El testimonio de una periodista en una Venezuela dividida en dos «A medida que llegaban los fotógrafos mi corazón se paralizaba al escuchar sus historias, al saber que no tenían protección alguna, por la adrenalina que aún corría por sus cuerpos, por el material periodístico con el que contábamos»
¿Que cómo me siento? Pues como Naomi Watts en la película Lo imposible, es decir, llegó una ola gigantesca, me revolcó, me arrastró y aún trato de encontrar el piso para poder pararme, estoy herida, cansada, agobiada. Y es que desde el 12 de febrero hasta la fecha no ha habido un día de descanso dentro del periódico.
Ese día, el 12 de febrero al mediodía, comencé a vivir un déjà vu. Ese recuerdo terrible de los días vividos en abril de 2002 se estaba haciendo presente y no precisamente como una pesadilla. Murieron dos personas, una de cada «lado», si es que se puede decir así; en realidad, murieron dos venezolanos . Ambos en la misma acera, uno mucho mayor que el otro.
La tarde transcurrió entre la noticia de las dos personas fallecidas y mi intento de rescatar a los fotógrafos que estaban en el «campo de batalla»
Temprano habíamos dispuesto que la marcha de la oposición la cubrirían dos fotógrafos y un camarógrafo que casualmente había sido el mejor fotógrafo aquel abril de 2002.
Carmen, Carmen, escucha, Ángel está reportando disparos, escucha. Tacatacatacata, una ráfaga y gritos al otro lado de la radio. ¿Ángel estás resguardado? ¿Dónde están Christian y Manaure? ¿Se llevaron los chalecos antibalas?, pregunté. ¡No!. No pensábamos que iba a pasar esto, me respondieron. Comencé a temblar.
La tarde transcurrió entre la noticia de las dos personas fallecidas y mi intento de rescatar a los fotógrafos que estaban en el «campo de batalla». Uno a uno fueron llegando a la redacción. Carmen, me monté en la camioneta donde trasladaron al muchacho muerto… Carmen, te tengo a los tipos que dispararon… Carmen, tengo unos clips de video, donde sale la locura, cuando disparan, cuando matan al muchacho, las balas las sentía muy cerca de mi cabeza.
La participación ciudadana nos cedía imágenes valiosas y los periodistas investigaban, editaban
A medida que llegaban los fotógrafos mi corazón se paralizaba al escuchar sus historias, al saber que no habían contado con protección alguna, por la adrenalina que aún corría por sus cuerpos, por el material periodístico con el que contábamos. Manden esta galería para la web. Editemos estos clips y hagamos un video, cuidado con el muerto, no queremos mostrar nada amarillista, dignidad ante todo con él y con su familia, les decía a los editores.
Esa noche habría otro muerto, esa noche comenzaría la represión y la fuerza excesiva por parte de las autoridades. Pero especialmente, durante todo el día constataríamos cómo las televisoras y radios del país harían mutis. La sensación de desamparo, de no saber en su totalidad lo que estaba pasando, se apoderó de mí. Y eso que trabajo en un periódico, no quiero imaginarme cómo se sentían los demás.
Llegué a mi casa a la una de la mañana.
El 13 empezó muy temprano. A las 6 el Whatsapp empezó a sonar: mi jefe, los directores, mi familia. Buscamos y analizamos las fotos donde aparecían funcionarios disparando. También encontramos videos que se habían colgado en YouTube y en Facebook. La participación ciudadana nos cedía imágenes valiosas y los periodistas investigaban, editaban. Así produjimos un trabajo de investigación para el periódico del domingo con un video que ya ronda las 600 mil reproducciones y en el que mostrábamos cómo funcionarios del Sebin dispararon a los estudiantes que se manifestaban en el centro la ciudad. Causaron la muerte de dos personas. El domingo, a pesar del cansancio celebramos al ver al presidente Nicolás Maduro hacer una cadena de radio y televisión y admitir que funcionarios no acataron la orden de acuartelamiento.
En el periódico debíamos aguantarnos la tristeza porque las protestas continuaban. Y arreciaron durante la noche
Los días siguientes transcurrieron entre protestas, represión, toma de autopistas y avenidas. Pero también, hay que decirlo, la mitad de Caracas, la mitad del país no le presta atención a lo que pasa a menos que afecte su cotidianidad el bloqueo de una arteria vial. En el oeste de Caracas no pasa nada, es la esquizofrenia de un país dividido en dos hace 14 años.
El octavo día de protesta traería consigo una nueva ola para volvernos a revolcar. A las 6.40 suena el teléfono, hubo un temblor cerca de Caracas, 5.3 en la escala de Richter. Una hora más tarde nos dan la noticia de que Simón Díaz, el cantautor más querido del país, el gran Tío Simón, falleció. ¡A correr! Hay que activar todos los contenidos que tenemos preparados para la web, hay que hacer un suplemento de ocho páginas para el papel, hay que buscar las fotos de archivo.
En el periódico debíamos aguantarnos la tristeza porque las protestas continuaban. Y arreciaron durante la noche.
Después salieron los motorizados a amedrentar a la población. Las calles seguían trancadas con barricadas. Y disparaban a los edificios y no podíamos salir de la redacción…
A las 10 de la noche finalmente llegué a mi casa y las redes sociales eran las únicas que me informaban. Leer en Twitter sobre la represión a los estudiantes y cómo se tuvieron que esconder en los edificios me ponía los pelos de punta. Luego aparecieron los videos de guardias nacionales disparándole a dos personas. Creer que estaban muertas, y recibir los reportes de horror de compañeros que aún se encontraban en la redacción y no podían salir porque pasaban al menos 100 motorizados por el frente de la sede. Fue la noche del horror, no sé a qué hora me quedé dormida.
Hoy estuvimos extremadamente calmados, pero la tranquilidad nos tenía inquietos. Como todo periodista, pienso mal; algo se me escapa. Hoy [por ayer] finalmente llegué a casa a las 20. Llegué sin pasar por barricadas. Veo TV y todo está extremadamente calmado. La tranquilidad me tiene inquieta, no se qué nos espera mañana.
La autora es periodista y directora de Periodismo Gráfico y Audiovisual de Cadena Capriles en Caracas, Venezuela.
Fuente: La Nación
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