La única entrevista que dio Bergoglio sobre la dictadura, Forma parte del libro «El Jesuita» de Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti. Allí defendió el papel de la Iglesia y dijo que muchos se enteraron de a poco de lo que estaba pasando
«La noche oscura de la Argentina». Así se llama el capítulo del libro «El Jesuita» sobre la vida de Jorge Mario Bergoglio, que recopila las respuestas que dio en la única entrevista sobre la última dictadura militar en Argentina. Allí, defendió el papel de la Iglesia aunque reconoció que hubo curas que hicieron más que otros por los detenidos y desaparecidos. Según contó a Clarín.com Sergio Rubín, autor del libro junto a Francesca Ambrogetti, fue la única vez que habló del tema en un reportaje.
El papel de Bergoglio en aquellos años –al que acusaban de cierta pasividad- había sido expuesto en el pasado, pero ahora, tras su elección como nuevo Papa, algunos detractores salieron a pegarle con todo. A tal punto que el mismo Vaticano tuvo que rechazar hoy que el Pontífice haya tenido vínculos con los represores de aquellos años.
«Estamos en presencia de una campaña calumniosa y anticlerical de larga data llevada adelante por un medio cuyo origen es conocido y notorio», dijo el vocero papal, Federico Lombari, al leer un comunicado.
Pero es la propia voz de Bergoglio, en el libro «El Jesuita» la que lo defiende mejor que todas.
La denuncia contra el ahora Papa señalaba que tenía una cuota de responsabilidad en el secuestro de dos sacerdotes jesuitas que se desempeñaban en una villa del barrio de Flores, donde nació y se crió Bergoglio.
Era por entonces Principal de la Compañía de Jesús en Argentina y –según la denuncia- les había pedido a los padres Orlando Yorio y Francisco Jalics que abandonaran las villas. Y que, ante la negativa de los curas, les dijo a los militares que los religiosos habían perdido la protección de la Iglesia. La Marina los secuestró en mayo de 1976.
«Si no hablé en su momento fue para no hacerle el juego a nadie», explica Bergoglio, en el libro editado en 2010.
El nuevo Papa no solo negó haber «entregado» a los curas sino que contó que les pidió que «ante rumores de la inminencia de un golpe (…) tuvieran mucho cuidado». Ellos corrían riesgo sólo por trabajar en las villas, explicó. Los jesuitas cayeron en una redrada, pero al poco tiempo, fueron liberados. Los habían torturado. Hoy, Jalics dijo que está reconciliado con el nuevo Papa. Incluso, han celebrado misa juntos.
Bergoglio recordó también que ayudó a muchos a esconderse. «Escondí a unos cuántos. No recuerdo exactamente el número, pero fueron varios», entre ellos, tres seminaristas que encontraron refugio en el colegio Máximo de la Compañía de Jesús de San Miguel donde en ese momento vivía el futuro pontífice.
La pantalla para esconderlos era informar que los religiosos eran trasladados para hacer «ejercicios espirituales».
Incluso, Bergoglio se jugó el pellejo al sacar por la frontera de Foz de Iguazú a un joven que era muy parecido a él. Le dio su cédula de identidad y lo disfrazó de cura con una sotana negra y el clergiman –el cuellito blanco que usan los sacerdotes- para que pudiera exiliarse y lo encomendó a Dios. «Salvó su vida», recordó.
«Hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas. Llegué dos veces a ver al general (Jorge Rafael) Videla y al almirante (Emilio) Massera», señaló.
Y frente a quienes los cusan de haber dado misa a la familia de Videla, Bergoglio respondió: «Me las arreglé para averiguar qué capellán militar le oficiaba la misa y lo convencí para que dijera que se había enfermado y me enviara a mí en su reemplazo (…)
Después le pedí a Videla a hablar con él, siempre en plan de averiguar el paradero de los curas detenidos». «Fuimos cayendo progresivamente» sobre el enfrentamiento entre la guerrilla y el Estado. Recién después del decreto de Isabel Martínez de Perón que ordenaba el «aniquilamiento de la accionar de la subversión», «empezamos a tomar conciencia de que la cosa era brava».
«Algunos obispos se dieron cuenta antes que otros sobre los métodos que usaban con los detenidos», repasó Bergoglio. «Hubo pastores más lúcidos que se jugaron mucho», otros que «comenzaron a moverse en defensa de los derechos humanos» y «otros que hicieron mucho, pero hablaron menos». También «algún otro que fue ingenuo o torpe».
Bergoglio reconoció además que hubo gestiones reservadas, pero insistió en que «las declaraciones del Episcopado no dejan lugar a dudas» de sus inquietudes por lo que pasaba. «Hay una carta pastoral del 15 de mayo de 1976» que refleja la preocupación de los obispos «y una de abril de 1977, que advierte sobre la tortura», recordó.
En la primera, la Conferencia Episcopal Argentina señalaba: «El bien común y los derechos humanos son permanentes, inalienables, y valen en todo tiempo-espacio concreto, sin que ninguna emergencia, pos aguda que sea, autorice a ignorarlos».
La segunda fue enviada el 24 de abril de 1977 por el obispo de Viedma, monseñor Miguel Hesayne al entonces ministro del interior Albano Harguindeguy en la que le decía: «La tortura es inmoral, la emplee quien la emplee. Es la violencia y la violencia es antihumana y anticristiana».
«La Iglesia habló», destacó Bergoglio. Para sus seguidores no hay dudas.
Fuente: Clarin
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