Su primera exhortación papal es un documento de fuerte contenido político, en el que formula una dura crítica al sistema capitalista, lamenta la falta de liderazgo actual y define lo que la política debería ser
Esta primera exhortación apostólica de Francisco, Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, representa su idea de los principios a partir de los cuales la Iglesia Católica debe encarar su tarea.
El texto de 150 páginas es claramente de puño y letra de Jorge Bergoglio. Su impronta es visible en las habituales expresiones «bergoglianas», como las ha bautizado la prensa mundial, y en conceptos profundamente políticos, como en el punto III del 4º capítulo, El bien común y la paz social, donde expone cuatro principios que casi conforman un manual de conducción política.
Se trata del primer documento magistral de su pontificado, y es casi un programa de reforma y de gobierno, en el cual llama a una «conversión del papado» pero también de la Iglesia a todos los niveles, con miras a relanzar su misión «puertas afuera». Promueve una Iglesia «pobre para los pobres», menos autocentrada y más abierta, más colegiada que centralizada, más basada en la misericordia que en la condena, más «audaz, creativa, ferviente, cordial y alegre».
Son categorías que Bergoglio ya fue planteando en estos primeros meses de su pontificado, ahora sistematizadas. Según el diario Le Monde, «aunque la hoja de ruta es clásica», al plantear por ejemplo que «todo bautizado es un misionero evangelizador», «los medios y los términos para llenarla son bien ‘bergoglianos'». Y citan: «Un evangelizador no debe tener constantemente cara de entierro» y «prefiero una Iglesia accidentada, herida y sucia por haber salidos a los caminos, antes que una Iglesia enferma de cierre y de confort».
La reforma que quiere Bergoglio empieza por el propio papado. «Me corresponde –escribe-, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización».
Y propone algo que verdaderamente implica compartir poder: «Un estatuto para las conferencias episcopales» que «las conciba como sujetos de atribuciones concretas», incluyendo también «cierta autoridad doctrinaria auténtica». «Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera», fundamenta Francisco.
Defensa de la vida
Sin embargo, reafirma elementos doctrinarios importantes, como que «el sacerdocio reservado a los hombres es un tema que no se discute». Pero a continuación explica que en la Iglesia «las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros; de hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos».
También pide una mejor selección en el reclutamiento de sacerdotes señalando que «no se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico».
«Los niños por nacer son los más vulnerables e inocentes de todos, a los que hoy se quiere negar la dignidad humana», escribe también, reiterando así la condena al aborto. «No se debe esperar que la Iglesia cambe de posición sobre este tema. (…) No es un progreso pretender resolver los problemas eliminando una vida humana», sentencia.
También plantea una jerarquía de prioridades en lo que hace a las enseñanzas morales de la Iglesia. Exhorta a los sacerdotes a salir del «catálogo de pecados y errores» y les recuerda también que el «confesionario no debe ser una sala de tortura», además de invitarlos a pronunciar homilías más «positivas» antes que «puramente moralistas o doctrinarias». Reivindica el papel central de la homilía en la misa. Critica a los curas que no la preparan, algo que califica de «deshonesto» e «irresponsable» porque la homilía debe hacer «arder los corazones» de los fieles; algo que Bergoglio practica a diario en sus misas desde San Marta.
Reitera su concepto de que «la Iglesia no es una aduana y que hay lugar para cada uno con su vida difícil». Y compromete a los católicos a «un período de evangelización más ferviente», consciente de un contexto de secularización que no debe «hacer callar» sus convicciones.
Contra las teorías del «derrame»
Particularmente dura es su condena al sistema económico actual y a la «nueva tiranía invisible» representada por el capitalismo financiero, y responsable de la pobreza, la desigualdad y la consecuente violencia. Francisco renueva en esta exhortación su condena a la «economía que mata» y al «mercado divinizado».
El Papa critica a los que «todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo». «Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando», denuncia.
«Este desequilibrio –explica- proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera».
«En tanto no se eliminen la exclusión social y la inequidad social, en la sociedad y entre los diferentes pueblos, será imposible erradicar la violencia», sentencia.
El Papa dice que «tiene el deber, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promoverlos». «Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales», insiste.
En el apartado referido al «bien común» y a la «paz social», Bergoglio señala que «sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos». «Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz», dice el Papa en uno de los tramos más fuertes del documento.
Guía para la acción política
Y, para avanzar en esta «construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad», dice el Papa, «hay cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social», que surgen de los postulados de la Doctrina Social de la Iglesia.
«El tiempo es superior al espacio», es el primero de estos principios que «permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos». «Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas (…) Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. (…) Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. (…) Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad», insiste Bergoglio, en lo que casi parece una descripción de lo que fue su propia trayectoria.
Y lamenta la falta de líderes genuinos: «A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana. La historia los juzgará quizás con aquel criterio que enunciaba Romano Guardini: ‘El único patrón para valorar con acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser la plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades de dicha época».
El segundo principio es que «la unidad prevalece sobre el conflicto». No implica negar el conflicto, sino sufrirlo, «resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» para que sea posible «desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda». Este principio, agrega, «es indispensable para construir la amistad social».
El tercer principio es que la realidad es superior a la idea. «Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma –escribe Bergoglio. (Hay que) evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría. (…) Hay políticos –e incluso dirigentes religiosos– que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue (…). Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica».
Finalmente, el cuarto principio: el todo es superior a la parte. Hay dos extremos que evitar: «que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros (…); o que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites. (…) No hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos».
Por último, expresa un ruego: «Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! (…) ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!».
Fuente: Infobae
Comentar post