El filme comienza con un (innecesario) adelanto de algo que vendrá luego: la imagen de un hombre llamado John conduciendo un auto un poco desencajado, mientras mira de reojo a alguien que, según podemos escuchar, está agonizando. E inmediatamente después, en un par de escenas, Haggis nos presenta a John, a su esposa Laura y a su hijo Luke. Una familia idílica.
Pero rápidamente todo cambia. Porque suena el timbre en la casa de esa familia y la policía se lleva detenida a Laura, ante el desconcierto de su esposo y el llanto de su pequeño hijo de tres años. Pronto nos enteraremos de que a Laura se la acusa de haber asesinado a su jefa, con la que había discutido amargamente el día del homicidio.
Para colmo, todas las evidencias apuntan en su contra. Tiene sangre de la víctima en su ropa, sus huellas digitales están en el matafuegos que se usó para pegarle en la cabeza y la discusión laboral parece darle un móvil. El asunto es que todos creen que ella mató a la mujer. Excepto, claro, su esposo.
Agotadas las instancias judiciales y luego de ver a su esposa encarcelada durante tres años, John resuelve que no le queda otra alternativa que planear una fuga. Y allí comienza otra vez la película. O, si se quiere, empieza otra película.
Porque «Sólo tres días» encierra dos filmes dentro de uno solo. Por un lado, durante la primera hora de metraje, se trata prácticamente de un drama familiar. De cómo cambia la vida de un hombre que se ve separado de su esposa y cómo se las ingenia para seguir viviendo, trabajando (dicta clases de Literatura) y criando al hijo de ambos.
No obstante, luego de una rápida transición, este trabajo de Haggis se convierte en un thriller, casi diríamos en una película de acción. Un filme sobre fugas de la prisión: cómo se planean, cómo se preparan y, esencialmente, el momento electrizante de la ejecución del plan.
Para lograr todo esto, Haggis cuenta con un actor al que le sobra eficacia: Russell Crowe. Un sujeto que puede ser un gladiador romano, un jerarca de la CIA, un capitán de la marina británica del siglo XIX o el propio Robin Hood, y siempre acertarle al tono del personaje. En el filme está rodeado de otras figuras como Elizabeth Banks, Olivia Wilde, Brian Dennehy y hasta una intervención breve y lucida de Liam Neeson. Pero hay que decir que la película es un solo de Crowe, que despliega una vez más todo su oficio.
Y quizás «oficio» sea la palabra que mejor defina «Sólo tres días». Porque Haggis no compone una obra maestra ni mucho menos. Pero su oficio de director lo lleva por la senda correcta. Más allá de dos o tres escenas que no son necesarias y parecen redundar, el resto de la película es correcto. Y esa corrección logra salvar sus pocas pretensiones. Casi nada sobra y eso hoy en día se agradece. Cuando al oficio se le suma más oficio, las cosas pueden no ser deslumbrantes. Pero difícilmente estén mal.
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