», agrega.
El aterrizaje del comandante Fernández resultó ser una hazaña: debió frenar en menos de 800 metros, tras esquivar cables de alta tensión en un hipódromo ubicado cerca de la casa del gobernador de las islas. En la «pista» ya había descendido el aviador Miguel Fitzgerald en 1964, cuya aeronave será expuesta en el memorial de Malvinas que se prepara en la Argentina. «Jamás olvidaré la sensación cuando nos deslizamos fuera del avión y tocamos el suelo de las islas», recuerda Bovo. Eran las 9 de la mañana del 28 de septiembre cuando sintieron el aire polar
EN LAS ISLAS
Para cuando la nave se detuvo, a su alrededor había algunos isleños curiosos, que fueron capturados como rehenes por el comando. Los jóvenes plantaron bandera y rebautizaron a la ciudad como «Puerto Rivero», en honor al gaucho, en una proclama que llegó a Buenos Aires y conmocionó al país.
«Para la misión estábamos divididos en tres grupos: una parte iba a la casa de gobernador, otra al centro cívico y otra al centro militar. Controlando eso, tomábamos las islas», dice Bovo. Pero no todo salió como esperaban. Pronto se vieron cercados por unos 50 integrantes de la Fuerza de Autodefensa de las islas y debieron atrincherarse en el avión. Desde allí se inició una tensa negociación en la que intervino el sacerdote de la isla, el padre Rodolfo Roel.
Como primera medida se acordó que los pasajeros del avión fueran alojados en casas particulares del pueblo. Pero aún quedaban los rehenes locales en manos del comando armado, el cerco de efectivos rodeando el avión y la expectativa por la reacción de las autoridades argentinas. «Onganía emitió un comunicado diciendo que nos iban a aplicar todo el rigor de la ley y nos calificó de piratas. Sin embargo, después supimos que hubo una efervescencia popular, de estudiantes y trabajadores que apoyaban la gesta nacionalista», asegura Ahe.
Tras horas de tensión, las partes llegaron a un acuerdo. Aguirre relata: «El padre Roel nos dijo que había dialogado con las autoridades de la isla para encaminar la cuestión de manera pacífica. «Han cumplido el objetivo – nos dijo el sacerdote-. Plantaron la bandera argentina en estas tierras y pusieron el nombre de Malvinas en la primera plana de los diarios»».Nosotros debíamos liberar a los rehenes y deponer las armas y ellos nos darían asilo en la iglesia local. «Hasta hicimos una misa en castellano», recuerda.
Fue entonces cuando los jóvenes solicitaron entregar las armas al piloto de Aerolíneas Argentinas. «No queríamos reafirmar la soberanía de los ingleses», detalla Aguirre. Al día siguiente, los 19 jóvenes se embarcaron en el buque Bahía Buen Suceso. Apenas se alejaron de la costa, fueron arrestados y pasaron nueve meses presos en Rio Gallegos.
Tras salir en libertad, los integrantes del comando acordaron que cada uno retomaría su camino. Cristina y Dardo tuvieron una hija, que, de acuerdo a las fechas, fue concebida en alguna de las visita mientras estaban en prisión. Él, tras integrar Montoneros, desapareció durante la última dictadura militar y ella decidió recluirse.
Del resto del grupo, algunos prosiguieron su militancia durante los 70 y otros conservaron un bajo perfil. Los que aún viven, mantienen esporádicos contactos. «Sin compañerismo y ese sentimiento compartido por las Malvinas, no hubiéramos podido lograr la gesta», reflexiona hoy Lizardo. «La entonación del himno frente a la bandera fue lo más solemne y emotivo», señala Aguirre. Como sus compañeros, recuerdan vívidamente la sensación tocar la tierra de Malvinas con el viento helado cortándoles la cara.
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