Sin referirse directamente a los defensores del aborto, la eutanasia y la reproducción asistida, el Papa cargó contra «los que se creen dioses y deciden sobre la vida», ante una Plaza de la Cibeles repleta de peregrinos.
Si algo faltaba para azuzar el malhumor entre aquellos que rechazan su visita por considerarla ostentosa, Benedicto XVI echó más leña al fuego en una arenga que, lejos de ser conciliadora, buscó demonizar a quienes se alejan de la Iglesia. «Hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces y cimientos que ellos mismos, que desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar a cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento», lanzó el Sumo Pontífice durante su primera visita a Madrid para presidir la XXVI Jornada Mundial de Jóvenes (JMJ). Sin referirse directamente a los defensores del aborto, la eutanasia y la reproducción asistida, el Papa cargó contra los que se creen dioses y deciden sobre la vida ante una Plaza de la Cibeles repleta de peregrinos. «Que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor», pidió Benedicto XVI a los jóvenes que viajaron hasta España para participar de la JMJ. Sin la violencia de anteayer, las protestas en Puerta del Sol y en otros puntos de la ciudad fueron desactivadas por los policías que protegen al Santo Padre.
Casi como si se tratara de una estrella de rock, miles de jóvenes católicos de todo el mundo ovacionaron la figura del Papa en la capital de un país arrinconado por la crisis. El líder socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, espera adoptar más medidas de restricción del gasto para ahorrar unos 5 mil millones de euros, mientras el desempleo golpea al 21 por ciento de la población activa y se ensaña con los jóvenes, alcanzando una tasa del 40 por ciento. En su tercera visita a España, el titular del PSOE se acercó al aeropuerto de Barajas para besar la mano de Benedicto XVI. Lo mismo hicieron los reyes y Mariano Rajoy, referente del Partido Popular, quien se alza con serias chances de ser elegido jefe de Estado tras la debacle económica que atraviesa el PSOE.
Precisamente no fueron pocos los chispazos entre el Vaticano y España, donde la Iglesia mantiene ciertos privilegios. Esas idas y vueltas tuvieron la marca de la oposición papal a la ley del aborto o a la del matrimonio entre personas del mismo sexo, impulsadas por el gobierno de Zapatero, que se quedó a medio camino en su proposición de una ley de libertad religiosa.
Desde que aterrizó procedente de Roma, Joseph Ratzinger marcó la agenda en cada una de sus interlocuciones. A los jóvenes les exigió que abrieran los ojos ante la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, remarcó que existe banalidad a la hora de vivir la sexualidad y abogó por construir una sociedad donde se respete la dignidad humana y la fraternidad real. Benedicto XVI también admitió que se vive en un mundo en el que subsisten tensiones y choques abiertos, incluso con derramamiento de sangre, donde no se respeta como es debido el medio ambiente y la naturaleza, y en el que los jóvenes miran con preocupación el futuro ante la dificultad de encontrar un empleo digno.
Por la tarde, en la homilía que brindó en Cibeles, y cuando los jóvenes católicos aparecían en la transmisión mundial prácticamente extasiados, Ratzinger alzó su voz contra quienes se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.
Tras la violenta carga del miércoles en el centro madrileño, y aunque en menor medida, los manifestantes regresaron a la Puerta del Sol. Pablo Soto, un trabajador informático que fue golpeado anteayer por la policía, volvió a la plaza para reiterar su repudio por el gasto público generado por la visita del Papa. «Lo hago porque quiero un futuro mejor para mi país», señaló el emprendedor. «Hoy (por ayer) nos concentramos en Sol y nos han vuelto a reprimir cuando salíamos por la calle Carretas. La policía nos golpeó con las porras, hubo una estampida y me caí al suelo», le cuenta Soto a Página/12. El hombre padece distrofia muscular. Otro cordón policial los esperaba en la plaza Jacinto Molina. «Hoy he tenido más suerte que ayer. Eramos unas 1500 personas. No dejaban entrar o salir a nadie, todas las calles estaban cerradas», agrega y sostiene que lo que quiere es que se respete la Constitución. El artículo 21 de la Carta Magna española señala que todos los ciudadanos tienen el derecho de reunión pacífica y que el ejercicio de ese derecho no requerirá de autorización previa alguna. Sobre la nómina de heridos, Soto apunta que logró ver a siete personas sangrando, fruto de la represión policial. Como ayer, los periodistas se llevaron la peor parte. Un fotógrafo recibió los golpes de la policía mientras tomaba imágenes del desalojo.
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