La otra cara de De Vido: de los anuncios a la crísis. Abanicos y frazadas; unos para el verano y otras para el invierno.
De aquellos anuncios rimbombantes que fueron desde la construcción de un tren bala hasta la puesta en marcha de Atucha II a este presente de crisis pasaron 10 años. De aquel Julio De Vido, ministro y superministro de Planificación Federal, a este acotado y alejado de los grandes escenarios, han pasado miles de millones de pesos en subsidios y una crisis en la mayoría de los sectores que manejó.
En la Argentina que construyó De Vido en la última década no se puede hablar por celular sin que se corte un par de veces la llamada. Tampoco es posible estar refrigerado los días de calor intenso; el aire fresco es el nuevo desestabilizador para los ojos del ministro. También lo será el gas cuando llegue el invierno y no alcance el combustible. La red de autopistas o rutas de más de dos manos apenas crecieron en la década ganada, mientras que el parque automotor se multiplicó por varias veces. No aumentó el porcentaje de gente con acceso al agua corriente y menos aún a las redes de saneamiento. Perdió el manejo del transporte después de que los trenes terminaran contra los andenes y no pudo revertir el déficit habitacional. Manejó millones como ningún otro ministro, sea para subsidios o para obras de infraestructura. Pero no pudo revertir las curvas. Más aún, pronunció varias.
Ariel Coremberg, un economista que está a cargo del proyecto Arklems, que investiga la productividad y la competitividad de la economía argentina en coordinación con un equipo de la Universidad de Harvard, dijo que el stock de infraestructura no acompañó el crecimiento. Su colega del IEA, Ariel Casarín, cree que con un proceso lógico y ordenado de inversión, llevará cinco años salir del mal momento energético. Cristian Folgar, secretario de Combustibles del primer kirchnerismo, fue tajante: «Se acabó el dinero y ahora se ve la crisis».
Así se presenta el décimo año de la gestión De Vido al mando de la infraestructura del país. Ya no hay tiempos para otros proyectos faraónicos. Deberá lidiar con lo que hoy existe. Y apelar a que no haga calor o frío. O sincerarse y pedir abanicos y frazadas.
Junto a su colega, Carlos Tomada, ministro de Trabajo, se mantienen incólumes desde el día uno del kirchnerismo en el poder. El 26 de mayo de aquel lejano 2003 asumieron sus cargos. «Cuando una misma fuerza política gobierna durante mucho tiempo, pueden darse los fenómenos de ministros de una década. Con Carlos Menem, Eduardo Bauzá y Carlos Corach estuvieron una década en el poder, aunque en cargos sucesivos. Guido Di Tella llegó a la Cancillería en febrero de 1991 y permaneció nueve años en el cargo, hasta fines de 1999. Algo similar sucede ahora con el kirchnerismo y la continuidad de figuras como Carlos Zannini y De Vido», dice Rosendo Fraga, politólogo y director de Nueva Mayoría.
Desde el momento de la creación por decreto del Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios quedó claro que por esas oficinas pasaría la columna vertebral del kirchnerismo. En 2004, primer año con presupuesto propio, De Vido devengó gastos por $ 5746 millones, 120% más que el Ministerio de Desarrollo Social, entonces encargado de apagar el fuego de la crisis de fines de 2001 y 2002. Al año siguiente, y según datos de la Asociación Argentina de Presupuesto (ASAP) y de la Cuenta Ahorro e Inversión que publica la Contaduría General de la Nación del Ministerio de Economía, la chequera de De Vido anotó $ 9459 millones como gasto anual. En 2006, mientras el presupuesto de los demás ministerios aumentaba entre 20 y 35% interanual, el entonces súper ministro se beneficiaba con 73% de incremento frente al año anterior ($ 16.131 millones).
Fue el hombre elegido por el entonces presidente Néstor Kirchner para ser el gran administrador de la caja estatal. Aquel 2007, De Vido finalizó con un presupuesto de 23.629 millones de pesos. Ya se notaba la impronta que tendría su gestión: más dinero para subsidios al sector privado (transporte y energía) que para obras. En 2007, siempre según datos oficiales, las transferencias al sector privado (subsidios) crecían a una tasa de 60,6% año contra año y totalizaban 17.640 millones de pesos; la inversión real directa subía 38,5% frente al año anterior ($ 5389 millones) y las transferencias de capital, 20,8% ($ 9717 millones). Esa ecuación que entonces se empezaba a dar vuelta -más subsidios que inversión-, se acentuó con el tiempo y determinó el mundo de los servicios públicos que hoy se debate en una crisis. Eso sí, con tarifas baratas.
En 2011, el poderoso De Vido manejaba un presupuesto de 76.424 millones de pesos. Ese año, los subsidios económicos que estaban bajo su órbita -energía, transporte y empresas públicas- anotaron alrededor de 70.000 millones de pesos, un 99% más que en 2010. El ministro no sólo usaba dinero de su presupuesto para subsidiar sino que de él dependían algunos fondos fiduciarios que también derivaban dinero al sector privado. Frente a esa cantidad de ceros en subsidios, el Ministerio de Planificación destinó un modesto número para Acciones para el Desarrollo de la Infraestructura Social: $ 397 millones en todo el año.
En 2012, tras la tragedia de Once, De Vido perdió el manejo del transporte después de nueve años de una errática política sectorial. El presupuesto bajó ($ 71.333 millones) y hasta octubre, último dato disponible, ya lleva gastado $ 62.283 millones con el 71% del presupuesto devengado.
