Abel Albino es médico pediatra y reside en Mendoza desde hace más de 50 años. Desde esa provincia lanzó, en 1993, un ambicioso proyecto para combatir la desnutrición infantil en el país. Su obra ya se expande más allá de los límites de Latinoamérica.
Esta semana falleció Oscar Sánchez, niño qom del Impenetrable chaqueño que presentaba un severo cuadro de desnutrición, agravado por tuberculosis, meningitis y una aguda neumonía. Con 14 años, pesaba solamente 11 kilos.
“El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz”. Al leer por primera vez esa frase, cuya autora es la Madre Teresa de Calcuta, el médico pediatra Abel Albino se sintió fuertemente conmovido. Hasta tal punto que, según cuenta el propio protagonista de esta historia, ese episodio significó un antes y un después en su vida.
Un lejano día de 1992, mientras caminaba por los pasillos de la Universidad de Navarra, en España, Albino encontró unas hojas de diario donde estaban impresas aquellas palabras de la monja católica de origen albanés que quedaron nítidamente grabadas en su memoria para siempre.
En ese momento estaba realizando un posgrado sobre Biología molecular en Gastroenterología, gracias a una beca de seis meses que había ganado y que le abría grandes posibilidades profesionales.
De pura casualidad, Albino encontró en esas páginas ajadas una pista que lo llevó a tomar una decisión crucial: le hizo abandonar la beca un mes después de llegar a Europa.
Sintió que su destino era servir al prójimo en su país; entendió que debía volver porque cosas importantes lo estaban esperando. El Viejo Continente que deslumbra a todos los que tienen la suerte de visitarlo alguna vez golpeó sin embargo a este médico con aire provinciano, que por entonces tenía 45 años. Veía allí países tan poderosos y “chiquitos” –como él mismo dice– y no dejaba de pensar en su país, en Argentina, tan grande y tan empobrecida.
Albino es un católico fervoroso, guiado permanentemente por su fe religiosa. Una acotación cargada de obviedad por parte de este periodista encuentra una espontánea respuesta de su interlocutor.
–Realmente, usted es muy creyente…
– Sí, gracias a Dios sí (sonríe).
Las reflexiones de la Madre Teresa llegaron a manos de Albino cuando, según dice, él no estaba en paz, perturbado por ese contraste tan marcado que observaba entre Europa y su tierra de origen.
“Me di cuenta de que estaba haciendo una especialidad para la medicina del futuro cuando en realidad yo soy hijo de un país que no tiene solucionado su pasado”, asegura cada vez que debe rememorar ese momento clave en su historia personal.
Es muy probable que para mucha gente resulte difícil comprender que alguien sea capaz de renunciar nada menos que a una beca de formación profesional en Europa. Quizás sea necesaria una alta dosis de sensibilidad, la misma que muestra Albino para asumir naturalmente que su destino está atado al país que no quiso abandonar.
“Sé que podría haberme subido al tren del desarrollo, pero también sé que mucha gente se iba a quedar atrás, y en el fondo del corazón yo soy médico, y soy médico de niños. Habiendo un niño que me necesita, lo correcto era que volviera”, expresa con serenidad.
Servir o servir
Faltaba otro hecho más para que el médico pediatra del que hoy habla toda Argentina tomara, finalmente, la gran decisión de arrancar su lucha contra la desnutrición infantil: tres meses después de dejar su beca, volvió contratado a Europa, pero por segunda vez, renunció. “Era el sueño del pibe”, dice Albino, pero sin embargo volvió a darle la espalda a la posibilidad de proyectarse en el Viejo Continente.
El 17 de mayo de 1992, asistió a la plaza de San Pedro con motivo de la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador en 1928 de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. En esa oportunidad le escuchó decir a Juan Pablo II: “Sigan el ejemplo del beato Josemaría, ocúpense de los más pobres, de los más necesitados”.
Albino vio en esas experiencias vividas en suelo europeo una sucesión de señales que, a esa altura, no le dejaban ninguna duda sobre la misión que debía comenzar en Argentina. Servir a los más pobres. Eso sí tenía un gran significado para él.
Los comienzos
Albino nació en Buenos Aires, pero las obligaciones laborales de su padre, un hombre vinculado con la actividad industrial, lo depositaron a muy temprana edad en su querida Mendoza, el lugar en el mundo al que quedó definitivamente aferrado.
