La lista de Bergoglio, el libro sobre las vidas que salvó Francisco, fragmentos del libro que este miércoles llegó a las librerías en Italia. En él, el periodista italiano Nello Scavo reconstruye las historias de aquellos a quienes el entonces padre Jorge salvó
Inesperadamente, lo vieron aparecer en la transmisión satelital. Desde un monumental balcón la mirada del hombre al que le debían la vida se posó sobre una multitud incrédula. Para ellos fue como si se descorriera un velo. Había quienes no lo veían desde el lejano día del adiós, cuando algunos se embarcaban hacia Europa, otros se refugiaban más allá de las fronteras y hasta se ocultaban en un baúl mientras él desafiaba el toque de queda. Durante cuatro décadas habían buscado la forma de recordar sin sufrir. Casi ninguno lo había logrado.
Vestía de blanco. Dijo que se llamaba Francisco. “Bergoglio ha salvado a muchos, más de cuantos él mismo puede recordar”, me confió pocas horas después un viejo amigo suyo. Se había acabado el tiempo del olvido. Ahora sólo quedaba investigar. Viajar a Buenos Aires y luego desde allí recorrer el hilo de los relatos hasta Uruguay y Paraguay, atravesando los caminos que llevaban a la salvación. Y después seguir buscando, desenterrando historias de vida arrancadas a la oscuridad: el sindicalista comunista, los ex catequistas, el docente universitario, el magistrado, el periodista ateo, los esposos perseguidos porque prefirieron la cotidianeidad entre los pobres a una vida cómoda, el exponente político o el teólogo marxista.
Algunos viven aún en la Argentina, muchos no dejaron nunca de sentirse en el exilio. Y sin embargo, ninguno, comenzando por el restringido círculo de amistades cercanas, ha querido dar una pista. Ni el sobrino, el jesuita José Luis Narvaja, que dirige en Buenos Aires el centro de estudios Thomas Falkner. Ni Alicia Oliveira, magistrada y abogada a la que Bergoglio protegió. Ni el padre Juan Carlos Scanonne, considerado el máximo teólogo argentino vivo, que me contó su historia revelando cómo escapó a la persecución. “Lo lamento, ahora te toca a vos descubrir el resto de la historia”. Una actitud sospechosa. Como si hubiera algo que esconder. ¿Una conjura del silencio para proteger la simpatía en la imagen pública del papa Francisco? Ningún nombre. Ni siquiera una huella, un indicio que condujera a la “lista” del padre Jorge. “Estoy seguro de que comprenderá”, respondían ante mi insistencia. A medida que la “lista” se iba poblando de nombres, de relatos, testimonios de audacia y astucia propios de un agente secreto, tomaba cuerpo la respuesta a una pregunta que se había vuelto obsesiva: “¿Por qué los amigos del padre Jorge han querido callar, cuando tendría que haber sido muy importante para ellos la divulgación de una verdad tan impresionante?
Desde la altura de sus 81 años, el padre Scannone se limita a responder con un “sí” a la hipótesis extravagante que me ha iluminado, pero que por mi mentalidad de cronista –tan distinta a la lógica menos impulsiva de un historiador– me parecía no tener ningún sentido. Se lo pregunto al término de la lega conversación en una pequeña sala del Colegio de San Miguel, aquel que fue el cuartel general de las temerarias operaciones clandestinas. Habíamos hablado de las heridas aún abiertas. De las Madres que cada semana recorren la Plaza de Mayo, de las Abuelas al tanto de niños paridos en los repugnantes corredores de las prisiones y adoptados por familias comprometidas con el régimen, mientras sus padres naturales eran asesinados. Habían hablado de toda una generación archivada bajo trece letras: desaparecidos. El “sí”, pronunciado con esfuerzo por el anciano teólogo jesuita respondía a este interrogante: “¿Los amigos de él callan para no alimentar la sospecha de que, a través de ellos, Bergoglio está tratando de manipular a su favor los hechos que se remontan a los años de la dictadura?»
Durante treinta años, el entonces provincial de los jesuitas, luego obispo auxiliar y finalmente arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, había elegido el silencio. Esto también habla de la forma de entender la libertad que el papa Francisco custodia para sí y desea para los otros. De todos modos, estoy agradecido a ese silencio, porque es la reconstrucción de una búsqueda laboriosa, de los salvados por Bergoglio. La “lista” sigue estando largamente incompleta. La mayor parte de quienes escaparon al destino de desaparecidos construyó una existencia lo más normal posible. El mal fue dejado fuera de la puerta. Cada tanto golpea para entrar. Como en una terapia de desintoxicación colectiva, durante décadas trataron de llenar el vacío de esa locura con la vida, ganada día a día. Algunos, agradeciendo a la buena suerte por el sol que ven frente a sus ojos; otros maldiciendo la culpa que sienten por no haber terminado como muchos en el fondo del Atlántico.
Durante mucho tiempo lo han acusado de haberse inclinado por la otra parte, cobarde y cómplice. Pero por él testifican las voces de la “lista”, esas que desde estas páginas hablan a través de los encuentros personales, las entrevistas, los documentos y las declaraciones ante comisiones de investigación. Algunos entre los “salvados por Bergoglio” pidieron que no se mencionara dónde y cuándo nos encontramos. Otros prefirieron derivarnos a recortes de prensa y memorias escritas que hemos integrado junto a las actas judiciales. Por razones de privacidad que el lector podrá comprender, dada la delicadeza del tema, de algunas reconstrucciones no mencionamos las formas, los lugares y las fechas en las que se hicieron.
