SON CINCO MIL LOS MUERTOS EN JAPON, PERO ESTIMAN QUE PUEDEN LLEGAR A LOS DIEZ MIL. No parece tener fondo.
En Japón, a cuatro días del devastador terremoto, al que le siguió un tsunami, la cifra de víctimas fatales ascendió ayer a cinco mil, según datos brindados por la policía japonesa. Cerca de dos mil cadáveres fueron hallados en la provincia de Miyagi, una de las más golpeadas por las enormes olas. Frente a este escenario, la policía estima que el total de víctimas fatales alcanzará a las diez mil personas. En medio del temor que provocó la última gran réplica, continúa la búsqueda de miles de desaparecidos. La catástrofe dejó hasta cien mil niños desplazados, según una organización no gubernamental. En medio de las tareas de rescate, el lunes los supermercados se colmaron de personas que querían hacer acopio de alimentos, agua potable y baterías. En este panorama, con un visión particular, el gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, manifestó que el terremoto fue «un castigo divino» para lavar «el egoísmo de los japoneses».
Las costas de la provincia de Miyagi son una de las regiones más afectadas por el temblor y la violencia de las aguas. Cerca de mil cadáveres fueron descubiertos en playas de la península de Ojika. Otros mil cuerpos se encontraron en la ciudad portuaria de Minamisanriku. Con el paso de las horas, asciende la cifra de víctimas fatales, mientras se busca a los miles de desaparecidos entre las ruinas de las ciudades. En Ishinomaki, con 165.000 habitantes, «hay una carrera contrarreloj para salvar a posibles sobrevivientes bajo una montaña colosal de escombros», refirió Patrick Fuller, portavoz de la Cruz Roja en la región Asia-Pacífico. Millones de japoneses trataban de sobrevivir sin agua, electricidad, combustible o comida suficiente.
Cientos de miles de pobladores estaban obligados a alojarse en centros de emergencia a causa del tsunami que destruyó sus viviendas. Las víctimas de Sendai, la gran ciudad del nordeste devastada por las enormes olas, perdieron en su mayoría sus hogares y muchos a sus familiares. Sin embargo, los habitantes del archipiélago dan muestra de disciplina y civismo en espera de víveres y agua, que escasean desde el viernes.
La catástrofe dejó hasta cien mil niños desplazados, según estimó la organización no gubernamental británica Save the Children. Stephen McDonald, encargado de la coordinación de las operaciones en Japón, se declaró «muy preocupado» por este alto número de niños desplazados. «Sus casas fueron destruidas y muchos de ellos deberán encontrar refugio en centros de evacuación abarrotados. Sólo podemos imaginar cuán aterradora debe haber sido para ellos la experiencia de los últimos días», explicó. «También existe el riesgo de que muchos de ellos hayan sido separados de sus padres y familiares debido a la tragedia», agregó McDonald.
En Sendai, la oleada gigante destrozó la zona cercana al mar. El techo de una casa puede verse tirado en medio del lodo. Un poco más allá, cinco automóviles están encastrados unos en otros. En este barrio «algunas personas perdieron a toda su familia, no tienen más nada», atestigua Miki Otomo, profesora de inglés de Sendai. Su casa fue destruida y desde hace tres días vive junto con unos mil sobrevivientes, en su escuela, que se transformó en centro de albergue. La primera noche sólo tenían unas galletas para compartir entre todos, relató. Después, la organización y la solidaridad permitió mejorar las condiciones de vida en ese lugar, pese al corte de los servicios de agua y de electricidad. En el gimnasio, un centenar duerme en futones con mantas donadas por particulares.
«La situación sigue siendo difícil, pero hacemos lo máximo posible para ayudar a las víctimas», señaló el alcalde de Sendai, Emiko Okuyama. La ayuda a los supervivientes es ahora la prioridad, porque «casi se ha desvanecido la esperanza de encontrar otras personas vivas», dijo. Por su parte, frente a la catástrofe, el gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, declaró que el terremoto fue «un castigo divino» para lavar «el egoísmo de los japoneses». «La identidad del pueblo japonés se caracteriza por el egoísmo. Estaría bien hacer buen uso de este tsunami para lavarlo y estoy convencido de que el cataclismo fue un castigo del cielo», explicó, durante una conferencia de prensa. El funcionario, de 78 años, intentó, al concluir la reunión, remontar sus palabras y al referirse a las víctimas del terremoto las definió como «pobrecitas».
En las operaciones de socorro, el primer ministro Naoto Kan movilizó a cien mil militares, es decir aproximadamente el 40 por ciento del ejército. A su vez, socorristas de todo el mundo llegaban para colaborar con los soldados, que tratan de prestar asistencia entre las réplicas del terremoto. Ante el temblor de 6,2, la población llenó los supermercados con el propósito de hacer acopio de alimentos, agua potable y baterías. La gran ciudad, de a poco, parece perder el ritmo cotidiano: el tráfico ferroviario se vio parcialmente interrumpido, y las conexiones con el aeropuerto de Narita también tuvieron interrupciones por temblores que asustaron a los pasajeros en la sala de embarque.
Uno de los sobrevivientes de Sendai, Yoichi Aizawa, de 84 años, volvió brevemente a su casa para tratar de recuperar algunos bienes, sin saber el estado en que estaba. «Cuando la tierra tembló, la casa no sufrió daños, pero después llegó la oleada. Fue espantoso», dice. En un albergue de la ciudad vecina de Natori están alojadas siete jóvenes extranjeras que viajaban en tren cuando se desató la tragedia. «Tenemos pocos contactos con el mundo exterior, pero nos dan de comer y hemos podido lavarnos», cuenta Alice Caffyn, británica de 21 años.
El costo para las aseguradoras de los daños provocados por el sismo podría ascender a 34.600 millones de dólares, según una estimación inicial de AIR Worldwide, firma especialista en evaluación de riesgos. Incluso, el terremoto se transformó en un duro golpe a la tercera economía mundial, que se quedó sin electricidad suficiente para hacer funcionar sus fábricas. La compañía Tepco tiene planificados cortes de luz desde el lunes pasado hasta finales de abril para evitar la sobrecarga de las redes y los consiguientes apagones.
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