Quedó parapléjico luego de ser herido en una pelea entre barras rivales, a la salida de un baile. Se amenazaron por la red
En la cama Nº 8 de la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Infantil yace parapléjico Axel Ábrigo. No respira. Una máquina lo hace por él.
No se mueve ni habla, y sabe que jamás volverá hacerlo. Pero está lúcido. Tan lúcido que recuerda su última madrugada en movimiento, la del 24 de julio de este año. En su memoria están almacenadas las puteadas, los gritos y el sórdido sonido del percutor que disparó la bala que le lesionó en la médula, postrándolo.
La bala de nueve milímetros que le mutiló la duramadre, la membrana que recubre la médula, y provocó su irreversible parálisis fue una de las tantas que cruzaron Los Mala Junta, la barra con la que Axel se identificaba, con Los Contrapiso.
Antes de irse a las manos, antes de que las armas entraran en la escena, hubo una disputa simbólica: a través de las redes sociales, integrantes de esos grupos se amenazaron de muerte. Pero Axel Abrigo no escribió ni leyó ninguno de esos mensajes: Axel nunca fue a la escuela. Él no sabe leer y escribir.
El baile de la Banda de Carlitos recién terminaba en la Sociedad Belgrano. Eran eso de las 5. Los Mala Junta salieron por el portón hacia la esquina de avenida Alem. Los Contrapiso estaban allí. Insultos, piedras y balas. La Justicia investiga quién fue el autor del disparo fatal: en los dos grupos había armas.
La terapia. Tras el vidrio de la Terapia que lo aisla se lo puede ver: la cabeza levemente caída hacia la derecha, el tubo del respirador que sale de su tráquea; tapado con una sabanita celeste con autitos. Un niño. Ahora, un niño inmóvil, un manojo de enjundia imposible. Antes, un niño silvestre del barrio Cooperativa 22 de Mayo, en Guiñazú.
–Él ve que le levantan la manito, se la mira y llora –dice Martha Ábrigo, la mamá. Ella escapó del papá de Axel. En la huida, dejó 11 niños de todas las edades. Axel creció. como pudo, junto a sus hermanos.
La bala. Aquella madrugada de domingo, Axel ingresó al Hospital de Urgencias. Allí le hicieron la traqueotomía que lo mantiene con vida. Al reparar en la edad, 13 años, fue derivado hacia el Infantil, en Alta Córdoba. Los médicos se aferraron a la esperanza de que la bala no hubiese causado daños irreparables.
–A veces, la inflamación propia del impacto paraliza sin dañar la médula. Pero, lamentablemente, el niño se ha recuperado, neurológicamente está bien, lúcido, despierto, pero de acá (se señala el cuello) hacia abajo no mueve nada– dice Mabel Muguiro, subdirectora del Infantil.
El jueves 11 de agosto, el neurocirujano le extrajo a Axel la bala nueve milímetros de la zona cervical en la que estaba alojada desde aquella madrugada. La munición fue entregada a un perito de balística del Poder Judicial.
Por ahora, Axel es alimentado por una sonda naso-gástrica. Pero en unos días le realizarán una gastroctomía para continuar con su alimentación por un catéter. Mientras viva, nunca se podrá desprenderse del respirador y de la sonda.
A Eva Olivier, la jefa de Terapia Intensiva del Infantil, se le hace un nudo en la garganta cuando habla de su paciente. Sus ojos claros se humedecen al mirar hacia el incierto futuro de Axel. –Nos desespera no saber qué pasará con él–dice la médica.
–A todos nos impactó su historia. Todos tenemos esta carga emotiva extra. Nos desesperamos cuando él nos pide ayuda y no sabemos cómo dársela. Eso nos angustia a todos– agrega.
Uno de 13 hijos. Martha Ábrigo está apoyada contra la pared de azulejos color beige en el ingreso a la Terapia Intensiva. Espera su decimotercer hijo. Para ella, Axel es casi un desconocido con quien pronto, no se sabe cuándo, pero pronto, deberá convivir nuevamente, ayudándolo a cargar la mochila.
–Se pone muy, muy nervioso, no quiere que lo toque, llora –dice Martha–. Le digo «quiere que hablemos papi», y él me dice que no. No lo voy a obligar. No puede hablar, y eso lo pone nervioso a él. Veremos más adelante. Al verse así, que no puede mover su cuerpo, llora. Yo me pongo en lugar de él: es feo. Él me dijo que sabía quién le había hecho esto y que él, apenas saliera de acá, lo iba a agarrar–.
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«Pongo el corazón como una piedra»
En un rancho de Saladillo, un pequeño poblado cerca de Marcos Juárez, vive Martha Ábrigo. Está levantando una casa de bloques: «Tiene esta altura», dice, y pone la mano cerca de su cadera. «Si no la termino, no me van a dar el chico», aclara.
–¿Sabés que lo tenés que llevar con vos para cuidarlo? – le pregunta Día a Día.
–Sí, me lo voy a llevar. Hay un hospital de allá, de Monte Buey, que no tiene problemas en recibirlo por un tiempo, y después me lo llevo a casa.
La mujer tienen 11 hijos en Córdoba, una nena con su actual pareja, con quien tendrá otro hijo en unos meses. Cuando le den el alta a Axel (aún no hay una fecha probable), Martha asegura que se lo llevará al campo para cuidarlo.
–Nosotros no teníamos apuro en la casa. Monedita que iba sobrando, íbamos comprando. 10 ladrillos, una bolsa de cemento… y ahí empezaba a levantar él solo (su actual pareja). Ahora que surgió esto necesito terminarla –dice la mujer, como convenciéndose.
Dice que cuando se sienta junto a la cama Nº 8 de la Terapia Intensiva pone «el corazón como una piedra» para no mostrar flaqueza ante su hijo.
De por vida, Axel necesitará una cama ortopédica, una silla de ruedas, el respirador, un aspirador, la asistencia de un kinesiólogo y de un neurohabilitador y condiciones de higiene extremas. «Una mini terapia», sintetizará la médica Ana Oliver.
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A beneficio
El caso de Axel conmovió al barrio, que organizó bailes a beneficio del chico y de su familia, que carece de recursos para cuidarlo en su estado. Fue a la salida de un baile de La Banda de Carlitos en la Sociedad Belgrano que se enfrentaron su barra, los Mala Junta, y los Contrapiso. Hoy LBC es auspiciante de los bailes a beneficio del chico.
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