La pobreza tiende sus redes y se convierte en una trampa, de la que es difícil escapar. Según un nuevo estudio, la vida precaria de la pobreza restringe el nivel de aspiraciones, a la satisfacción de necesidades básicas, y esa falta de aspiración hace que la pobreza se haga perpetua.
La pobreza es y ha sido, una de las cuentas pendientes de las democracias modernas en los últimos tiempos. Algunos gobiernos han decidido combatirla dadas la posibilidades de acción, mientras que otros, en cambio, prefirieron ignorarla. Cualquiera sea la excusa del por qué ciertos países presentan elevados índices de pobreza, lo innegable es que se trata de una realidad grave que ataca los valores más nobles del pensamiento humano.
Tradicionalmente, las investigaciones de las ciencias sociales sobre «cómo combatir la pobreza» ponían énfasis en la acción estatal. Según estos trabajos, una de las maneras de reducir la pobreza es distribuir el ingreso y garantizar la alimentación mínima indispensable. Políticas más profundas, en todo caso, deben además disminuir las brechas educativas entre los que menos y más tienen, y lo mismo vale en el acceso a la salud y la formación de capital humano. En términos generales, se intenta argumentar que es la ausencia de posibilidades externas, en alimentación, educación y trabajo, lo que genera pobreza. Un estado ausente en materia de equidad y justicia social dirán. En la medida en que las opciones existan, que se cree la posibilidad, la pobreza descenderá.
Pero esto puede ser cierto en parte, o al menos, no suficiente. Sin lugar a dudas la existencia de posibilidades y la creación de las mismas es una condición necesaria para combatir la pobreza. Una buena alimentación es necesaria para el desarrollo esencial y posibilita el acceso a la educación. La educación y la alimentación, permiten un uso correcto de las libertades individuales y agregan valor al proceso de producción. Ese fue el camino llevado a cabo por varias naciones que en el pasado lograron superar las denominadas trampas de pobreza. Sin embargo, nuevos estudios llaman la atención sobre un aspecto poco estudiado.
Un trabajo reciente elaborado por el economista Patricio Dalton (en colaboración con otros autores) realizado en la Universidad de Warwick, Inglaterra, argumenta que la existencia de la pobreza afecta las aspiraciones de la gente negativamente. El argumento de Dalton es el siguiente: si bien es deseable y necesario que un estado construya hospitales y escuelas en una zona dada, esto puede no tener los efectos esperados a pesar de que esté generando la oportunidad de progreso allí fuera. ¿Por qué? Porque, según Dalton, las condiciones iniciales en las que nacemos son determinantes en nuestra construcción psicológica, y un individuo que nace en condiciones desfavorables puede estar siendo afectado con aspiraciones bajas, o lo que es lo mismo, no se animará a intentar salir adelante porque cree que no puede. En estos términos, se sostiene que no alcanza con generar oportunidades «per se», sino que se debe convencer a los individuos de que se trata de oportunidades genuinas sobre las cuales deberían creer. Algo muy parecido, pero en materia política, ocurrió con el slogan de campaña de Barack Obama (/yes!, we can!-/ ¡sí! ¡Podemos!).
En la práctica ocurre que en las zonas afectadas por la pobreza, los individuos no creen que tomar determinadas decisiones pueda alterar su destino. Por ejemplo, las preguntas que suelen escucharse son: ¿debo asistir a la escuela? ¿Qué cambia hacerlo? ¿Debo esforzarme en el trabajo? ¿Para qué? Es por este motivo, que la salida de la pobreza se caracteriza no sólo porque exista la posibilidad de cambio, sino que además los individuos deben creen que es posible lograrlo. En palabras de Dalton: la vida precaria de la pobreza restringe el nivel de aspiraciones a la satisfacción de necesidades básicas, y esa falta de aspiración hace que la pobreza se haga perpetua. Si hay expectativas bajas, las acciones tendrán a ser bajas.
Aquí el mensaje para el rol del Estado es directo: atención con la creación de trabajos. No se trata del trabajo por ser trabajo en sí mismo, sino de cómo se siente el individuo haciéndolo y que perspectivas cree él que tendrá a futuro.
A nivel local, vale la pena mencionar la diferencia conceptual entre antiguos planes para aliviar la pobreza y la presente Asignación Universal por hijo. Si bien es cierto que en lo inmediato se redujo la pobreza vía el efecto monetario, un segundo efecto de mediano y largo plazo bien puede haber sido el cambio en las aspiraciones de los individuos. Muchos de los beneficiarios de este plan, reintegrados al sistema educativo, argumentan haber descubierto una nueva realidad que tiempo atrás les era inexistente. La posibilidad de realizar estudios y capacitarse, y la idea de encontrar luego un empleo, ha sido un testimonio frecuente por varios de ellos.
En un estudio llevado a cabo por el CONICET y otras instituciones, los testimonios de los beneficiarios del plan funcionan de evidencia empírica: «El mate cocido ahora se los corto con leche.» «Este año le compré zapatillas para empezar las clases». «Los fines de semana toman leche con galletitas dulces.» «Ahora tienen una cena más, así son cuatro en la semana.» «Les compré por primera vez botas de goma para que no se mojen tanto los pies.» «Ya no hago más la calle.» Lo notable, por tanto, es cómo se ilustran algunas de las modificaciones profundas en la vida cotidiana de esas personas.
Y ese cambio notable, es algo que no se podría lograr vía la caridad o el diezmo, porque lo que hacen esas medidas es precisamente perpetuar las aspiraciones en niveles bajos. De allí, entonces, sólo se podría esperar más pobreza.
Lo anteriormente dicho es avalado con algunos números. En un trabajo de los economistas Gasparini y Cruces, muestran que en pleno momento de crisis del año 2002, 50 de cada 100 argentinos estaban sumergidos en la pobreza. No obstante, para el 2009, los años de prosperidad y recuperación llevaron a que este número sea de 23 pobres por cada 100, y luego de la implementación de la AUH, este número se ubicó en 19. Así, se estima que el 2010 cerrará con los niveles de pobreza más bajos desde el año 1992 (momento en que el trabajo de Gasparini y Cruces comienzan a medir la pobreza), pero más importante son los resultados de largo plazo que esta medida puede tener al generar oportunidades y cambiar la forma de pensar de la gente. Las perspectivas, en este sentido, son buenas.
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