La Navidad nos pone de cara a la esperanza, pero también refleja una realidad que es difícil de sobrellevar en nuestra vida cotidiana… Una sentida carta de Navidad:
Pido perdón por esta intromisión. Estas líneas no intentan molestar en un día tan sentido como la Navidad. Esta Nochebuena que todos esperamos con la misma esperanza. Soy apenas un abuelo de 71 años, aún no asumo mi vida como jubilado, pero sí disfruto de mis dos hermosos nietos, aún en edad preescolar.
Yo sólo quiero pedirle a este Niñito Dios que yo sé que nos escucha y cobija, que apenas, a los viejos, no nos roben la ilusión.
No nos quiten más años de los que ya hemos sorteado. A los Gobiernos, a aquellos a los que aún les depositamos nuestra confianza en cada elección, sólo pido que no nos afanen el cachito de alegría que nos queda por vivir.
Ayer me crucé con una señora en el supermercado. Lo único que llevaba eran cajas de leche, algunos pañales y sólo un pan dulce. Le pregunté que por qué llevaba sólo un pan dulce. Y me dijo que estaba caro, que era un lujo para ella comprar alguno de mejor calidad, que con su marido sólo gastaban su dinero para el bebé que están criando. Que todo está realmente muy difícil.
La vi con cierto dolor, cómo hablaba y me contaba un poquito cómo era su vida. Atiné a ofrecerle algún turrón o una sidra, pero me dijo que no me hiciera problema, que a lo mejor a su marido le daban algún bolsón en la fábrica.
Pensé en cómo fue nuestra vida en otra época, me vi como ella a su edad, aún con toda la vida por delante y la verdad, hambre había, pero no como en estas épocas. Y me acordé de mi niñez, de ese olor a pan dulce y budines de mi mamá. Me acordé de que en realidad la vida no era gratis, pero realmente estábamos bien. Pensé en esa frase con la que aún insisto. A quien corresponda, por favor: no me roben la ilusión. Yo no tengo un buen pasar. No tengo una gran jubilación. Con mi señora la peleamos aún vendiendo cosas como para sumar unos pesos más.
A veces mis dos hijos nos pueden ayudar, pero sus márgenes no son los que quizás nosotros tuvimos en otros años. Y pensaba, con el dolor de una navidad que no es tan feliz para mucha gente ¿Por qué? ¿Por qué pasa esto en un país tan rico, tan lleno de bondades? ¿Por qué algunos se llenaron los bolsillos de esa manera y hoy algunos otros sólo gastan su energía en echar culpas? Y no hacen más nada que eso. Que en pasar la pelota.
Mientras, acá los viejos, haciendo colas largas para pasar por la obra social, por el banco, por una limosna que nos toca del fondo compensador del gremio. Porqué hemos llegado a este límite de tener que estar extendiendo la mano para pedir «algo». Porque, además, pedir en estas épocas no es lo mismo que en otras donde todo era menos complicado. Yo no sé en qué país viví antes, pero tuve otra infancia, otra adolescencia y otra adultez.
Ahora queda aquí, apenas un viejo que implora eso mismo: que no me roben la ilusión. La de ver a mis nietos con un futuro, la de ver a mis hijos con un mejor pasar, la de ver a la gente por la calle con un poquito más de felicidad. No quiero molestar más. Sé que muchos tendrán muchas razones para disfrutar de una hermosa nochebuena. Pero no se olviden de aquellos que no pueden. Que no tienen cómo y que apenas se sentarán delante de un plato a medio llenar. No me roben la ilusión ¡por favor! ¡Por favor se los pido! A quien corresponda, que no nos merecemos tanta desigualdad.
Feliz Navidad, próspero año nuevo, como puedan, de este viejo que los saluda.
Solamente, el abuelo Aldo.
Ag. de Noticias: Dia a Dia
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