La amenaza militar norteamericana en tierra siria, que tiene poco de asidero material y mucho de propaganda bélica, se encuentra más lejana. En el encuentro entre el secretario de Estado, John Kerry, y el canciller ruso, Sergei Lavrov, se juega la habilidad rusa para hacer pesar su importancia geopolítica y evitar el conflicto.
Como suele decir Walter Martínez, conductor del programa “Dossier” que trasmite la cadena de noticias Telesur, la información que circula desde hace meses sobre lo que ocurre en Siria no es otra cosa que “propaganda de guerra”. Es decir, una de las partes produce noticias todos los días, que se distribuyen en todos los diarios, radios y canales de televisión del mundo. Esas noticias tienen la particular característica de no contar con ninguna fuente mínimamente confiable. No se trata de ningún rebusque semiótico, ni siquiera de un cuestionamiento al “enfoque” informativo. Es más simple. Las agencias internacionales de noticias toman por buenos comunicados de, por ejemplo, el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH). EL OSDH, citado por casi todos los medios internacionales a la hora de contar muertos, batallas, explosiones, avances y retrocesos de los bandos en conflicto, es el trabajo de un solo hombre, un exiliado sirio que desde hace 13 años vive en Londres, dedicado a la venta de ropa en dos locales comerciales propios. Con sus propios ingresos sostiene la “cobertura de la guerra”, a lo que se agrega un “pequeño subsidio de la Unión Europea y de un país europeo que se niega a identificar” según publica, sin sonrojarse, el propio New York Times. Increíblemente, esta es la materia prima con la que la comunidad internacional se entera de lo que pasa en Siria. No está demás anotar que fue este “observatorio” quien primero instaló la versión de que el gobierno de Bashar Al Assad habría usado armas químicas para asesinar a la población de un barrio de Damasco, capital del país.
Sin embargo, el mundo no se quedó sin periodistas. Se trata de una burda y desopilante elección. De hecho, los testimonios de periodistas de carne y hueso que salen de Siria presentan una visión opuesta a la narrada por las agencias. El más reciente es el testimonio de Domenico Quirico, un experimentado corresponsal de guerra del diario italiano La Stampa. Quirico, como casi todos los periodistas europeos, tenía una mirada favorable a las protestas opositoras al gobierno sirio, enroladas incialmente en lo que ya pocos llaman “primavera árabe”. En abril, Quirico fue secuestrado por grupos armados irregulares, los mismos con lo que habían ingresado al país para cubrir el conflicto. Fue liberado el 8 de septiembre. Cinco meses de cautiverio. De vuelta en Italia, sus declaraciones suponen un giro de 180 grados respecto a su visión previa: “Yo era un rehén en Siria, traicionado por una revolución que ya no existe, que se ha convertido en fanatismo y en una obra de bandidos”. El testimonio de Quirico es también relevante porque genera aún más dudas sobre la acusación de que el gobierno de Siria usó armas químicas contra su población. “Un día, en la sala donde estaban detenidos los presos, a través de una puerta, se pudo escuchar una conversación en inglés a través de Skype. […] Uno de ellos había sido presentado ante nosotros como general del Ejército Popular de Liberación en Siria. La segunda, que estaba con él, era una persona que nunca había visto. Incluso la tercera, conectada a través de Skype, no sabemos nada. En esa conversación, se dijo que la operación de los gases en dos distritos de Damasco había sido hecha por rebeldes como una provocación para inducir a Occidente a intervenir militarmente.”
«Desde que el gobierno de EEUU fijó como ‘línea roja’ para un eventual ataque la utilización de armas químicas, la producción de noticias fue puesta al servicio de mostrar al mundo que el gobierno sirio efectivamente las había usado. Hasta ahora, las pruebas no aparecieron.»
