PACO GIMENEZ DIRIGIRA LO ULTIMO QUE SE PUEDE ESPERAR. «He estado mucho tiempo engatusado con la dirección»
El actor, director y dramaturgo cordobés aceptó la propuesta de uno de los integrantes del grupo La Noche en Vela para trabajar una obra sobre el fin del mundo, que se estrenará el jueves 31 de marzo en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín.
Los integrantes del grupo La Noche en Vela fueron quienes le propusieron a Paco Giménez la idea de Lo último que se puede esperar.
Imagen: Pablo Piovano.
El mito del fin del mundo seguirá existiendo alimentado por las profecías de las religiones, los desastres de las guerras, las catástrofes naturales y las superproducciones de la industria cinematográfica. Entre tanto vaticinio, el grupo teatral La Noche en Vela se atreve a volcar su imaginario sobre el tema en Lo último que se puede esperar, espectáculo que bajo la dirección del cordobés Paco Giménez se estrenará el jueves 31, en la Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. Que haya sido este creador el elegido por el elenco es consecuencia de su historia. Este es el sexto trabajo de La Noche en Vela que conduce Giménez, quien a comienzos de la década del ’90 sorprendió en la escena de Buenos Aires con Choque de cráneos (sobre textos de Roberto Arlt), donde actuó, junto a los cordobeses de La Cochera (nombre de la compañía y el teatro que fundó en su provincia), e impactó con el revulsivo El noche alegría (sic), el «puti club» que trajo al teatro Babilonia, del Abasto.
La Noche en Vela (también el título de la obra pionera) fue estrenada en 1992, en el Teatro IFT, inspirada «muy lejanamente» en Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes. Las siguientes, dirigidas todas por Giménez, fueron Manjar de los dioses, Ganado en pie. Transfiguraciones del sentimiento patriótico, Fiori di merda (sobre novelas y películas de Pier Paolo Pasolini) y Los últimos felices (donde personalidades de la década del ’20 regresaban como «espíritus atravesados por espíritus»). Momentos antes de un ensayo, el director dialoga con Página/12, sintetizando un cambio para él fundamental: «Esta vez, la idea no fue mía, sino de uno de los actores. Esto puede no tener importancia para otros, pero sí la tiene para mí, porque con este grupo era yo quien hacía la propuesta. En todos estos años me ha correspondido promover un tema y procurar que el elenco se interese. Esa era nuestra manera de intercambiar pareceres», puntualiza.
–No fue su idea, pero ¿la hubiera sugerido?
–En mi cabeza había otra obra, relacionada con el Bicentenario. No se pudo estrenar y la dejé. Estaba en cero cuando el actor Alejandro Sánchez trajo su propuesta. Esta situación, nueva para todos, produjo una reacción afectiva e intelectual muy especial. Asocio el fin del mundo con un recuerdo de la niñez. A mi abuela española le gustaba decir «del mil pasará, pero al dos mil no llegará», y yo, de niño, iba contando los días que me quedaban de vida. No sé de dónde sacaba eso mi abuela, tampoco me atrevía a preguntarle. La amenaza del fin del mundo está en nuestra naturaleza, en las religiones y las profecías, como la tan conocida de Nostradamus (del siglo XVI) y las supuestas predicciones de los mayas.
–Que fueron aniquilados…
–El fin puede darse por distintas calamidades. Si las personas fenecen, por qué no pensar que la vida en la Tierra acabará.
–¿Se trata de una creencia reflotada en tiempos de crisis?
–Creer que las cosas pueden terminar, y no sólo para uno, es algo ancestral. Como dije antes, la idea no partió de mí, y no me interesa formular una teoría. Ahora, si el elenco busca y quiere informarse, puede hacerlo. En esta práctica vamos descubriendo una manera de crear que me atrae. No sabemos, por ejemplo, si La Noche en Vela desaparecerá como compañía después de este trabajo. Algunos de sus integrantes han crecido mucho y desarrollan actividades paralelas, aunque –quiero decirlo– conservan un corazón muy grande para el grupo. El deseo de seguir juntos no se ha perdido. Por mi lado, les sugerí que elaboraran el espectáculo utilizando sus propias armas, sus propias fantasías.
–¿Qué cambió, básicamente, desde el primer trabajo?
–La experiencia obtenida en estos años produjo más mezclas y, en alguna medida, una cierta fatiga respecto de una anterior modalidad de hacer teatro.
–¿Esa fatiga obliga a renovarse?