En la Universidad Nacional de Tucumán comenzó la carrera de Derecho, pero al poco tiempo se dio cuenta de que su verdadera vocación era la Medicina, más a tono con los deseos familiares. Obtuvo su título de grado en 1972, viajó a Chile para especializarse en Pediatría un año después y en la Universidad Nacional de Cuyo logró el doctorado en Medicina, en 1987.
Fue justamente en Chile donde conoció a Fernando Mönckeberg Barros, médico nutricionista que a mediados de los ‘70 fundó en su país el Instituto de Nutrición y Tecnología de Alimentos de la Universidad Nacional de Chile (Inta) y la Corporación para la Nutrición Infantil (Conin), entidad en la que Albino se inspiró para iniciar su tarea de este lado de la cordillera.
Bajo la influencia del colega trasandino, que fue su profesor de posgrado, comprendió que los principales tributarios de la pobreza son los problemas neurológicos. Y que los problemas neurológicos encuentran en la desnutrición un inmejorable caldo de cultivo.
Antes de lanzar la experiencia de la Cooperadora de Nutrición Infantil (la versión argentina de Conin), Albino organizó en Mendoza un congreso sobre debilidad mental al que fue invitado Mönckeberg y también el médico Ignacio Villa Elízaga, catedrático de la Universidad de Navarra que había sido su jefe y profesor en el centro de investigaciones de esa casa de altos estudios, fundada en 1952 por Escrivá de Balaguer (actualmente reconocido como San Josemaría, tras haber sido canonizado por el papa Juan Pablo II el 6 de octubre de 2002). Esa conferencia fue el primer paso para comenzar la edificación de una obra que hoy se encuentra en plena expansión.
Mönckeberg dejó en esa oportunidad una enseñanza que Albino considera fundamental: “La única debilidad mental que se puede prevenir, la única que se puede revertir, es aquella creada por el hombre, la debilidad mental del desnutrido”. Frente a una realidad social inquietante, como la que impera en Latinoamérica, la tarea que se proponen el pediatra argentino y su colega chileno no era para nada sencilla. Pero para ellos, la fe es capaz de mover montañas.
Según las estadísticas que repite desde hace años Albino, en América latina hay un 40 por ciento de familias que viven pobreza crítica y un 20 por ciento que viven en absoluta pobreza, situación que imposibilita a los individuos obtener todos los días el sustento que necesitan para comer. Ese escenario compromete a 60 millones de niños en toda la región.
“Los millones de niños que tienen sus necesidades básicas insatisfechas no podrán servirse a sí mismos, no podrán servir a los demás”, enfatiza, y al mismo tiempo remarca que nuestros países no podrán despegar hacia el desarrollo mientras no se salde esa deuda.
Albino hace hincapié en que la principal riqueza de un país es su potencial humano. “Si el recurso humano está dañado, el país no tiene futuro. Es así de simple”, asevera. Pero si hay algo que caracteriza a este médico es su enorme optimismo, cualidad con la que le resulta menos complicado llevar adelante su proyecto.
Todo por un sueño
La sede central de Conin se encuentra en una casona tradicional de dos plantas de la calle 25 de Mayo 859, de la ciudad de Mendoza. Una simple placa indica que en ese lugar funciona la institución, muy cerca del corazón de la ciudad. El edificio está abarrotado de cajas con ropa y alimentos. A pocas cuadras está el modesto consultorio privado de Abel Albino, en la planta baja de un edificio de departamentos, al final de un largo y amplio pasillo. Aquí se lo puede encontrar habitualmente, desde muy temprano, atendiendo a sus pequeños pacientes.
“En Conin yo no tengo sueldo, vivo de mi actividad particular como pediatra y este consultorio es alquilado. Tengo 68 años y 43 como médico”, aclara Albino, cuya jornada de trabajo arranca a las 7 de la mañana. Lo que sigue, es un tramo de la conversación que mantuvimos con el pediatra.
– No debe haber sido sencillo resignar una proyección profesional en Europa. ¿En ningún momento repensó esa decisión desde una perspectiva económica?
–Yo soy fruto de una educación. A mí no me interesa acumular bienes en la Tierra, prefiero juntar algo en el cielo también. Tuve que hipotecar mi casa y la hipotequé, no me pasó nada.
SEnD Hipotecó su casa para poder empezar con esto.
