La playa, una “iglesia gigante” en el inicio de la Jornada de la Juventud. Copacabana se llenó de jóvenes, envueltos en banderas de sus países. Francisco, elogiado en todos los idiomas
La lluvia pegajosa y permanente que ayer parecía venir del mar dejó de molestar en Río cuando habían pasado unos veinte minutos después de las siete y veinte de la tarde. A esa hora la playa de Copacabana era una iglesia con bruma marina. “Está inaugurada la Jornada Mundial de la Juventud”, dijo desde el escenario el locutor y miles de banderas de todos los países se levantaron. Una imagen de la Virgen María avanzó hacia el escenario en manos de varios voluntarios, detrás otro grupo llevaba una cruz de madera, “la de los jóvenes”, regalo de Juan Pablo II. Cuando llegó al centro del altar de más de cinco pisos la levantaron, y el encuentro católico que marca el inicio del papado de Francisco en América latina estaba en marcha.
Los números oficiales decían que la multitud de peregrinos era más de cien mil. Río estaba colapsaba desde hacía horas. La avenida Atlántica con su orla de piedras que imitan a las olas en blanco y negro estaba cerrada desde las 14. Una falla general había paralizado al subte y las colas para llegar hasta la costa de los miles de peregrinos eran filas que caracoleaban metros y metros. Las hicieron durante casi dos horas hasta que se restableció el servicio.
Pero nada parecía ser un problema para los chicos que habían llegado a participar de la JMJ, el encuentro que cada tres años realiza la Iglesia Católica a nivel mundial entre los jóvenes y el Papa, y que surgió a partir de una idea que tuvo en 1984 Juan Pablo II.
Esta vez, la reunión –que dura una semana– tiene un significado particular: coincide con el inicio del papado de Francisco, quien intenta darle un nuevo impulso al catolicismo. En medio de la playa, entre las banderas de Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú, Estados Unidos, Líbano y otros tantos países estaba Nahuel Zuleta, un argentino de 20 años, estudiante de Filosofía, que había llegado con otros sesenta desde la capital bonaerense. El grupo viajó casi dos días para llegar hasta la ciudad brasileña y ahí estaba en la noche de Copacabana. El rol de Francisco dentro de la Iglesia es parte de la reflexión entre los jóvenes en Río.
“Francisco trae esperanza”, explicaba Nahuel. “Esperanza de que se puede cambiar el mundo desde la caridad, la humildad, cuando dice que quiere una Iglesia pobre para los pobres”, explicaba antes de que comience la misa que dio el arzobispo de Río de Janeiro, monseñor Orani Joao Tempesta, porque el papa Francisco no tuvo actividad oficial.
De Lincoln, en la provincia de Buenos Aires, había llegado un grupo de cincuenta jóvenes. El jueves dejaron su iglesia y habían llegado ayer a Río. Habían hecho una parada en Camboriú para que el viaje no fuera tan largo. Pero a Marcos Martínez no se le notaban los kilómetros. Para él la llegada de Francisco al Vaticano “más que nada lo que cambió es la relación con la gente. Lo que parece raro es que sea distinto a la curia de Roma, que sea un hombre más. Me parece loco que asombre algo que debería ser normal: él predica con hechos lo que dice el Evangelio”.
A esa altura las pantallas gigantes sobre la playa reflejaban los pasajes de la misa.
El escenario se veía en rojo y azul. Los arcos de fútbol servían de punto de encuentros. La gente caminaba de la mano para no perderse. Los bares de la costanera estaban llenos. “Vendimos más”, le decía a Clarín el cajero del bar Tres. La jornada habían sido tranquila. El comentario general era la marea humana que había recibido a Francisco en su llegada. Todos en la playa parecían haberlo visto de cerca.
“El Papa quiere estar cerca del pueblo y ser tocado”, había dicho en una conferencia de prensa antes de la inauguración, el arzobispo de San Pablo, cardenal Odilo Scherer.
La seguridad del Papa y la cercanía a la gente había sido parte de la polémica del día. Pero ayer a la noche parecía estar lejos de los jóvenes peregrinos que habían copado la playa. Carlos Gutiérrez, otro argentino, a esa hora se protegía de la bruma envuelto en una bandera. “Francisco generó el cambio. Pero él sólo es el líder de la Iglesia. Es la cabeza. La Iglesia somos todos, los jóvenes y viejos, y nos tenemos que hacer cargo todos”, aclaraba.
Fuente: Clarín
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