Detrás del encanto personal, un papa político, Cuando Jorge Bergoglio terminó sus estudios de química en la escuela secundaria, su madre le preguntó qué estudiaría a continuación. «Medicina», respondió el adolescente de 19 años, según su hermana menor, María Elena
La madre de Bergoglio despejó entonces un pequeño cuarto de su hogar de clase trabajadora porteña para que su hijo lo usara como estudio. Todos los días, al regresar de su trabajo en un laboratorio, el joven se metía en ese cuarto y desaparecía.
Una mañana, sin embargo, su madre se encontró con una sorpresa. En el cuarto no encontró libros de medicina, sino de teología y catolicismo. «¿Qué es esto?», le preguntó. Su hijo le contestó con toda calma: «Es medicina para el alma».
Para el hombre que desde hace dos semanas conduce la Iglesia Católica, el paso de la medicina a la religión fue el primero de los muchos cambios de una carrera que con frecuencia desafió las expectativas de los demás. Y también fue un temprano indicio de lo que los argentinos que conocen a Bergoglio, de 76 años, describen como una voluntad de acero, y que subyace a ese exterior de encanto y modestia.
«Jorge es un hombre político, con buen olfato para la política», dice Rafael Velasco, sacerdote jesuita, ex colega y actual rector de la Universidad Católica de Córdoba. «Su humildad no es una actuación, pero es parte de su gran capacidad de intuición para conocer y leer a las personas.»
El primer papa de América latina es también el primer papa jesuita. Como los sacerdotes de otras órdenes, los jesuitas hacen votos de castidad, pobreza y obediencia, así como un cuarto voto especial de obediencia al Papa. También hacen la promesa de abstenerse de buscar ocupar altos cargos en la Iglesia.
Pero Bergoglio fue ascendiendo sostenidamente en los cargos de liderazgo de su orden y más allá, a veces chocando espadas con sus colegas. Una vez, de hecho, demostró ser tan entrometido que su superior jesuita lo despidió de la escuela donde enseñaba. Tras ser designado obispo, fue ascendiendo en la propia jerarquía de la Iglesia hasta quedar al mando de la arquidiócesis más grande de la Argentina y finalmente ser nombrado cardenal.
A lo largo de ese ascenso, Bergoglio evitó la parafernalia de los cargos que alcanzaba. Como arzobispo de Buenos Aires, tomaba el subte para ir y venir del monoambiente en el que vivía, ya que había rechazado residir en la gran casa que tenía a su disposición. Cuando su nombre emergió como posible sucesor de Juan Pablo II, en 2005, Bergoglio les dijo a su familia y amigos que no quería ser papa. Dijo que le gustaba demasiado Buenos Aires y que no tenía ningún deseo de irse.
Francisco sedujo a millones con su lenguaje sin vueltas, su negativa a usar las vestimentas ceremoniales y su insistencia en pagar él mismo, la mañana posterior al cónclave, la cuenta del hotel donde se alojaba en Roma. Algunos tienen la genuina esperanza de que pueda revivir a una Iglesia manchada por el escándalo y socavada por las religiones rivales y el secularismo.
Al mismo tiempo, subsisten las dudas, y no sólo respecto de la naturaleza exacta de su rol durante la dictadura militar argentina. Algunos también señalan que su descripción del matrimonio entre personas del mismo sexo como «una obra del diablo» es una prueba de su conservadurismo de línea dura.
Entrevistas a sus conocidos revelan el cuadro de un sacerdote devoto y dedicado, cuyo apego escolástico a la doctrina de la Iglesia rara vez desdibujó su enfoque pragmático de la caridad, la compasión y el trabajo social. Pero también revelan a un líder calculador, tan habituado a salirse con la suya que una vez hizo que un tribunal se desplazara hasta donde él se encontraba, en vez de caminar las pocas cuadras que lo separaban del juzgado.
En la arquidiócesis, Bergoglio escaló posiciones rápidamente. Funcionarios de la Iglesia dicen que heredó una arquidiócesis en caos financiero. El nuevo arzobispo demostró de inmediato ser un eficiente administrador, alguien capaz de reencauzar los negocios para que apuntaran más a la labor con los pobres. Entre otras medidas, Bergoglio creó un nuevo vicariato para organizar las obras de caridad y evangelización que los sacerdotes llevaban a cabo en las villas miseria. Más de 30 sacerdotes están ahora permanentemente establecidos en las villas. Al asumir, había sólo nueve.
Su popularidad creció entre los feligreses. Y su perfil político también aumentó.
En 2004, irritó al presidente Néstor Kirchner con un discurso en el que criticó «el exhibicionismo y los anuncios estridentes» de los dirigentes políticos. Durante el conflicto entre el campo y el gobierno de Cristina Fernández, en 2008, se puso del lado de los productores rurales, y se opuso luego al impulso de la Presidenta a la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, aunque sí se manifestaba a favor de una ley alternativa que permitiera las uniones civiles.
Su creciente renombre también renovó los cuestionamientos por su accionar durante la dictadura. Varios abogados de familiares de desaparecidos intentaron interrogar judicialmente a Bergoglio, pero el arzobispo se amparó en una cláusula de la ley argentina que exime a los altos mandos de la Iglesia de la obligación de presentarse ante los tribunales. Así, en 2010, ante la insistencia de los abogados, forzó al tribunal a desplazarse hasta la sede de la arquidiócesis. Allí los recibió, bajo una imagen de la Virgen María y rodeado de otros sacerdotes, a modo de protección.
Cuando Ratzinger renunció, en febrero pasado, muchos pensaron que el momento de Bergoglio ya había pasado por su edad. Su hermana, María Elena, contó que en 2005, cuando el entonces cardenal volvió del cónclave, ella le dijo: «¡Te salvaste!». Este año, antes de partir, Bergoglio la llamó y le dijo: «Te veo a la vuelta».
Traducción de Jaime Arrambide
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