Un ex soldado norteamericano, que combatió en Irak, fue condenado a cinco condenas perpetuas por violar y matar a una niña iraquí de 14 años y, además, asesinar a toda su familia. Finalmente se confesó y admitió que los traumas de la guerra lo convirtieron en un asesino a sangre fría y que no midió las consecuencias de sus actos. ¿Pueden los soldados cometer semejantes atrocidades debido a la intensa presión a la que son sometidos, o en este caso se trató de un asesino y violador despiadado, que hoy trata de justificar su accionar culpando al Ejército de Estados Unidos?Steven Dale Green, un veterano de la guerra de Irak, purga cinco condenas perpetuas por la violación y muerte de una niña iraquí de 14 años y el homicidio de los padres y una hermana de la víctima. El ex soldado admitió que llegó a creer que los civiles iraquíes no eran humanos, culpando a la violencia extrema en zonas de combate a la que era expuesto todos los días.
«Yo estaba loco», expresó Green desde la prisión federal en la ciudad de Tucson en el estado de Arizona, donde actualmente se encuentra detenido. «Siempre lo tenía presente. No creía que fuera a sobrevivir» a la guerra.
Otros cuatro soldados fueron encontrados culpables en una corte marcial de participar de algún modo en el brutal ataque, ocurrido en 2006. Tres permanecen recluidos en una prisión militar. Green está impugnando la Ley Militar de Jurisdicción Extraterritorial, la cual le permite al gobierno federal acusar a un estadounidense en una corte civil por presuntos delitos cometidos en el extranjero. Fue el primer ex soldado hallado culpable bajo esa legislación. Una corte de apelaciones escuchará sus argumentos el 21 de enero.
Green cuestiona la constitucionalidad de esa ley al afirmar que le confiere al Poder Ejecutivo demasiada libertad de acción sobre el procesado. Los fiscales responden que la legislación debe cumplirse. «Tengo cierta esperanza, pero no me hago ilusiones», aclaró Green, ahora de 25 años. «Espero que eso funcione. Pero, siempre que te dan varias condenas perpetuas, no piensan en dejarte ir».
Green no testificó en el juicio. Durante la sentencia, ofreció disculpas y declaró que espera enfrentar la «justicia divina» cuando muera.
EL EJÉRCITO Y LA GUERRA, ¿LOS VERDADEROS CULPABLES?
El ex soldado, que se disculpó por sus delitos durante la sentencia, aseguró que no tenía la intención de recibir compasión, ni de justificar sus actos. Durante el proceso judicial en 2009, los fiscales describieron el caso como uno de los peores delitos en la guerra de Irak. Pero Green afirmó que lo que hizo fué consecuencia de las circunstancias que atravesó durante la guerra.
El ex soldado de la 101º División Aerotransportada afirmó que sus delitos fueron propiciados en parte por las experiencias que tuvo en el «Triángulo de la Muerte», una zona particularmente violenta de Irak donde dos de sus sargentos fueron muertos a tiros. También citó una falta de liderazgo y asistencia del Ejército.
«Si yo nunca hubiera estado en Irak, no me encontraría hoy donde estoy», afirmó. Green fue dado de baja por «problemas de personalidad» antes de ser enjuiciado. Los fiscales solicitaron la pena de muerte, pero un jurado federal asentado en la ciudad de Paducah, en el estado de Kentucky, emitió en cambio las cinco condenas perpetuas por los cargos que incluyen la violación y homicidio de Abeer Qassim Al-Janabi, de 14 años, y los homicidios a tiros de su madre, su padre y una hermana menor.
UNA VERDADERA MÁQUINA DE MATAR
Green, que abandonó los estudios a los 19 años en la ciudad texana de Midland, ingresó al Ejército luego de obtener en una escuela por correspondencia un diploma equivalente a la secundaria. Recordó que la incorporación fue fácil, por el sentido del deber de defender a su país y por las oportunidades que le ofrecía.
«Creí que estaría renunciando a mi deber si no lo hacía», sostuvo Green. «Tienes una carrera, tienes un empleo. Te da la oportunidad de hacer algo con tu vida». Las autoridades militares asignaron a Green a la 101º División Aerotransportada en Fort Campbell.
Al llegar a Irak, indicó Green, el entrenamiento que recibió para matar, la violencia generalizada y las palabras despectivas de otros soldados obraron para quitarle el carácter humano a la población de ese país. Por eso, este asesino y violador admitió que no sólo los soldados enemigos, sino que también los civiles fueron «deshumanizados» por él, a tal punto que no le importaba si vivían o no.
Un punto de quiebre ocurrió el 10 de diciembre de 2005, cuando un iraquí que parecía tener un comportamiento amistoso se acercó a un convoy de vehículos norteamericanos y abrió fuego. Los disparos causaron la muerte instantánea del sargento Travis Nelson, de 41 años. El sargento Kenith Casica, de 32, fue herido en la garganta. Casica, quien era muy querido por sus compañeros, murió cuando los soldados lo llevaban en un vehículo Humvee a un hospital de campo.
Green confesó que esas muertes lo «pusieron muy mal». En los cuatro meses siguientes al ataque, buscó ayuda para lidiar con el estrés militar y recibió dosis pequeñas de un fármaco para regular la conducta, y la orden de dormir un poco más. En el campamento donde descansaban, según relató Green, abundaban el alcohol y las drogas. El ahora convicto agregó que los soldados en ese lugar se sentían con frecuencia abandonados por el Ejército, además de que recibieron poco apoyo después de las muertes de Casica y Nelson.
UN CRIMEN BRUTAL E IMPERDONABLE
Durante el juicio contra Green, el soldado James Barker testificó que le planteó al sargento Paul Cortez, la idea de ir a la casa de la familia de Al-Janabi. Green, que expresaba frecuentemente el deseo de matar iraquíes, fue llevado con ellos.
Cortez testificó que Barker y Green tenían la idea de mantener relaciones sexuales con la niña y que no habían previsto matar a la familia. Green admitió que en ese entonces tenía «el estado de ánimo alterado» y que «no pensaba más de 10 minutos en el futuro», pues «no me importaba».
Desde la sentencia dictada el 4 de septiembre del 2009, Green fue atacado en la prisión federal de Terre Haute, Indiana, y luego transferido a Arizona. En la cárcel, se convirtió al catolicismo y actualmente intercambia correspondencia con una monja de Louisville.
Describió como una «existencia solitaria» la vida en prisión, donde los otros internos consideran como lo peor a los implicados en delitos sexuales. Green indicó que esa situación vuelve «riesgosa» su vida entre la población general de los reos.
Mientras tanto, Green vive con los recuerdos del ataque que le quitó la vida a una familia iraquí. «Si yo pensara ahora que eso estuvo bien, no sería un ser humano», consideró.
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