El riff de guitarra que marcó a fuego a una generación. El 6 de junio de 1965 se editó en Estados Unidos un disco simple que se convirtió en uno de los grandes éxitos de los Rolling Stones y del rock mundial.
Insólitamente, Mick Jagger y Keith Richards creían que no era un buen tema y casi lo dejan de lado. En 1965 ya existía la Beatlemanía: las chicas morían por los Fab Four y en sus gritos de histeria podía anticiparse la liberación sexual que se venía en masa. Lyndon Johnson, presidente de los Estados Unidos, lanzaba su enésimo bombardeo sobre el norte de Vietnam, y el Che Guevara dejaba sus cargos en Cuba para revolucionar sin éxito el Congo.
Por acá, en tanto, nuestro Arturo Illia intentaba algunas medidas de corte soberano pero sin la legitimidad del voto popular y con el veto al regreso de Perón, para terminar de cavarse la tumba y ni aún así evitar el golpe de Onganía.
1965. El mismo año en que Alain Delon se daba una vuelta por Buenos Aires y se clavaba una pizza en Güerrín; Bonavena no dejaba de noquear en el Luna Park a quien le pusieran en frente.
La novicia rebelde de Julie Andrews agotaba funciones en los cines de Lavalle; y la farándula local, animada por las bodas híper publicitadas de Cacho Fontana con Beba Bidart, Pinky con Raúl Lavié y Palito Ortega con Evangelina Salazar, festejaba la apertura de Mau Mau, su inminente lugar en el mundo. Era el reinado del Club del Clan y de las buenas ondas.
Ajeno a todo eso, claro, pero también a lo que lo circundaba en el hemisferio norte, un Rolling Stone resacoso se alojaba en un hotel de Florida, Estados Unidos, y antes de caerse rendido por el sueño, dejaba registrado casi por casualidad un riff que cambiaría la historia.
No sólo la de este grupo de ingleses algo pendencieros y decadentistas, sin la fama que después obtendrían de manera rotunda, sino de la propia concepción del rock como cultura juvenil disconforme con su tiempo a la vez que deseosa de más sexo, más experiencias vitales, más todo.
«Era sólo un riff. Lo grabé en un cassette antes de quedarme dormido y pensé: ‘Uh, puede que esté bueno’. Al día siguiente me levanté y al escucharlo me pareció tan bueno o malo como cualquier otra canción del disco que estábamos preparando.
O sea nada especial», recordó luego Keith Richards, autor de ese sonoro bocinazo eléctrico y distorsionado; verdadero altavoz generacional que terminó de redondear como canción junto a Mick Jagger.
Y que todavía hoy (y pese al desgaste infinito al que fue sometido desde entonces) sigue despertando los instintos menores (y superiores) cada vez que suena de improviso en alguna radio o fiesta y lo que se siente en seguida es esa intensidad, ese escalofrío por el cuerpo.
«(I can’t get no) Satisfaction» salió publicado primero en Estados Unidos hace exactamente 50 años, y recién dos meses después en Inglaterra. Desde el principio, lo que se percibió es que se trataba de una canción distinta de las anteriores de los Rolling Stones, talentosos apropiadores del mejor rhythm and blues americano (y contracara mediática de los más atildados Beatles), pero no mucho más eso. Hasta entonces.
«Fue el tema que realmente nos convirtió en los Stones», reconoció Jagger tiempo después. «Pasamos de ser una banda más a ser una inmensa, casi monstruosa. Las bandas siempre necesitan una gran canción. Y nosotros la tuvimos con ‘Satisfaction’.»
Pero, ¿qué tuvo el tema para generar tanto? «Su título, sin duda, es cautivador», reflexionó Mick en aquella misma declaración de 1995. «Y lo mismo su riff de guitarra, muy original para la época, muy pegadizo. Creo que es una canción que capturó el espíritu de los tiempos, la alienación sexual que habíamos empezado a experimentar y que nos empezaba a envolver a todos».
La canción no contó, sin embargo, como ya se señaló, con el primer visto bueno de la dupla. Tuvo que venir Andrew Loog Oldham, productor artístico, mánager y estratega clave del grupo, para convencerlos de sus méritos y casi obligarlos a que la lanzaran como corte de difusión.
«Para nosotros, al principio, no era mucho más que una canción folk. Y a Keith no le gustaba mucho. Pensaba que era muy simple», suele recordar Jagger, que tampoco era muy fan del futuro hit. Como se sabe, ninguna prevención evitó que hiciera igual su camino, llegase rápidamente al tope de los rankings del mundo (fue su primer número 1 en Estados Unidos).
Y que se convirtiera, con el tiempo, en la contraseña inmediata de una logia urbana y transgeneracional que tuvo por acá un favoritismo y desarrollo especial de la mano de Juanse y Ratones Paranoicos, Ciro de Los Piojos, Viejas Locas, la tienda de ropa Little Stone, la hinchada Racing Stones, el ‘viejita rollinga’ de los años ’90, el cheto stone de Belgrano en los ’80 o el boliche Makena (la meca actual), entre decenas de exponentes y lugares de la cultura stone local; rescatada y diseccionada sagazmente en el reciente libro 100 veces Stones, historias argentinas de Sus Majestades Satánicas, de José Bellas y Fernando García.
«Cinco notas que sacudieron el mundo», tituló el semanario Newsweek sobre el tema que terminaría de confirmar el potencial compositivo de la dupla Jagger-Richards.
De ahí en más vendrían muchas otras canciones que rivalizarían de verdad con las de Lennon-McCartney, Brian Wilson de los Beach Boys o Ray Davies de los Kinks.
Pero, curiosamente, tuvo en su leitmotiv principal (el riff distorsionado, casi un electrocardiograma de la disconformidad sonora) un origen no plenamente buscado: «La intención original era que la fuerza del riff lo llevara en realidad una sección de vientos. Por eso le agregué mucho fuzz (saturación) a la guitarra, para que sonara de ese modo. Pero después a Andrew y a los muchachos les gustó y quedó así.»
Una «anomalía fortuita» que junto a la pandereta del colaborador Jack Nitzsche, los golpes secos del batero Charlie Watts, y la entonación nasal y maleducada de Jagger marcaron el nervio del tema y su carácter.
Lo mismo que la letra pergeñada por Mick, básicamente, un hombre tan insatisfecho de lo demás y de lo que lo rodea como de sí mismo. Sensual y perturbadoramente insatisfecho. «Una letra que realmente alteraba a la audiencia mayor que lo percibía como un ataque al status quo», supo describir el histórico locutor de la BBC, Paul Gambaccini, testigo directo de la primera tanda de difusión en Inglaterra, cuando ya el tema se expandía como plaga en las listas de éxitos estadounidenses y se disponía a conquistar el mundo.
¿Cuántas pasadas resiste ‘Satisfaction’? ¿Cuántas veces se puede tocar? «Si te fijás, el riff de ‘Satisfaction’ aparece con matices en más de la mitad de nuestras canciones. Sólo hay una canción; el resto son variantes que van surgiendo.
Por eso pienso que podemos tocarla mañana o pasado en cualquiera de nuestros show y todavía encontrarle nuevos sentidos ahí. Más, considerando que con los muchachos nunca la tocamos igual; siempre le agregamos algo aquí o allá», respondió Keith en 2003.
Y agregó en tono de broma: «Es difícil hablar de las canciones porque nunca tenés claro cómo empiezan, y en el caso de ‘Satisfaction’ tampoco cuándo van a terminar.» La matriz de una experiencia emocional nacida en 1965 y movilizante hasta hoy.
Fuente: Tiempo Argentino
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