Israel y Palestina vuelven a mirarse de reojo a días de la tregua, el fuego sigue vivo en Gaza y el viernes se desayunó con la muerte de un palestino de 20 años. Los israelíes descreen de la paz y los palestinos miran a ONU
Después de las certezas, llegan las dudas, casi como el reinicio de un proceso intelectual que nunca acaba porque siempre se repite. Por eso, cuando Hillary Clinton y Mohamed Morsi anunciaron la paz con la soberbia de los que se saben ajenos a lo que dicen, quienes debían sentirse abarcados solo miraron de reojo y se preguntaron: «¿hasta cuándo?».
Las encuestas apuntalaron las incertidumbres y las vistieron de cifras: en Israel, casi el 70% descree de la duración de esta tregua. Que, como tantas otras, fue la cosmética a moretones de antaño, una moratoria de apuro para deudas impagables. Los alambrados que rodean a la Franja de Gaza o las altas murallas que separan la Jerusalén israelí de la palestina son el subrayado kilométrico de la obviedad: no hay gran interés de unos por otros, salvo cuando soplan vientos de conflicto y se reavivan los desprecios de siempre. Y esa zona, que fue escenario de relatos bíblicos, reyes brutales y acontecimientos fundacionales para las culturas de Occidente, vuelve a convertirse entonces en un polvorín sin fin.
La tregua era anunciada el miércoles en la noche de El Cairo y el mundo recibía la noticia con un alivio que solo tuvo lugar en las reflexiones inocentes. ¿Es creíble una paz firmada por encargo? Egipto se lo pidió a Palestina y Estados Unidos a Israel. Ese fue el rol que les cupo a los mediadores: remitir la exigencia a su aliado, poner la firma y retirarse de la mesa. Hillary volvió a la gira que Obama realiza en Asia, la primera desde su reelección, y Morsi se dedicó a arrogarse facultades extraordinarias que alentaron masivas protestas en la misma plaza Tahir donde un año y medio atrás comenzó el fin del temible Hosni Mubarak.
Durante el jueves, las carreteras israelíes fueron la pasarela de la retirada de decenas de tanquetas y de varios de los reservistas que habían sido alistados para un posible ataque terrestre a Gaza. Parecía la postal de la distensión, aunque en simultáneo eran detenidas 55 personas en Cisjordania, el otro enclave palestino, con el propósito de buscar al autor del atentado que el miércoles dejó más de 20 heridos en Tel Aviv, mientras que una mujer palestina apuñalaba a un policía de frontera en el este de Jerusalén, es decir, en la misma zona.
En la noche anterior, pocos minutos después oficializar el cese de los ataques, doce misiles cayeron desde Gaza en el sur de Israel, aunque sin dejar consecuencias humanas. El fuego seguía vivo en la zona y el viernes se desayunó con la muerte de un palestino de 20 años que pretendía colocar una bandera en la zona limítrofe. Según fuentes oficiales, integraba un grupo de 300 personas que se acercó a la zona a provocar desórdenes y que recibió por réplica las balas de los soldados israelíes.
Los datos, no obstante, son difusos. Las guerras no solo las ganan los que más muerte siembran sino, también, los que menos información conceden. Se habla de proporción de víctimas pero no de disparos: 160 bajas palestinas y seis israelíes, aunque ambos bandos estuvieron cerca de los 1.600 embestidas cada uno, entre misiles y morteros. La diferencia, esta vez, no estuvo en los ataques, sino en las defensas, y en ese sentido Israel deberá encomiar la labor del “Iron Dome”, el eficaz sistema antimisiles que neutralizó todos los intentos palestinos por detonar en Tel Aviv y Jerusalem, donde se concentra más de la mitad de la población del país.
El conflicto, que parecía neutralizado, exhibe las precariedades de una tregua que toma a traspié a sus protagonistas. Palestina está transitando la semana previa a su exposición en la ONU, donde solicitará reconocimiento como estado observador (tal como ocurre con el Vaticano y Taiwán) un año después de obtener una consideración similar por parte de la UNESCO. El llamado a la paz le sirvió no solo para reconfirmar la simpatía de la gran cantidad de países que acompañan su moción, sino también para acercar posiciones entre Hamas y Fatah, las organizaciones que gobiernan enfrentadas entre sí los dos territorios palestinos (es decir, Gaza y Cisjordania, respectivamente).
Israel, por su parte, debe soportar el repudio de todos los países que reprobaron su accionar en el llamado “Operación Pilar de Defensa”, que le sirvió para inutilizar bases operativas de Hamas, liquidar a varios de sus cabecillas y dejar como saldo un tendal de sangre que el primer ministro Benjamín Netanyahu comprobará en dos meses si le bastó o no para obtener la reelección que tanto anhela.
El mundo, mientras tanto, asiste a otro episodio más de una historia que ya conoce al dedillo y de la que espera un desenlace distinto al que sus pronósticos presagian.
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