Juegos Olímpicos: En un partidazo, se clasificó finalista al imponerse a Nadal en tres sets: 5-7, 6-4 y 7-6 (7-5). Hoy, a las 15.30, buscará la medalla de oro frente al escocés Murray. ¿Cómo explicar lo que debe sentir esa gigantesca humanidad de 198 centímetros de altura tirada sobre el cemento de una cancha de tenis?
¿Cómo imaginar lo que pasa por la cabeza de ese argentino que hasta no hace mucho tiempo lloraba de bronca y de impotencia por no saber si iba a poder seguir haciendo lo que más ama en el mundo que es jugar al tenis? ¿Cómo insinuar ponerle algún término a esa locura que desata ese personaje empapado en sudor cuando de la nada se le ocurre abrazar a un puñado de argentinos para, en ese abrazo, abrazar al resto de los argentinos que están en el estadio y que lo siguen por TV desde todo un país? ¿Cómo exigirle a la mente ponerse en blanco para acomodar tantas sensaciones? ¿Cómo no pensar que se puede seguir llorando aún cuando las lágrimas se secan? ¿Cómo no entender a Juan Martín Del Potro si lo que acaba de hacer en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 no lo entiende ni él mismo?
Hay un argentino que se aseguró una nueva medalla y que, por ahora, es el único acompañante de Paula Pareto en el recuento final. Pero más que eso, en el Parque Olímpico de Barra de Tijuca hay un argentino que le ganó a todo (y a todos) y que se metió en la final del tenis para definir hoy no antes de las 15.30 en la cancha central nada menos que la medalla de oro. Ese argentino, que enfrentará al británico Andy Murray, el campeón de Londres 2012 y uno de los mejores tenistas del mundo, está absolutamente desbordado por la situación. Se ríe y se agarra la cabeza. Mira a todos lados y sólo ve en celeste y blanco. Observa a su alrededor y disfruta con la gente que le acaba de inyectar una dosis de fuerza sobrenatural para poder vencer a Rafael Nadal por 5-7, 6-4 y 7-6 (7-5). Después juega a tirar pelotitas a la tribuna. Y se abraza con más argentinos. Y siente que el cielo lo tiene un poquito más cerca…
Después de la victoria “tranquila” de Murray sobre el japonés kei Nishikori por 6-1 y 6-4, llegó el éxtasis, la adrenalina, las emociones. Todo encerrado en un muy buen partido de tenis jugado por momentos a una velocidad muy alta y con dos planes perfectamente definidos por cada jugador: Del Potro y la apuesta permanente a su drive para debordar en potencia a Nadal; Nadal y el drive con top para lastimar sobre el revés de Del Potro y tratar de abrilo lo más posible para definir por el otro lado.
Para el primer set se podría hablar del buen arranque del tandilense, de la recuperación del mallorquín, de los errores no forzados con el revés de uno y de la defensa y el contrataque del otro. Para el segundo habría que referirse a los tres cañonazos de Del Potro que le permitieron ir derecho a obtener ese parcial. Y para el tercero habría que decir que a la monotonía y la estrategia hasta el 4-4 se pasó a una montaña rusa infartante.
Porque primero Del Potro quebró el servicio y se puso 5-4 y saque para definirlo. Acertó tres primeros pero Nadal se lo ganó en cero. Enseguida el ex número 1 del mundo quedó 40-0 abajo con su servicio pero levantó ese game. Y fueron al tie break. Ventaja de Del Potro (6-4) y un match point desperdiciado con algo de mala suerte. Y otra ventaja (6-5) y el segundo match point que Nadal regala con un drive que se le va ancho y que desata la fiesta adentro con Del Potro, afuera con los hinchas y más afuera con los hinchas que habían salido del basquetbol y que se quedaron en los alrededores de la cancha para seguir el tie break en sus celulares.
Acá, entonces, ya no sirve hablar de estrategias, de top, de golpes planos. De rankings o de historiales. Lo que recién termina de concretar Del Potro es uno de los triunfos más importantes de su carrera y que se puede comparar con la conquista de Flushing Meadows en 2009 (hasta hoy, su único Grand Slam) o con el bronce olímpico ganado en Londres 2014 (hasta ayer, su única medalla olímpica).
Por eso se entiende tanto festejo en una semana soñada que había arrancado con el excelente nivel mostrado ante Novak Djokovic, con la irregularidad evidenciada frente a Joao Sousa, con el menor a mayor con el que construyó el triunfo contra Taro Daniel, con la otra vez muy buena producción ante Robero Bautista Agut y con la victoria suprema conseguida frnete a quien le había ganado ocho de los 12 partidos que habían disputado anteriormente.
Le queda nada menos que Murray al mejor de cinco sets. Le queda un jugador -como Djokovic, como Nadal- de otra dimensión. Uno que está en la cumbre desde hace bastante tiempo y al que él mismo ya superó en dos de sus siete enfrentamientos (el último fue para el argentino en los cuartos de final de Indian Wells 2013). Pero Del Potro también es un galáctico. Y, además, en Río de Janeiro se recibió de olímpico. Ese, quizá, sea su plus.
Ag. de Noticias: Clarín
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