Pero ni siquiera hay que ir hasta la prensa europea para buscar testimonios que difieren de la cobertura general. El lunes 3 de septiembre pasado, la localísima FM Nacional Rock, desde el centro porteño de la Argentina, no tuvo mayores inconvenientes en comunicarse telefónicamente con un periodista free lance, argentino, que había estado en Damasco a mediados de año, junto a otros corresponsales latinoamericanos, cubriendo la situación siria para el diario La Nación. El periodista, Santiago Fourcade, quien ahora reside en México, fue contundente al narrar una situación diametralmente distinta a la dibujada en las crónicas pre-formateadas que suelen levantar los medios. “Lo que pasa en Siria no lo indentifico como una guerra civil, sino como muchísimos movimientos insurgentes extranjeros que están aprovechando el momento para obtener ciertos beneficios. Me encontré hace varios meses con un país muy diferente al que la cobertura noticiosa internacional estaba describiendo. Ingresé desde Beirut y me encontré con una ciudad capital que funcionaba sin problema, donde seguía habiendo clases, donde los niños seguían en las calles hasta las 8 de la noche, donde las universidades seguían funcionando. Cuando los periodistas que estábamos ahí nos pusimos a contar esto nos decían que estábamos comprados, que éramos pro régimen. Nada que ver. Me ha pasado de estar en otros conflictos y poder comparar Trípoli, Bengazi, Cairo, Bagdad y esta es una capital que todavía funcionaba con total normalidad. Lo que también pude chequear estando más de un mes y medio allá es que el régimen tiene más poder del que se cree. Los insurgentes han perdido terreno más que nada por sus debilidades. Comenzaron con un discurso democrático, anti Asad, que fue mutando con el correr de los meses cuando ya se supo que gente de Al Quaeda se había filtrado. Es más, una persona con la que hablé ahora me contaba que los retenes de los insurgentes están ya controlado por personas que no hablan ninguno de los dialectos que se hablan en Siria. Son extranjeros totalmente, tienen otra visión y están teniendo problemas con los sirios.”
Todavía más distante de la imagen de un país cerrado, manejado por una dictadura que tiene a su población bajo control a sangre y fuego, es su testimonio del trabajo periodístico en Damasco. “Lo primero que noté a diferencia de Irak y de Libia, es que tuve total libertad para hacer lo que quería. Lo que hizo Asad y que no se dijo en su momento es que en vez de cortar las facilidades tecnológicas, él abrió internet y los periodistas siempre tuvimos acceso para mandar y recibir información, y saber hasta la línea opositora qué era lo que estaba publicando. Nosotros no tuvimos ningún problema para trabajar, en ningún sentido.”
Pero este espejismo informativo (donde millones de personas en todo el mundo creen estar al tanto de lo que sucede en Siria, cuando en verdad sólo están consumiendo dispositivos de “propaganda de guerra”) alcanza también a la política internacional.
Desde que el gobierno de EEUU fijó como “línea roja” para un eventual ataque la utilización de armas químicas, la producción de noticias fue puesta al servicio de mostrar al mundo que el gobierno sirio efectivamente las había usado. Hasta ahora, las pruebas no aparecieron.
Es más, la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas acaba de emitir un informe donde acusa tanto a los rebeldes como al gobierno sirio de cometer “crímenes de guerra” pero se cuida de dictar juicio sobre el famoso ataque químico del 21 de agosto que provocó una matanza de civiles que, según algunos cálculos, habría llegado a provocar 1300 muertes. Hay que desandar los pasos de esta Comisión. Solo tres días antes del ataque químico, la prensa reseñaba que, finalmente, un equipo de especialistas de la Comisión había ingreso a Siria, en acuerdo con el gobierno, para inspeccionar la existencia de este tipo de armas. Concretamente, el gobierno sirio estaba interesado en que la Comisión fuera a la localidad de Jan Al Asal, donde en marzo pasado grupos rebeldes habrían usado gas sarín, según la denuncia oficial. Toda la investigación quedó en la nada cuando se conoció la matanza en Damasco y las fotos de cientos de niños asfixiados recorrió el mundo.
Pero aún más revelador es que, apenas unos meses antes, a comienzos de mayo, surgió una interna dentro de la propia Comisión de la ONU cuando uno de sus integrantes, la suiza Carla Del Ponte (curiosamente, embajadora en nuestro país entre el 2008 y el 2011) no se anduvo con rodeos y declaró que «según lo que hemos comprobado hasta ahora, son los opositores al régimen los que han utilizado gas sarín”. Extrañamente, tratándose de un grupo pequeño de especialistas que trabajan codo a coso, del Ponte fue desmentida a las pocas horas por el presidente de la Comisión, Sergio Pinheiro (brasileño), quien manifestó que “no había evidencias concluyentes”. Por supuesto, la difusión periodística de estas investigaciones fue breve, y no supuso ningún pronunciamiento de los gobiernos occidentales.
Por suerte, además de la construcción mediática y las Comisiones “imparciales” de la ONU existe la política pura y dura. Durante estas horas el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, y el canciller ruso, Sergei Lavrov, están reunidos Ginebra. La amenaza militar norteamericana se encuentra más lejana. La luz de esperanza para que Siria no sea un nuevo Irak se juega en la habilidad rusa para hacer valer su peso regional frente a un gobierno norteamericano que parece haber hecho un mal cálculo geopolítico. El espectro de la guerra fría del siglo XX está de vuelta y trae, al menos por ahora, algo de paz al mundo.
Fuente: Telam
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