Algunos lo llaman “gesta”. Otros, más evangélicamente, “buenas obras”. Es un hecho que habría razones para hablar de un Bergoglio desconocido, del coraje de aquellas noches que desafiaban los operativos militares. De jornadas vividas entre breviarios y puestos de bloqueo, buscando la forma de evitar los controles, despistar a la policía, engañar a los generales. Para llevar sanos y salvos más allá de las fronteras a jóvenes destinados a los mataderos clandestinos.
De todos modos, un interrogante permanecerá sin una respuesta contundente. ¿Cuántos fueron? El padre Miguel La Civita, uno de los de la “lista”, afirma haber visto a Bergoglio “ayudar a muchas personas a dejar el país”. No sólo sacerdotes o seminaristas. “En el Colegio Máximo se presentaban varios personajes, solos o en pequeños grupos, que estaban algunos días y después desaparecían. Decía: ‘vienen por un retiro espiritual’. Y los ejercicios duraban una semana. Comprendí que se trataba de laicos que el padre Jorge ayudaba a escapar. ¿Cómo? De cualquier manera, y siempre asumiendo muchos riesgos”.
Todos los beneficiarios de la protección de Bergoglio dicen haber asistido personalmente a la salvación de al menos otras veinte personas. Los testimonios a veces se refieren a un mismo período; otros, en cambio, son muy distantes entre sí. Para arriesgar una estimación prudente, se diría que el padre Jorge le salvó la vida a más de un centenar de personas. Otras decenas, como veremos, fueron salvadas “preventivamente”, es decir advertidos por el futuro papa antes de que pudieran ser secuestradas. Y a éstos se agregan los que escaparon a la persecución del régimen porque, gracias a las maniobras del padre Jorge, “evitando nuevos arrestos evitó, como cuentan en este libro algunos de los protagonistas, que durante los interrogatorios realizados bajo la tortura pudieran surgir otros nombres, que de otro modo hoy engrosarían la lista de desaparecidos”.
Confío vivamente en que no resulte ofensivo para el interesado, pero la “lista” de Bergogio parece realmente más larga “de cuanto él mismo pueda recordar”. (…)
Pocas horas después de la elección al trono de Pedro, aquella húmeda noche del 13 de marzo de 2013, las páginas de internet de medio mundo hervían de acusaciones, sospechas y conjeturas sobre el papel jugado por Jorge Mario Bergoglio en la época de la dictadura en la Argentina. Volvían a circular viejas fotos comprometedoras y amarillentos papeles que hablaban de debilidades del nuevo Pontífice durante la dramática época de los desaparecidos. Sintomática fue la primera página del Manifesto: “No es Francisco” y el título a toda página ilustrado con la fotografía del nuevo obispo de Roma. Y la explicación: “en su biografía, luces de una opción por la pobreza y sombras de un pasado cercano a la derecha peronista”.
Comencé a indagar esa misma noche. No necesité mucho tiempo para descubrir que las imágenes que lo mostraban con el dictador Videla eran falsas y que los documentos que lo hubieran llevado a juicio olían a podrido.
Indagando en el pasado de Bergoglio, surgieron poco a poco los indicios que me llevaron hasta la “lista”. Era una búsqueda que había comenzado abierta a cualquier posibilidad, tanto positiva como negativa: rehabilitación plena o condena sin apelaciones para el entonces superior de los jesuitas en la Argentina. No me interesaba hacer una hagiografía. De todos modos, como cronista judicial sabía que encontrar una prueba incontrovertible de la connivencia de Bergoglio con los bárbaros que gobernaron la Argentina entre 1976 y 1983 hubiera sido un golpe noticioso sensacional.
Lo admito, descubrir una noticia como esa no me hubiera dado alegría, me hubiera provocado una angustia profunda, sólo en parte compensada por haber logrado una primicia mundial. Sin embargo, una seria reconstrucción de los hechos no admite prejuicios. Y así fue que, en cambio, encontré documentos y testimonios que excluyen cualquier colusión con el régimen; más aún, que evidencian con claridad su ayuda a los perseguidos por la dictadura. Lo reafirmaron voces por encima de toda sospecha: desde el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, al presidente del tribunal que indagó los crímenes de la dictadura, Germán Castelli, pasando por organizaciones notoriamente rigurosas y ajenas a las simpatías “católicas”, como Amnistía Internacional. Mientras la investigación periodística avanzaba surgían, de tanto en tanto, voces de quienes en aquellos terribles años hallaron la protección, decisiva y salvífica, del futuro Pontífice. Como un rumor de fondo que poco a poco se va haciendo más fuerte, a esas voces quise darles un nombre, un rostro, una historia. He buscado datos de estas historias. Una, dos, diez y más historias. Voces de quienes, después de décadas, decidieron no conceder a los represores de entonces una victoria póstuma: las mentiras sobre Bergoglio (…).
Espero que este libro logre un pequeño y valioso resultado: que gracias a los testimonios de la “lista” sepamos con certeza de qué parte se alineó Bergoglio en aquella dramática temporada de sufrimiento de su pueblo. Y mientras trabajaba en este libro, otras historias, otros testimonios se conocieron: ex estudiantes, seminaristas, catequistas, que escaparon a la represión militar. Todos agradecidos a un hombre llamado Francisco, en el que hallaron un apoyo hasta pocos meses antes de su elección como Pontífice romano. En suma, la “lista de Bergoglio” aún no está cerrada.
Fuente: Perfil
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