Veintitrés años después, Guns N’ Roses redobló la apuesta en River. La banda californiana tuvo su regreso con gloria al Monumental, frente a un público rendido a sus pies y con Steven Adler como invitado; repetirán esta noche
Estaba mirar con cierta perspectiva para notar que no se trataba de un recital más. Desde muy temprano, cientos de fanáticos de Guns N’ Roses buscaban su lugar dentro del estadio de River Plate, en Núñez.
Algunos seguían el pulso nostalgioso de esos ya legendarios shows que habían ocurrido allí mismo, en 1992 y 1993; y también estaban los «debutantes», los que no habían visto a Slash y a Axl Rosecompartiendo escenario y creyeron que nunca iban a hacerlo.
A veces lo imposible es también relativo. Por eso, el «no en esta vida» que el cantante respondió alguna vez cuando le preguntaron si había chances de reunión con el guitarrista, le dio nombre a esta gira que los trajo de regreso.
Con cierto sarcasmo, sí, pero también con urgencia por encontrarle una salida a la marca Guns N’ Roses, con la necesidad de regresar a la comunión de la banda que surgió en medio de la escena glam californiana de mediados de los 80.
Todo pasó demasiado rápido para ellos: el éxito, la leyenda, los excesos y también esa distancia de dos décadas que ahora suena como un punto y coma. Y que sonó como un punto y coma en River, en ese mismo lugar que había visto a Rose y a Slash abrazarse por última vez antes de la tormenta y la separación, en el final del Skin & Bones Tour, en julio de 1993.
Frente a un mar -literal- de personas ansiosas por verlos y escucharlos, la alguna vez «banda más peligrosa del planeta» irrumpió en escena. No, no fueron puntuales esta vez: el show arrancó 47 minutos más tarde de lo previsto. Imposible saber qué estaba sucediendo entre bambalinas, pero la espera hizo recordar la época de oro del grupo, cuando mantenían en vilo a su audiencias hasta el último minuto. Porque así también construyó Rose su propia estampa de estrella de rock.
El ruido y la furia
Si la demora fue estratégica, surtió efecto. Con su público en estado de ebullición, el pogo no se hizo esperar cuando sonó «It’s so easy». Lo inmediato fue otra gema de Appetite for Destruction, «Mr. Brownstone», y el salto temporal con «Chinese Democracy». Y allí estaba Slash, enorme, abstraído del mundo pero preciso, tocando una canción que le es ajena con la misma pasión.
Lo que vino luego fue la furia de «Welcome to the jungle». Ahora sí, la llama estaba encendida, y apenas bajó un poco con «Double Talkin’ Jive», un tema de Use Your Illusion que dejó en primer plano nuevamente al guitarrista de la galera eterna. Así fue el juego durante toda la velada, con el reflector yendo de una figura a la otra con milimétrica precisión para no herir suceptibilidades.
«Better» sonó algo desprolija, con un Rose que no llegaba a encontrar el tono adecuado, pero ahí estuvo «Estranged» para redimirlo con sus cambios de clima y su tono épico y profundo. «Live and let die» volvió a encender el fuego, y puso a la banda a pleno entre fuegos artificiales, luces enloquecidas y aullidos. Y «Rocket Queen» también fue muy bienvenida por el público, que coreó cada estrofa como si fuera la última.
Tras «You could be mine», fue tiempo de que Duff McKagan tomara el centro de la escena. El bajista -uno de los artífices de esta reunión- asomó con un fragmento de «You can’t put your arms around a memory», de Johnny Thunders, para luego invitar al punk puro y directo de «Attitude», de The Misfits. De nuevo, todos a sus lugares para dar sentidas versiones de «This I love» y «Civil War».
Los fans más acérrimos de Guns N’ Roses tocaron el cielo cuando la batería de Frank Ferrer emuló el latido de un corazón: «Coma», esa perla de más de 9 minutos que cierra Use Your Illusion I, iba a ser interpretada por primera vez en Buenos Aires.
Rose puso, una vez más, a prueba su capacidad vocal y salió más que airoso, y Slash se ocupó de construir los climas con enorme maestría.
«Sweet child o’mine» volvió a sonar fresca y tierna, y le abrió paso a la sencilla pero siempre efectiva «Used to love her». Y entonces, fue momento de que el invitado especial de la noche ingresara al escenario: Steven Adler, baterista original de la banda, apareció con su melena rubia y su eterna sonrisa para demostrar que su swing sigue intacto. «Out ta get me» fue salvaje, filosa y violenta, lista para dar pelea.
El aplauso cerrado y el olé olé olé no se hizo esperar, como una suerte de pedido de justicia para el gunner perdido pero también como un agradecimiento por el exclusivo regalo.
El cierre asomó con un duelo entre Slash y Richard Fortus en una versión instrumental de «Wish you were here», de Pink Floyd, y siguió con el hombre de la galera frente a Rose, sentado al piano, para hacer el final de «Layla» e introducir «November rain».
Continuó «Knockin’ on Heaven’s door» y la bocina anticipó la llegada de «Nightrain». En el medio del tema, Rose hizo una pausa que trajo a la memoria el toallero que voló al escenario en su primer show en el país, en diciembre de 1992.
«Por favor, den un paso atrás», pidió amablemente al ver el modo que el pogo estaba dispersándose en una zona del campo vip, aplastando a los que estaban cerca de la valla. Todos obedecieron,él agradeció y el show siguió adelante. Toda una muestra de intachable madurez, de un lado y del otro del escenario.
Los bises fueron para «Don’t cry», «The Seeker» -un clásico de The Who- y «Paradise City», que tuvo un show de fuegos artificiales, humo y papelitos volando por todo el estadio. Ahora sí, la banda -acompañada por Dizzy Reed en teclados y Melissa Reese en sintetizadores- se despidió satisfecha, entera y aún algo incrédula por lo que había pasado allí mismo, en ese lugar que alguna vez marcó su punto y coma en su historia.
Fuente: La Nación
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