GUSTAVO PATIÑO, UN REFERENTE DEL FOLKLORE
Su obra se nutre de huaynos, carnavalitos, sayas, gatos y tonadas. Compone sus canciones y ejecuta los instrumentos andinos más diversos. Pero sigue siendo un músico de culto. Alejado del «mercado», privilegia el contacto directo con la cultura humahuaqueña.
De los recursos que da, generosa, la música andina, Gustavo Patiño toma casi todos. Toca sikuris, quenas, erkes, moxeños, ocarinas, charangos, pinkullos y anatas. Hace huaynos, escondidos, carnavalitos, tinkus, sayas, gatos y tonadas. Hace, ejecuta y compone. Entre los quince temas que pueblan su flamante disco en vivo (Por los caminos) sólo tres escapan a su firma: «Tonada para remedios» (Willy Alfaro), «Cholito pantalón blanco» (Luis Morales) y «Salaque» (anónimo boliviano); el resto lo confirma, por aptitud y conocimiento, como uno de los músicos clave del sentir musical del NOA. Gustavo Patiño no nació en Jujuy. Nació en Lima, un pueblo de las afueras del Buenos Aires urbano, pegado al río Paraná, pero vivió gran parte de su vida besándole los pies a la Quebrada de Humahuaca. También en España y en Córdoba. Gustavo Patiño, un nigromante rubio y canoso de los folklores de alta montaña, es aún –y con todo lo que lleva al hombro– un «tapado» para el folk de masas. «Suele pasar, ¿no? Uno desaparece un tiempo y se complica. Durante el tiempo que viví afuera cambiaron formatos, gente del ambiente, y como muchos espacios aparecen a través de municipios, de gobernaciones, uno va perdiendo contactos», analiza él, buscándole razones a la adversidad.
–Estructuralmente, es un problema casi endémico para la música popular argentina esto de tener que depender de propuestas institucionales. Da la impresión de que, excepto las grandes «estrellas», hay un universo de músicos que son como rehenes de los festivales organizados «desde arriba».
–Dependemos de eso, sí. Y el resto tiene que ver más con la autogestión que con algún particular que nos contrate. Pero estamos acostumbrados a pelearla, a producir nuestros propios espectáculos y mostrar nuestra propuesta musical, que no es sólo una cuestión de sonido y melodía, sino que tiene que ver con querer compartir y decir cosas.
–¿Qué responsabilidad le cabe a usted, en particular?
–Bueno, Mercedes Sosa solía decirme: «Cuando venga a Buenos Aires, tráigame nuevas canciones», y yo no venía, en parte por imposibilidad, y en parte por culpa mía. Uno tiene que ser autocrítico también y no echarle siempre la culpa al sistema.
La insistencia de la Negra es data verosímil. Entre los varios hechos musicales que tiñen la agitada vida de Patiño, está el de haber sido legitimado por la tucumana, cuando aquélla le puso Escondido de mi país a su disco de 1996. También, versatilidad mediante, haber trabajado con Domingo Cura, Sixto Palavecino, León Gieco o Divididos. O haber sido tocado por Jorge Rojas, que no sólo le produjo Por los caminos sino que lo acompaña en uno de sus temas-fiesta, «El chicapeño»: «Si bien mi tronco musical tiene que ver con la quebrada, no tengo reparos en abrirme a otros estilos. He tocado con músicos bolivianos, venezolanos, colombianos, cubanos, y es algo que voy a plasmar en Tiempos de cambio (disco en puerta). Yo creo que haber estado en tantas frecuencias tiene que ver con tener la cabeza abierta, con saber dónde uno está parado, decir lo que piensa y encontrar frecuencias más allá de lo artístico; es muy importante la humana, es donde se encuentra esa comunión con lo musical».
El «caballero de las quenas» –así le dicen– también ha ensamblado talentos con referentes ineludibles de la música del NOA. A Tomás Lipán le produjo el primer disco, y Germán Choquevilca, mártir e icono de la poesía andina, fue casi su alter ego hasta su desaparición física. «Germán es de esas personas que siguen muy vivas; vivíamos a tres cuadras allí en Jujuy y con mi mujer solemos decir ‘Che, vos sabés que me parece que lo vi doblar en la esquina al flaco’. Es muy fuerte». La rémora rápida indica que Patiño y Choquevilca –de quien León Gieco tomó el bellísimo «Ruta del coya»– hacían recitales de poesía. Patiño imaginaba en sonidos lo que el vate desgarrado de la quebrada decía del paisaje, el amor y lo trágico de vivir. «Incluso llegamos a grabar un casete, que es el único registro que existe de Germán. Lo bancó el Coya Mercado con su sueldo de maestro y lo hicimos en cinco horas, tiempo record. La poesía de Germán era épica. Su mirada trágica lo llevó a una muerte joven», evoca.
–Demasiada sensibilidad para vivir. Al revisar la vida y la obra de Choquevilca, se ven puntos de encuentro, por ejemplo, con Eduardo Mateo. Ese continente de tristezas, esa dejadez.
–Sí, y son figuras que trascienden porque Divididos, después de tantos años, tomó una pieza de ese casete que grabamos juntos y lo convirtió en un fragmento de Amapola del ’66, en un nexo de música incidental entre dos temas que yo compartí en el recital que el trío dio en Tilcara en marzo del 2010.
–Más de una vez ha dicho que de donde usted viene el folklore no es moda sino cultura. Es casi un disparador para un debate interminable.
–Hablo de la Quebrada, donde la música es popular y se toca en las calles, en los pueblos, en las fiestas… es algo cotidiano que va más allá de lo comercial. La música es música y sigue funcionando porque está ajena a todo eso… se toca el siku en adoración a algo, no para vender entradas, y eso que viví de chico es muy fuerte en el sentido de la construcción. Después, uno va incorporando cosas y las muestra en un escenario, pero yo no aprendí de los discos, aprendí de eso que viví de chico. El hombre allí está metido en el paisaje, y la música lo relaciona con él.
–El folklore antes del folklore…
–Claro, porque las culturas, al estar vivas, no se cuestionan cosas sino que toman lo que es necesario y punto. Los cuestionamientos empiezan cuando los que están en la vereda de enfrente mencionan que lo que pasa ahí es folklore. No es algo que se pregunte la gente de allí y por eso no se hace moda. Es una cuestión de permanencia, no de hoy sí y mañana no. Por eso mis referentes no son artistas de proyección. Son artistas populares.
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