–Y sí, hice macanas interesantes… pero eso le dio tranquilidad a la gente, le dio la seguridad de que estaba haciendo lo que decía que iba a hacer, a partir de una mayor exposición y una muestra cabal de compromiso. Porque las palabras conmueven, pero en definitiva es el ejemplo el que arrastra. Qué ejemplo damos, esa es la cuestión, cuando damos un buen ejemplo arrastramos. Cuando se vio lo que estábamos haciendo, me respaldaron, me rescató medio mundo, todos se ofrecían para levantarme la hipoteca.
– ¿Quiénes lo apoyaron en los inicios?
–Tuve el apoyo de mi madre, mis hermanas, mi esposa, mis pacientes, mis amigos, todos me ayudaron. El peor enemigo de la solidaridad es la desconfianza, pero si usted genera confianza, la gente es solidaria. Nosotros somos serios.
– ¿Alguna empresa lo ayudó?
–Con el tiempo sí, después se encienden los troncos. Cuando usted quiere hacer fuego tiene que comenzar siempre con hojitas, ramitas secas, astillitas, palitos chiquitos, después se encienden los troncos.
– ¿Y el Estado?
–Y después se prende el Estado, que es un tronco grande.
En este sentido, el fundador de Conin es enfático: “No me cabe duda de que esto va a salir adelante el día que nos demos cuenta que todos juntos, los gobiernos, las ONG, el empresariado, las iglesias, las universidades y la comunidad en su conjunto se comprometan. Aquí no hay salvaciones individuales, o salimos todos o nos quedamos todos. Y es muy importante que se formulen políticas de Estado, es decir, políticas que logren mantenerse en el tiempo más allá del paso de los gobiernos”.
En el terreno estrictamente político-partidario, Albino prefiere no manifestar preferencia por ningún candidato. “Usted vio como es nuestro país. Uno se matricula con A y lo odia B, es una cosa demencial lo nuestro. No somos contrincantes, somos enemigos. No debe ser así, pero eso es lo que se sembró durante tantos años”.
Una realidad que duele
Según un estudio del Banco Mundial titulado “Hambre en Argentina”, tras el derrumbe de la convertibilidad en el año 2001, 2,6 millones de niños en las áreas urbanas del país llegaron a sufrir hambre. El 18 por ciento de los hogares que pasaron esa situación correspondía a la categoría de clase media baja.
Consultado sobre la extensión actual del fenómeno, Abel Albino arriesga la cifra de dos millones de niños en “situación espantosa”. De paso, traza un rápido mapa sobre la crisis social del país.
– ¿Según la experiencia de Conin, cuáles son las zonas más afectadas por la pobreza?
–La gente pobre tiende a configurar cinturones de pobreza alrededor de los centros urbanos. El norte argentino es sin dudas uno de los más afectados, porque los pobres emigran hacia las zonas más cálidas, por eso siempre hay más pobres en el norte que en el sur. Y hay más pobres en el este que en el oeste, que es más duro, más agreste. De ahí la mayor profundidad de la crisis social en provincias como Misiones, Corrientes, Entre Ríos y Formosa.
– Uno de los centros de Conin en Córdoba se encuentra en uno de los barrios con situación más compleja, como Villa El Libertador. ¿Qué pueden observar en ese sector de la ciudad?
–Hay mucha droga ahí. Lamentablemente los soldaditos para vender droga son reclutados entre los chicos más humildes, más pobrecitos, menos cultivados intelectualmente.
– ¿Cuál es el menú habitual de una persona pobre?
–El pobre come lo que puede. La clave es que tome leche, eso es lo más importante de todo. Es muy importante que lo hagan durante el primer año de vida, que es cuando se forma el 80 por ciento del cerebro. Si usted adiciona ese recurso durante ese tiempo, está hecho. La idea es atacar el problema tempranamente; hay que prevenir el daño, porque luego es muy difícil repararlo.
– Eso también impacta en los niveles de instrucción.
–Por supuesto, un chico que tiene un cerebro desarrollado en un 40 o 50 por ciento, tendrá posibilidades en la misma proporción. Esos chicos aprenden a sumar y restar, nunca a multiplicar o dividir, nunca entenderán el Teorema de Pitágoras y jamás irán a la universidad. Y con ellos nos quedamos todos. Porque un gran país se hace con miles de niños leyendo, estudiando. Y miles de padres trabajando….
Fuente: La Voz
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