Son hombres y mujeres que dan cariño sin exigir nada a cambio. Desde sus posibilidades contribuyen al mejoramiento social al brindar a chicos en tránsito contención, seguridad, apoyo y un techo hasta que se resuelva su situación judicial.
Son familias comunes y corrientes, con o sin hijos, que se embarcan en un doble desafío: por una lado el de abrir sus hogares a bebés, chicos y adolescentes que se encuentran a la espera de una resolución judicial; y, por otro, el de lidiar con la difícil tarea de brindar amor a corto plazo.
¿Cómo funciona el sistema?, ¿cómo se adaptan los chicos? y ¿cómo se maneja el desapego? son algunas de las preguntas que giran en torno a una actividad digna de elogios.
Existen decenas de estos grupos y asociaciones que incursionan gustosos en el mundo de los «hogares de tránsito». Abren las puertas de sus casas con la intención de recibir por un tiempo a chicos que aguardan la decisión del juez que les permita regresar a su familia biológica o ingresar al sistema de adopción nacional.
Luz Capelli es directora de la Asociación Familias Abiertas, vive en Bella Vista, es madre de cinco hijos y desde hace años elige formar parte de este programa. «Nosotros como familias de tránsito brindamos a chicos en riesgo atención de todo tipo y, fundamentalmente, contención familiar durante el tiempo que sea necesario. Nuestra tarea consiste en recibirlos con los brazos abiertos para darles todo el amor posible, como si fueran un hijo más».
Con 18 años de trabajo ininterrumpido, esta organización cuenta con alrededor de 18 familias que se animan a recibir bebés de entre 0 y 4 años de edad y modificar sus rutinas y dinámica diaria. «Por convenio, Ciudad y provincia de Buenos Aires derivan a decenas de niños para que nos hagamos cargo, es un trabajo continuo ya que siempre hay chicos en tránsito», añadió Luz en diálogo con Notio.
De esta forma, buscan contribuir al funcionamiento del sistema de minoridad argentino fortaleciendo los vínculos interpersonales y acercando un techo a chicos en estado de indefensión que no pueden valerse de otros medios. «También es una experiencia más que enriquecedora para nuestros hijos. En mi caso, mi familia lo ve como algo muy lindo y natural, tengo desde el de 17 años que me ayuda a cambiar pañales, hasta la de 2 que lo disfruta como loca. Todos colaboran, se ofrecen para cuidarlos y atenderlos».
Una mano amiga
Sin embargo, su colaboración no sería posible si no fuera por decenas de profesionales de distintas áreas que se ofrecen para prestar asistencia médica y psicológica a los recién llegados. «Cuando recibimos a los chicos nos hacemos cargo de cuestiones propias de la crianza, como salud y educación. Felizmente se nos acercan a más no poder kinesiólogos, estimuladoras y pediatras dispuestas a dedicar tiempo y recursos para los menores en tránsito. Nuestro trabajo se apoya en esa ayuda desinteresada y sincera. Somos todos voluntarios que aportamos un granito de arena a la causa», apuntó Luz.
«Hace poco recibimos a un chiquito con problemas específicos y pasaron sólo días hasta que una profesional experta en esa problemática llamó diciendo que quería dedicarle sus horas de trabajo al nene. Es realmente increíble como la sociedad ayuda, se ofrece y contribuye».
Adaptación y partida
La experiencia plantea situaciones determinantes tales como la llegada y partida del chico a un lugar ajeno y hasta el momento desconocido. «El período de adaptación es una etapa importante y complicada, en la que hay que ayudarlos y acercarlos a ciertas costumbres y modos de vida que pueden ser totalmente distintos a los que practicaban dentro de su familia biológica. Sin embargo se puede, es un trabajo progresivo que demanda esfuerzo», dijo a Notio Ana Spinosa, miembro de la asociación.
Por su parte, otro de los retos que propone la actividad es el momento del desapego, la partida del menor del hogar una vez solucionada su situación legal. «Son mis propios hijos quienes me ayudan y enseñan el tema de la distancia física. Ellos tienen en claro que los chicos que llegan tienen o necesitan una familia, por lo que ven como algo positivo y enriquecedor el tema de la partida. Lo toman con mucha más naturalidad que nosotros, ellos quieren que los demás también tengan una familia propia», aclaró Ana.
«Después de la adopción, sólo mantenemos algún tipo de vínculo si es que los padres adoptivos así lo quieren. Nosotros hacemos este trabajo durante determinado tiempo, si después la familia te quiere llamar claramente puede, pero por nuestra parte no queremos intervenir en el proceso de vinculación y relación con el nuevo círculo. Uno no tiene derecho a seguir llamándolos», aseguró.
Sistema de adopción argentino
Los hogares de tránsito, entonces, median entre la Justicia y la realidad personal de cada chico y funcionan como eslabones de una cadena de trabajo continua y ardua que requiere de esfuerzo y eficacia. Sin embargo, los tiempos parecen eternos y las resoluciones prolongadas hasta el cansancio.
«Creo que el sistema de adopción nacional es sumamente burocrático. Pienso que, fundamentalmente, no se tienen en cuenta los sentimientos de los chicos y que se plantean muchas trabas absurdas de parte de la Justicia que imposibilitan que se concrete el proceso. Si no se actúan con agilidad, vamos a seguir en foja cero», concluyó Ana.
Así funcionan, trabajan y viven estas familias que contribuyen a la sociedad facilitándole un hogar a quienes no lo tienen. Es una experiencia gratificante en la que se convive con distintas realidades, se abrazan enfermedades desconocidas, se le da la espalda al miedo, y se aprende a relacionarse desinteresadamente con el prójimo más necesitado. Digno de sacarse el sombrero.
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