Se buscan fuentes limpias y renovables que sirvan para mitigar el cambio climático y contribuyan a que la Argentina no necesite importar energía. El desafío es grande porque la matriz nacional depende casi en un 90% de los hidrocarburos cuyas reservas durarían hasta el año 2060.
La búsqueda de fuentes renovables de energía tiene varios motivos. Por el lado económico, los combustibles fósiles son recursos finitos que a nivel mundial estarían alcanzando el pico máximo de producción, según una consultora especializada británica. Del mismo modo, el hallazgo reciente de un importante yacimiento de gas no convencional en Neuquén aumentó las reservas energéticas del país, pero su explotación es más compleja que antes y por ello más cara.
Por el lado ecológico, Greenpeace denunció que el sector energético es el que aporta las mayores emisiones de dióxido de carbono, porque se sustenta en la combustión del gas natural, el carbón y el petróleo. Estos gases de efecto invernadero son los que recalientan el planeta, derriten los glaciares, elevan el nivel del mar y generan acontecimientos climáticos más intensos.
Según el Secretario de Energía, Daniel Cameron, las energías renovables en 2008 ocupaban el 2.7% del suministro nacional y se está avanzando para alcanzar al 8%, tal como lo establece la Ley 26.190 sobre la generación eléctrica para el año 2019.
Esas nuevas fuentes se basan fundamentalmente en la energía solar, la eólica, la biomasa y el hidrógeno, entre otras. Para su promoción, la secretaría dependiente del Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios implementa el programa Generación Eléctrica a partir de fuentes Renovables (GENREN) que desde el año pasado licitó la potencia de 1.000 megavatios de fuentes renovables.
A su vez continúa con el Proyecto de Energías Renovables en Mercados Rurales (PERMeR) para financiar empresas de servicios orientados a abastecer al 30% de las comunidades rurales que por estar en lugares aislados no tienen acceso al tendido eléctrico. Por ejemplo, en la provincia de Salta se instalarán paneles solares para 28 escuelas, 14 puestos sanitarios, 6 viviendas de guardaparques y un puesto de gendarmería.
Por su parte, la Subsecretaría de la Pequeña y Mediana Empresa y Desarrollo de la Nación (SEPYME) lanzó una línea de subsidios especiales de hasta $ 150 mil pesos con fondos del Banco Interamericano de Desarrollo.
En cuanto al aporte científico, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) creó este año el Programa Industria de Servicios y Ambientes que incluye entre sus objetivos el desarrollo y la aplicación de energías renovables. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) también trabaja en este sentido, en el ámbito de la agroindustria y la agricultura familiar.
El rol que cumplen estos centros de investigación junto a las universidades y fundaciones es clave para crear conocimiento y soluciones propias que adecuan lo que las comunidades locales tienen con lo que necesitan.
Diversidad de oportunidades
La Asociación Argentina de Energía Eólica resalta que en el país se podría obtener energía eléctrica a partir del viento «en cerca del 70% de su territorio». Desde la década del ’90 las cooperativas eléctricas fueron las que encabezaron estos emprendimientos en la provincia de Buenos Aires y más particularmente en la Patagonia.
Este año la empresa estatal Vientos de la Patagonia I inauguró el parque eólico El Tordillo, con tecnología de fabricación nacional, que produce 60 megavatios y abastece de electricidad a 1.500 hogares de la localidad chubutense homónima. Técnicos del INTI resaltaron el doble beneficio: evita enviar a la atmósfera 470 toneladas de dióxido de carbono por año y ahorra 1,5 millón de pesos que se gastarían en gas o fuel oil.
En el caso de los biocombustibles, el campo argentino tiene materia prima al alcance de la mano, un nicho de mercado internacional para agregar valor a su producción de soja, maíz o girasol, y una forma de aprovechar sus residuos orgánicos para obtener biogás y abono para autoconsumo. Para impulsar su aplicación, la ley 26.093 fue modificada para que desde mediados de este año, el combustible diesel pasara de tener 5% de biocombustible al 7%.
Sin embargo, organizaciones sociales y ambientalistas temen que el furor de los biocombustibles encarezca el precio de los alimentos. Por ello el INTA investiga el comportamiento de cultivos alternativos y la calidad de los combustibles derivados. Incluso el Organismo para el Desarrollo Sostenible de la Provincia de Buenos Aires impulsa un proyecto de ley para sistematizar la fabricación de combustibles a partir de aceite de cocina usado.
Otra tecnología en desarrollo es la del hidrógeno. Un equipo de investigación de la Asociación Argentina del Hidrógeno y el Instituto Tecnológico Buenos Aires logró instalar el primer módulo en la Base Esperanza, en la Antártida. Asimismo, la primera planta experimental que desde 2005 funciona en Pico Truncado, provincia de Santa Cruz, inició una etapa de expansión para operar a escala industrial.
Periodo de transición
El director académico del Centro Tecnológico para la Sustentabilidad de la Universidad Tecnológica Nacional (CTS-UTN), Ariel Carbajal, expresó que «nuestras urbes están construidas en el modelo petrolero». Imaginar un mundo sin ese recurso no es sencillo porque «pone en tela de juicio un problema de fondo que es nuestra relación hombre-naturaleza».
Mientras se acaba el petróleo y se desarrollan fuentes de energías renovables que puedan reemplazarlo en términos económicos y energéticos, la medida más fácil de implementar para todos es la eficiencia energética.
Así lo propuso la organización Ambientate que lanzó la campaña internacional «10:10» en la Argentina para que cada persona, organización o empresa reduzca un 10% su huella de carbono cada año, comenzando ahora. Los consejos son prácticos: desde utilizar lámparas de bajo consumo y apagar las luces cuando no son necesarias hasta viajar más en bicicleta, reutilizar los objetos o evitar los plásticos porque su fabricación también demandó energía y petróleo.
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