Cerca de 20 millones de personas votarán en la que se perfila como la elección presidencial peruana más reñida del último medio siglo. Humala enfrenta a Fujimori.
Con un país partido en dos, y en un ambiente cargado por la tensión y la incertidumbre, cerca de 20 millones de peruanos eligen hoy presidente. El progresista Ollanta Humala y la derechista Keiko Fujimori, hija del ex dictador Alberto Fujimori, condenado a 25 años por violaciones a los derechos humanos y corrupción, llegan al final cabeza a cabeza.
Todos los sondeos pronostican que la de hoy será la elección presidencial más ajustada de los últimos 50 años. Ninguno llega como favorito. El país se ha dividido entre la capital, que apoya a Fujimori, y el interior, que respalda a Humala. Mientras la hija del ex dictador saca la mayor diferencia a su favor en la clase alta y media alta, el candidato progresista gana ampliamente en las empobrecidas zonas rurales andinas. En la clase media la situación se iguala, con Keiko siempre sacando ventaja en Lima y Humala en el resto del país.
Esta ha sido una campaña dominada por los ataques y una guerra sucia lanzada fundamentalmente desde la trinchera fujimorista. La candidata del fujimorismo ha tenido el apoyo mayoritario de los medios, que se han dedicada a atacar sin pausa a Humala y a sembrar el miedo en la población ante un posible gobierno encabezado por el candidato progresista, al que han acusado de todo, desde querer estatizar toda la economía hasta pretender convertir al Perú en una especie de colonia de la Venezuela de Hugo Chávez, un personaje muy impopular en el Perú. La guerra sucia no ha parado hasta el último día. El sábado comenzó a circular en las redes sociales una página web falsa de Gana Perú, el frente progresista que postula a Humala, en la que se anunciaba la estatización de los bancos y los ahorros de la población y se daban vivas a Hugo Chávez. «Ya tenemos a Argentina, El Salvador, Ecuador y Nicaragua, ahora sigue el Perú», decía el falso mensaje atribuido a la agrupación de Humala, refiriéndose a la supuesta influencia que tendría el presidente venezolano sobre un gobierno de Humala. También se hicieron llamadas telefónicas a las casas durante el fin de semana en las que se ponía una grabación con una falsa voz de Humala lanzando arengas a favor de Chávez y anunciando una guerra con Chile. Está por verse si estas burdas maniobras de último minuto tienen algún efecto, que no se descarta sea en contra de sus promotores.
Pero la guerra sucia más fuerte estuvo en los medios. La mayor parte de la prensa se ha jugado sin reparos a favor de Keiko Fujimori. Y algunos de los pocos medios que han respaldado a Humala, como el diario La Primera, han recibido amenazas de muerte al estilo de los escuadrones de la muerte que operaron en la dictadura fujimorista. Los ataques de los medios a Humala no han parado. En la última semana de campaña el candidato fue acusado por un diario, sin otra prueba que el testimonio de un supuesto ex narcotraficante, de cobrar cupos al narcotráfico cuando era capitán del ejército. Fue la última acusación contra Humala, lanzada a pocos días de las elecciones, para intentar desacreditar al candidato que ha levantado la bandera de la lucha contra la corrupción, un flanco débil de su rival. La campaña contra Humala salió de las fronteras peruanas. El subsecretario de Estado para América latina de George W. Bush y el ex presidente colombiano Alvaro Uribe coincidieron en acusar a Humala de recibir financiamiento de Hugo Chávez. Ninguno sustentó la acusación con pruebas.
El viernes se denunció que las conversaciones de Humala con su equipo de campaña habían sido interceptadas. Los teléfonos de Humala y su entorno habían sido pinchados y se habían sembrado micrófonos en su local partidario. Humala ha dicho que solamente los servicios de inteligencia que operan bajo órdenes directas del presidente Alan García están en condiciones de realizar esa interceptación. El gobierno ha negado tener algo que ver, pero la interceptación ha existido y no se ha aclarado quién la ha realizado. La simpatía del gobierno de García con la candidatura de Keiko ha sido evidente.
Luego de su victoria con 31,7 por ciento en primera vuelta, Humala inició un proceso de apertura hacia el centro que lo ha llevado a un entendimiento con el ex presidente de centroderecha Alejandro Toledo (2001-2006), cuarto en la primera vuelta con 15 por ciento, y una serie de profesionales que no estaban en su equipo original. Esa apertura, y las concesiones que Humala ha dicho estar dispuesto a hacer en sus propuestas originales para lograr un gobierno de concertación, han sido criticadas por Keiko Fujimori y la prensa como una muestra de inconsistencia. Entre las concesiones más notorias que ha hecho el candidato de la izquierda está la de archivar su propuesta para convocar a una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Constitución en reemplazo de la Constitución fujimorista de 1993.
Humala ha logrado aglutinar detrás suyo a lo más importante de la intelectualidad del país, encabezada por el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa que, a pesar de sus diferencias con la candidatura progresista y sus anteriores críticas a Humala, ha saludado la apertura que éste ha demostrado y ha hecho campaña a su favor diciendo que el país debe evitar el retorno del autoritarismo y la corrupción fujimorista. Pero si Humala tiene a la intelectualidad de su lado, Keiko tiene a los empresarios. La candidata del fujimorismo ha reclutado para la segunda vuelta a los ex candidatos presidenciales de la derecha, Pedro Pablo Kuczynski, tercero con 18 por ciento, y Luis Castañeda, quinto con 8 por ciento.
No pocos peruanos irán a votar hoy atrapados entre dos temores. Keiko despierta el temor del regreso de la dictadura fujimorista, que marcó a fuego el país con su práctica de violaciones a los derechos humanos y una corrupción sin precedentes, que ha colocado a Alberto Fujimori como el séptimo presidente más corrupto del mundo, según Transparencia Internacional. Y con el triunfo de Keiko, vendría la libertad para el ex dictador Fujimori. Del otro lado, Humala, a pesar del giro moderado que le ha dado a su discurso, sigue generando temor en las clases más acomodadas, temerosas de perder privilegios, y también en una clase media donde ha calado la campaña de miedo desatada por los medios.
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