El churrasco, la milanesa y el asado ya no están al alcance de todos los bolsillos. La falta de bovinos en los campos del país es una realidad que no se puede esconder.
Hace poco más de dos décadas, médicos cardiólogos y nutricionistas recomendaban que es mejor que los argentinos comiéramos carnes bovina dos veces por semana en vez de dos veces por día. En una vuelta irónica del destino, el consumo de carne en estas épocas ha caído, aunque más por haberse convertido en «un bien de lujo», dado su precio en carnicerías y góndolas, que por una concientización sobre la relación entre los alimentos y la salud.
El «churrasquito», el «bifecito» y las milanesas; la colita de cuadril, la palomita o el peceto mechado al horno; el asado y el vacío en la parrilla dominguera para muchos han pasado a la categoría de «recuerdos nostálgicos» de la otrora mesa argentina.
¿Qué pasó en el medio como para que los precios vuelen lo suficientemente alto para que hasta las clases más pudientes disminuyan su consumo?
«El problema en el sector ganadero es la consecuencia directa de años de políticas cortoplacistas como controles de precios y límites a las exportaciones. De allí, la fuerte caída de stocks y el consecuente aumento de precios», afirma Eduardo Fracchia, Director del Área Académica Economía del IAE Business School y Profesor del Centro Gobierno Empresa Sociedad y Economía (GESE).
Según el consultor Arturo Navarro, ex presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) y de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP), el alto precio de la carne es la respuesta «a las equivocadas políticas» del gobierno nacional para el sector ganadero desde el 2005.
Alberto Williams, de la de la Asociación de Propietarios de Carnicerías de la ciudad de Buenos Aires, complementa lo señalado por Fracchia sobre el menor stock: «El alejamiento de los pequeños productores de la cría de ganado hacia la siembra de soja» como causa estructural y «la mortalidad de animales producida por la gran sequía, que a su vez influyó en el ciclo biológico», en lo coyuntural.
Pero las críticas apuntan también a los planes del polémico secretario de Comercio, Guillermo Moreno, porque «desde hace cuatro años se llevó adelante una política anti-ganadera cuyos resultados son el cierre de plantas frigoríficas entre las cuales se encuentran empresas cerradas del grupo brasileño JBS», habían advertido hace un tiempo desde Cámara de la Industria y Comercio de Carnes (CICCRA).
El dato duro es que desde 2008, una combinación de controles de precio, cierre de exportaciones y una fuerte sequía, los productores ganaderos empezaron a mandar a faena los vientres, o sea a las hembras que antes se reservaban para reproducción. En pocas palabras: se mandó al matadero a la fábricas de carne. Fue así que hasta 2009, y en apenas tres años, se perdieron 10 millones de animales, de acuerdo a las estadísticas del Senasa. Fue cuestión de tiempo para que los precios salieran disparados hacia la estratósfera económica.
Y los aumentos repercutieron en el consumo. Durante los primeros siete meses del año, la faena total alcanzó las 7 millones de cabezas, lo que implicó un desplome de casi 25% con respecto al mismo período de 2009. Esto implica que se dejaron de faenar más de 2,2 millones de animales.
¿Y qué se debe hacer para que la carne vuelva a estar en la mesa de todos los argentinos?
«Mayor producción» fue la tajante respuesta del Susana Andrada, titular del Centro de Educación al Consumidor (CEC). Por supuesto, el siguiente interrogante es: ¿Cómo?.
Williams es de la opinión de que el gobierno «debería adoptar políticas a largo plazo para la ganadería, principalmente para los sectores de crías». Tal vez lo hizo recordando que nunca se planificó el plan ganadero que en 2003 la Casa Rosada había dicho que lanzaría en marzo de 2004. Además, agregó que es partidario de un «mayor control en la formación de los precios en el primer paso de la comercialización, sea mercado de ascienda, frigoríficos y matarifes, o sea en este primer paso de comercialización».
Desde la vereda de los pequeños ganaderos, Roberto Parma Labour, productor del sur de Entre Ríos, subraya que para que el sector esté incentivado para producir más y mejor debe haber «previsibilidad, un mercado estable hoy día con lo que valen las vacas, créditos a largo plazo fundamentados en que una ternera para que llegue a vaca necesita más o menos 2 años y para que preñe un ternero necesita unos 9 meses más, a lo que hay que agregar que recién se podrá vender o recriar a los 4 o 5 meses de vida; y dichos créditos deberán ser controlados y hecho el seguimiento, para que el destino sea el adecuado».
Parma también afirma que «los créditos pueden ser para compra de vientres o para retención de los mismos, exigiendo sanidad del rodeo que acentúe la lucha contra la brucelosis, la tuberculosis, la leucosis y todas las osis que se puedan, con aplicación de todas las vacunas, además del tacto rectal, selección de reproductores». Y sentencia: «Tenemos un tema vergonzante como país: el promedio de terneros nacidos y criados apenas llega al 50%».
Fracchia, por su parte, opina que «si el gobierno deseara contener los avances de precios podría implementar subsidios a la actividad en el corto plazo o prolongar medidas contraproducentes como el cierre de despachos al exterior». Pero advierte que «eso es sólo postergar el problema, como lo prueba la experiencia reciente». Para el economista del IAE, la solución de fondo «es permitir el ajuste de los precios relativos para fomentar la ganadería y la inversión en proyectos de largo plazo en el sector».
A todo esto, el número que mejor refleja la crisis es que hay poco menos de una vaca por cada argentino, un síntoma del déficit estructural que afronta el país. El diagnóstico más exacto los dio Mario Bargueño, directivo de la Confederación Económica de la Provincia de Buenos Aires y muy ligado a la industria frigorífica: «Si en 1960 había un bife para cada argentino y en 2010 sigue habiendo el mismo bife pero esta vez para alimentar a tres argentinos, entonces algo estuvo mal en todos estos años. Es lógico que los precios están altos».
Mercado interno vs exportaciones
El reciente acuerdo entre Argentina y China en donde se contempla la apertura de las exportaciones de carne hacia el gigante asiático, pone nuevamente en escena la incógnita si la producción argentina puede abastecer su mercado al tiempo que abastece los mercados internacionales.
Para Williams, «la demanda interna debe tener un papel primordial, en el sentido de que protegerla debe ser fundamental. Y el excedente que sea para la exportación pero siempre que esté cubierta la demanda interna y los argentinos no dejen de tener carne en su mesa».
Un ejemplo válido de camino alternativo es el que presenta Parma Labour. «Se podría imitar lo que hace Uruguay, que es destinar los cortes de menor valor al mercado interno, entre los que se encuentra el asado, que es parte de nuestro folclore alimentario, mientras que el corte conocido como «pistola» es el más consumido por mercados selectivos». Y añade: «La llamada cuota Hilton incluye los cortes del cuarto posterior al que se le agregan los bifes anchos y angostos, que completan la pistola o revolver que parece todo el cuarto posterior más la mitad del espinazo».
Importante es saber que según los pronósticos de las agencias internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) las perspectivas mundiales del comercio de carnes de aquí al 2020 son excelentes dado que el consumo de proteína animales, sobre todo las bovinas, seguirán en aumento.
Es por esto que de la realidad se desprende que de cumplirse el pronóstico y de no mediar políticas que fomenten la producción, Argentina deberá elegir entre el mercado interno o el externo, porque no dará la cantidad de bovinos para satisfacer ambos mercados. De lo contrario, sólo la gente de muy altos ingresos podrá seguir saboreando el gran churrasco argentino.
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