Un grupo de 10 amigos se reúne todos los días en el mismo bar porteño desde hace 40 años, donde entre interminables torneos de billar, truco o dominó comparten litros de café, se ríen, discuten, hacen trampa y disfrutan el «estar con el otro, que no debería perderse nunca».
«Éste es un tramposo, pero lo dejamos jugar igual», dice cómplice José, de 78 años, que visita el Café y Billar San Bernardo, en el barrio porteño de Villa Crespo, desde hace más de 40 años.
El resto del grupo se ríe, pero enseguida vuelve el silencio: «Los torneos son serios y hay que estar concentrado, sino te miran las fichas y después pagás la ronda», aclara.
Los amigos, que se conocen «desde siempre», no juegan por dinero, sino que el que pierde debe pagar la próxima hora de juego o «apertura de mesa».
«Nosotros venimos siempre desde hace muchos años y jugamos a todo. Hoy estoy contento porque gané al tute cabrero y al dominó», agrega José sonriente mientras se burla de Rafael, de 80 años, a quien todos llaman «el nene».
Para Julio, de 84 años, «los amigos se cuentan con los dedos de la mano: eso de las redes y el Facebook es mentira, nadie puede tener mil amigos. Yo prefiero juntarme, venir, compartir, si alguno falta lo llamamos, nos preocupamos; acá somos una familia», explica el hincha de Atlanta, que después de la reflexión entona un tango para el grupo.
«El San Bernardo es nuestro segundo hogar, acá nos conocemos todos de toda la vida. Los mozos también son amigos, yo venía con mi señora cuando estaba viva y después traje a mis hijos», cuenta emocionado mientras espera su turno para jugar.
La mayoría vive en el barrio, pero algunos viajan para llegar al encuentro. Hugo, el más joven de la mesa, de 57 años, coloca la última ficha y cuenta orgulloso: «Acá venía mi abuelo, después vino mi viejo y ni bien cumplí los 18 empecé a venir yo, porque antes te pedían el documento para entrar», dice.
«Ahora juego con los amigos de mi viejo, que me conocen desde chico y ya son también mis amigos. Vengo todos los días después de trabajar y no sólo hablamos de juego, acá se habla de la vida, de problemas, de minas, de todo», comenta entre risas.
Todos coinciden en que la amistad a través de las redes sociales «no existe»: «Vemos a nuestros hijos o nietos que están con esas computadoras y celulares todo el día, pero eso no es amistad. Nosotros nos llamamos para los cumpleaños, nos vemos todos los días, nada de mensajitos de texto ni ese Facebook de ahora», dice Hugo, un día antes de celebrarse el Día del Amigo.
«Sabemos que la diferencia entre generaciones existe, pero lo de ahora no nos gusta mucho. Preferimos venir y pasar las horas con los muchachos. Los jóvenes de hoy usan las computadoras porque creen que les dan soluciones, pero no saben lo que es un mapamundi».
«Yo no sé cómo voy a hacer este domingo, porque además de juntarme con esta barra me veo con mis compañeros del secundario», interrumpe Julio, preocupado. «Ya no quedamos muchos, pero también nos encontramos siempre», explica.
Luis tiene 80 años y parece el más callado, pero de a poco entra en confianza y cuenta: «Yo era locutor, pero tuve un problema de salud y ya no puedo trabajar. Si dejo de venir acá `parto`, esto es mi vida», dice.
«Vengo todos los días y siempre somos los mismos, yo se que este es mi lugar. Acá te olvidás de todo, te limpiás; yo necesito mi burako, un truco, un dominó y después vuelvo a casa. No siempre nos llevamos bien, a veces discutimos, pero cuando termina el partido nos amigamos», comparte.
Julio no está de acuerdo y dice: «Cuando juegan sucio yo me levanto y espero a que termine la ronda. Suerte que no jugamos por plata, pero a nadie le gusta perder. Hay códigos que se tienen que respetar, eso no cambia», argumenta.
Hugo, que lo escuchaba atento, completa: «Juntarse, mirarse a los ojos, escucharse, estar con el otro; esas son cosas que no deberían perderse nunca».
«El nene» gana esta vez la partida. A Julio le fue mal, debe «pagar» un montón de puntos. Se ríen, mezclan y piden otra ronda de café.
Fuente: Telam
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