El caso del sacerdote que confirmaría el «lobby gay» en el Vaticano. Ricca fue designado por el Papa Francisco en el banco del Vaticano. Una revista italiana relata una trama de denuncias y ocultamientos.
«Se habla del ‘lobby gay’, y es verdad, está ahí
hay que ver qué podemos hacer», reconoció el Papa Francisco el pasado 11 de junio, a tres meses de haber asumido como sumo pontífice. Si bien la frase fue pronunciada en un encuentro privado con una confederación religiosa latinoamericana, nadie -ni sus voceros- la desmintió.
Es que resultaba difícil negar la existencia de la «Mafia lavanda», como se la conoce en el Vaticano, ya que dos meses antes se había abierto una investigación penal en un tribunal italiano sobre el tema. En dicha causa figuran doce grabaciones telefónicas que denunciaban casos de corrupción y detalles alrededor de un sistema de orgías, tanto en departamentos privados en Roma y dentro de la ciudad del Vaticano. Las acusaciones apuntan hacia un alto prelado y sus presuntos encuentros con jóvenes, algunos menores de edad.
Pero el caso no consiste sólo en denuncias aisladas sobre algunos curas: la «mafia lavanda» también golpeó al mismo Papa, al ocultar el pasado oscuro de un candidato que Francisco designó en un puesto clave.
El 15 de junio, apenas cuatro días después de reconocer la existencia del «lobby gay», Jorge Mario Bergoglio nombró a monseñor Battista Mario Salvatore Ricca como prelado del Instituto para las Obras de la Religión. En otras palabras, era el hombre encargado de sanear el llamado «Banco» del Vaticano, con acceso a todos los procedimientos y documentos de la institución.
Ricca, de 57 años y originario de Brescia, venía recomendado por un curriculum impecable, habiendo servido en las nunciaturas (misión diplomática de la Iglesia Católica ante los Estados con los que mantiene relaciones diplomáticas) de varios países. Se ganó la confianza de Bergoglio como director de la Via della Scroga, la residencia donde el argentino se hospedaba durante sus visitas anteriores a Roma.
Lo que el Papa no conocía, lo que el lobby gay se encargó de ocultar, fue el paso de Ricca por Montevideo, donde acumuló diversas denuncias por irregularidades, según reveló una investigación de la revista italiana L’Espresso.
El sacerdote llegó a Uruguay en 1999, cuando Bergoglio ya era arzobispo de Buenos Aires. Pero no llegó solo: venía acompañado de Patrick Haari, un capitán de la armada de Suiza al que había conocido en Berna. Juntos, Ricca y Haari pidieron residencia en la nunciatura. El nuncio de Uruguay, Francesco De Nittis, rechazó el pedido. Pero se retiró a los pocos meses y Ricca quedó a cargo interinamente. Pronto le otorgó a Haari residencia en la nunciatura, con una posición regular y salario incluído. No hubo protestas del Vaticano.
«La intimidad de las relaciones entre Ricca y Haari eran tan abiertas que escandalizaban a numerosos obispos, sacerdotes y laicos de Uruguay», publicó L’Espresso. De hecho, el nuevo nuncio (Janusz Bolonek, que asumió en 2000) «encontraba el asunto intolerable e informó a las autoridades vaticanas». Las denuncias no causaron ningún efecto, según la revista.
En 2001, Ricca sufrió una severa golpiza al asistir a un punto de encuentro para homosexuales en el Boulevard Artigas de Montevideo, de acuerdo con la investigación de L’Espresso, y tuvo que llamar a un grupo de sacerdotes para que lo devolvieran a la nunciatura con la cara hinchada. Finalmente en 2004 fue trasladado a Trinidad y Tobago, donde también tuvo problemas con el nuncio, hasta que volvió al Vaticano y fue removido del servicio diplomático.
El lobby gay se encargó de «bloquear las investigaciones» para «mantener el expediente de Ricca inmaculado», según L’Espresso. Gracias a eso, el sacerdote se integró a la Secretaría de Estado del Vaticano donde continuó ascendiendo hasta alcanzar el cargo de consejero de primera clase de la nunciatura, en 2012.
En cuanto a su amigo Haari, la revista consigna que, al ser expulsados de Uruguay en 2001, pidió enviar sus valijas como equipaje diplomático. El nuncio se negó y quedaron en un edificio de las afueras de la nunciatura uruguaya, donde permanecieron por unos años. Finalmente, cuando Ricca, desde Roma, dijo que no quería tener nada que ver con el tema, fueron abiertas: adentro había una pistola, que fue entregada a la policía de Montevideo, y una enorme cantidad de material pornográfico y preservativos.
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