«Para Kirchner, De Vido era un hombre de confianza, ya probado en la década anterior en el gabinete de Santa Cruz. Para Cristina Kirchner, quizá sea un funcionario necesario, al que debe aceptar, por conocer los procesos del kirchnerismo durante un cuarto de siglo. Es claro que, con la Presidenta, el espacio de poder del ministro se redujo, pero igualmente lo mantuvo y no sólo en cuestiones técnicas, sino también políticas, como es el manejo de los fondos que se distribuyen a los intendentes del conurbano», agrega Fraga.
Fueron años en los que De Vido fue la cara visible de la inversión pública estatal. Encabezó centenares de actos y puso su cara y sus Power Point al servicio de los anuncios de obras. Algo similar a lo que sucedió tras la tragedia de Once, que dejó a la vista los fierros retorcidos del sistema ferroviario, los primeros calores de este año mostraron los cortocircuitos de la infraestructura energética.
La receta energética se ha reducido, según varios economistas y especialistas en servicios públicos, a abanicos y frazadas. Andrés Chambouleyron, analista senior de Compass Lexecon, una firma internacional especializada en finanzas y regulación económica, dice que no hay posibilidades de revertir el actual estado de varios servicios públicos en lo que queda de este período presidencial. «Lo único que puede hacer De Vido es sincerar un poco los precios y las tarifas para que se reduzca el consumo de electricidad que es más elástico que el de gas. De esa manera, al ser más caro, bajará el consumo y lo único que podrá evitar es un apagón generalizado», dice. Está convencido de que las plantas que se terminarán el año que viene no alcanzarán a cubrir el aumento de la demanda y que el abastecimiento de la energía tendrá más problemas.
UN MUNDO SIN REGULACIÓN
Casarín, del IAE, refiere otro de los puntos neurálgicos del arrasado mundo de los servicios: la falta de regulación. «Con recursos suficientes, en dos o tres años se reequipara la prestación del servicio. Y recursos privados para hacer negocios son lo que sobran; lo que falta son oportunidades y condiciones para invertir. En las condiciones actuales, todos quieren un retorno muy alto», resume.
Coremberg recuerda que en los 90 había un esquema claro, más allá de estar o no de acuerdo con ese modelo. En los últimos 10 años, continúa, se pasó a un sistema en el que las empresas pasaron a ser gerenciadoras de un servicio público. «No hubo un nuevo modelo de concesiones respecto de los noventa. Lo que se hizo fue parche sobre parche», dice. Algo similar piensa Casarín: «No hay reglas claras, no se estableció qué hace el privado y qué el Estado. Ahora hay que invertir mucho para revertir la situación. Y el Estado tiene poco dinero. Y a eso se suma que la gente no está dispuesta a pagar antes de que la inversión esté realizada.»
Justamente la inversión ha sido, en los últimos 10 años, pero especialmente en los últimos cinco, el gran perdedor frente a los subsidios. Mientras la cuenta de subsidios subió con frenesí, la de inversión se desaceleró. Ahora, el tiempo apremia.
Folgar traza un meridiano en materia energética. Dice que hasta 2007 el Gobierno dejó tallar al actual secretario de Energía, Daniel Cameron, y hubo algunos avances. «Se renegociaron los contratos, por ejemplo de las distribuidoras de electricidad, en 2006. Se hizo una revisión tarifaria parcial. A fines de 2006 se debía terminar la Revisión Tarifaria Integral (RTI) que daría un marco regulatorio nuevo. Nunca se avanzó», detalla. Para el ex funcionario no se trata de un problema de tarifas el que padece el mundo energético ahora. «Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba tienen empresas públicas provinciales y cobran tarifas altísimas para la electricidad. Hoy hay tan mala calidad de servicio allá como acá. Hay un problema de gestión. El Estado no da calidad de servicio. No es bueno al prestar el servicio ni tampoco cuando regula», resalta.
La ecuación de las tarifas es uno de los principales debates en el seno del Gobierno. ¿Qué hacer? «Hay que tener en cuenta que no hay subsidios a las tarifas de transporte y distribución de energía. Las distribuidoras [Edenor y Edesur] no reciben ni un peso de subsidios . Es mentira que les dan millones. Lo que hay es un subsidio al precio de la electricidad y del gas. Es decir, se pueden eliminar los subsidios y se resuelve la mitad del problema, porque la tarifa de las distribuidoras está congelada hace años», opina Chambouleyron.
Jorge Lapeña, ex secretario de Energía, publicó en la última Carta Energética, una edición del estudio Montamat y Asociados, traza un panorama de caídas acumuladas en estos años. «En 2013, la caída de la producción de gas natural es de 5,99% frente a 2012; en petróleo la producción bajó 3,12% en comparación con 2012. Además, se acentúa la tendencia declinante de largo plazo de la producción de hidrocarburos que se inició en 1998 en petróleo con 15 años de caída ininterrumpida y en 2004, en gas natural», apunta.
Este es el mundo que dibujó en el tablero energético el arquitecto Julio De Vido. Él y el Gobierno deberán transitar el camino de la crisis construida . «De Vido sufrió en 10 años el proceso que [Jorge] Capitanich ha sufrido en sólo un mes. La situación lleva tanto al veterano ministro, como al flamante jefe de Gabinete, a ser los voceros del Gobierno frente a la crisis energética», dice Rosendo Fraga. Así y todo hay una salida: abanicos y frazadas..
Fuente: La Nación
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