Sede del cónclave en el que los cardenales se reúnen para elegir al Papa, alberga la monumental bóveda terminada en 1512 por Miguel Ángel y «El Juicio Final»…. El Vaticano estudia «reglamentar» la cantidad de visitantes que pueden entrar a la Capilla Sixtina, la más visitada de las salas de los Museos por los que pasan unas seis millones de personas al año.
«Uno de los grandes desafíos es el del denominado ‘numero chiuso’ (número cerrado); teniendo en cuenta el crecimiento del flujo de visitantes. Debemos sensibilizar a los operadores sobre las otras salas, más que limitar el número, aunque en la Sixtina de cualquier modo será reglamentado», aseguró hoy Barbara Jatta, quien desde el próximo 1 de enero se convertirá en la primera mujer de la historia en dirigir el que, según estimaciones, es el tercer museo más visitado del mundo.
Sede del cónclave en el que los cardenales se reúnen para elegir al Papa, la Capilla Sixtina alberga la monumental bóveda terminada en 1512 por Miguel Ángel y «El Juicio Final», del mismo autor.
Justamente sus obras la convierten en la sala más visitada dentro de un museo que alberga miles de piezas históricas, por lo que Jatta, quien hasta de fin de año se mantendrá como vicedirectora, ratificó la necesidad de regular la cantidad de visitantes, aunque sin mayores precisiones.
«Necesitamos una sensibilización en este sentido. La gran mayoría de la gente va a la galería de los mapas, las estancias de Rafael, luego a la Sistina y luego a San Pedro perdiéndose gran parte de los museos», agregó la designada directora, de 54 años y con un pasado de 20 años como restauradora en la Biblioteca Vaticana.
La capilla, que tuvo varias restauraciones a los largo de sus más de 500 años, fue construida en 1484 para el papa Sixto IV, a quien le debe el nombre, pero fue Julio II quien encargó a Miguel Ángel su decoración, primero con la Bóveda y luego con «El Juicio Final». Ya en 2012, el hasta fin de año director Antonio Paolucci había sugerido la hipótesis de establecer un cupo con el que poder frenar las «amenazas» que enfrenta la magnífica sala del Palacio Apostólico: el polvo, la presión, y el anhídrido carbónico.
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