–Cada compañía tiene su dinámica, y todas interesantes: La Noche en Vela, Los Delincuentes, Los Que Dijeron Oh!, La Cochera… Con esta última cumplimos y festejamos en 2010 los 25 años, pero es verdad esto de la fatiga. A veces pierdo entusiasmo y ganas para mí mismo. Pienso que esta falta de empuje es natural: hace más de cuarenta años que me dedico al teatro. No sé si es porque me estoy poniendo viejo… Me compensa el hecho de que hoy sé y entiendo más, pero también reconozco que esta vez los estímulos partieron de los jóvenes. Hablo así y me contradigo, porque creo totalmente en el trabajo que deposito en ellos. Sin embargo, no puedo dejar de sentir que ya fui, que viví otra época.
–Diferente a la de hoy: usted se formó con la actriz y directora María Escudero (fundadora de Libre Teatro Libre), participó en La Chispa, un grupo de teatro social de los ’70, y partió hacia México…
–…Donde estuve siete años, hasta que volví con la democracia. Toda aquella experiencia dio como resultado la creación de La Cochera. En realidad, aprendí a gestionar en teatro a partir de los años ’80, cuando quedé encadenado a la dirección. Los espectáculos salían bien y me convocaban… Pude venir a Buenos Aires, armar talleres, y los chicos de La Noche en Vela me llamaron. Hoy corro parejo con ellos, dependo de ellos.
–¿Dejó la actuación?
–En Córdoba propuse una renovación, convoqué a varios directores y actué en uno de los espectáculos. En realidad, así empecé, actuando.
–Y dedicándose al canto.
–Cuando era chico cantaba en los actos escolares y algunas fiestas. En México, después de que se de-sarmó La Chispa, estuve en el café concert de Jesusa Rodríguez, donde también se hacía teatro y ópera. Canté tango, jazz… Pero no pasaba de eso. La única carrera que hice, y sin proponérmelo, fue la de dirección. Los otros me enganchaban, y yo me dejaba llevar. He estado mucho tiempo engatusado con la dirección. Hoy no me engancho fácilmente. Tengo una visión más amplia. Tal vez sea un asunto de años. Los viejos se dan cuenta de casi todo, pero no pueden hacer mucho. Yo los admiro, pero, ¿quién tolera a los viejos que, además de tener experiencia y sabiduría, siguen produciendo?
–¿Le pesa la experiencia?
–No creo, es que el tema que plantearon los chicos de La Noche en Vela me sensibilizó, y no porque esté pensando en el fin del mundo, sino porque pienso en mi fin. Y aquí también hay una contradicción, porque hablo de esta manera y, al mismo tiempo, me mantengo activo y me entusiasmo con el trabajo en equipo. A La Noche en Vela se agregó otra gente: el escenógrafo Félix Padrón y Alejandro Barratelli, que nos conoce desde hace tiempo y es asistente artístico; el iluminador Tato La Torre y la vestuarista Alejandra Taubin.
–¿Sigue siendo un gran observador?
–Parece arrogancia, pero sí, soy un buen observador y pongo toda la energía de la que soy capaz en el teatro. El año pasado me ocupé de doce estrenos para festejar los 25 años de La Cochera, que es un lugar interesante y renovado. Pusimos Paco peca, donde actué, dirigido por Marcelo Massa; Torrente de Barón (una aproximación a la vida y obra de Jorge Barón Biza y su familia); Aliento de ácaros (ácaros de los libros) y muchas más.
–¿Espectáculos tan provocadores como Enfermos del culo?
–Aquello fue un atrevimiento que presentamos en Córdoba (en 1994) y trajimos a Buenos Aires. En Córdoba, algunos periodistas no se atrevían a escribir el título y mencionaban la obra como «Enfermos de esa parte que está al final de la espalda».
–¿Prepara alguna otra obra en su provincia?
–Una sobre el personaje bíblico Job que, sometido a duras pruebas, defendió su integridad con entereza. La idea surgió de un encuentro casual. Estaba caminando por una calle de Córdoba cuando se me acercó un desconocido diciendo que había escrito el guión de una obra y que él, como Job, lo había perdido todo. Me interesó y se la propuse al elenco que estaba trabajando en Peligran los vasos. También haré una versión perversa de La visita de la anciana dama, una sátira del escritor suizo Friedrich Dürrenmatt. El título es La mosca loca, por la alusión al dinero que compra todo (justicia, poder, libertad). Recurrí varias veces a Dürrenmatt, a sus textos para la radio y la televisión, sobre todo en la época de La Chispa.
–¿Se verá alguna en Buenos Aires?
–Me gustaría organizar un ciclo. Por ahora, tengo este estreno en el San Martín, y antes, el sábado 26, la reposición de Charada, en El Excéntrico de la 18ª, con un elenco de actores rosarinos, platenses y porteños.
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