La vida contra los prejuicios es el mentor y guía de Adolescentes Contra el Sida (Aces), una ONG que surgió hace 20 años en Jesús María y que reúne a chicos que intentan difundir la conciencia de una sexualidad responsable
Un semáforo en rojo en la ciudad es sólo espera; incluso impaciencia. Pero como en todo instante en la vida, a veces puede suceder algo inesperado: Ignacio miró hacia la izquierda y vio que en el auto de al lado estaba su amigo de tantos años.
Pero nada había de alegría en ese encuentro, sino sólo silencio y algo parecido al espanto que le estrangulaba el corazón: su amigo ya estaba ciego, el sida se lo estaba terminando de devorar.
Hacía apenas un puñado de meses que Ignacio se había enterado de que su amigo tenía sida. Le costó creerlo; pensaba que era una enfermedad sólo destinada a algunos, no a su amigo de toda la vida, en cuya casa, incluso, cuando todavía eran pibes, le había dado el primer beso a Marta, quien sería la mujer de su vida.
Costó mucho que Constanza, “Coti”, llegara a casa. Marta e Ignacio la soñaron, la buscaron y la encontraron, por fin, con la ciencia de por medio. Pero ¡vaya!, Coti era una niña que nada sabía de estos esfuerzos, y que a veces se ponía unas botas grandes, se echaba a correr y le pedía a su padre que la alcanzara. Claro, su padre nunca la alcanzaba, ese era el juego.
Pero uno de esos días en los que Ignacio estaba sentado en el sillón de la casa mientras Coti corría con las botas grandes, otro mensaje vino a sus ojos. “El VIH, el sida, se va a africanizar en todo el mundo, es decir, las mujeres serán mayoría entre los infectados”, decía un artículo en una revista.
Ignacio miró a Coti que corría con sus botas grandes, y esta vez se dijo: “Tengo que alcanzarla”.
Nieve en Jesús María. Unos días después de que Ignacio Aguirre llegó a Jesús María, nevó. Era un pequeño de menos de 6 años que había nacido en Córdoba y pasado por Hernando y Buenos Aires, y que nunca había conocido la nieve. Su padre, Héctor, bioquímico e investigador, pensó que habían llegado a un lugar donde a la nieve le gustaba caer, y se lo dijo a su hijo mayor (después nacerían Sergio y Ana Gabriela para completar la familia que Héctor fundó con “Chiche”).
Pero sólo fue un fenómeno que Ignacio volvería a ver apenas un par de veces. Jesús María era un lugar de escasa nieve, más bien un pueblo gringo, casi en la frontera con la Sudamérica morena, pero, al fin, un escenario para buscar la prosperidad en todo sentido. Como que la encontraría, en principio, cuando tenía 15 años y conoció a Marta Echarri, de 14.
Pero no sería sencillo crecer: su padre decidió que cursara el secundario en el Liceo Militar General Paz, en la ciudad de Córdoba. “Éramos cinco en Jesús María que íbamos al Liceo, y los padres se turnaban para llevarnos los domingos a la noche. Durante un año, lloré todos los domingos a la tarde, cuando tenía que dejar a mis amigos y prepararme, con uniforme y todo, para irme al Liceo”.
Su padre lo consolaba con unos versos de Almafuerte: “Si te caes diez veces, te levantas / otras diez, otras cien, otras quinientas…”. Y un año más tarde, después de meses de haberse levantado a las 6 con ritmo militar, ya tenía tantos amigos que declinó un ofrecimiento de su padre de cambiarlo de escuela. (A la vuelta de los años, esos versos volverían a cruzarse con él, cuando el científico Paco Maglio lo instó a no abandonar su lucha contra el sida)
Llegó el día de estudiar en la Universidad y, como si ya estuviera escrito, eligió bioquímica, como su padre, a pesar de que había entonces un estigma sobre los bioquímicos. “Mi padre fue convocado a Jesús María por un médico. A los meses, al ver que no le mandaba pacientes, le fue a preguntar, y el médico le dijo: ‘Qué querés, si vos no me pasás plata’. Es decir, antes –por suerte ya no es así–, el bioquímico le tenía que pasar un porcentaje de lo que cobraba a los médicos si es que quería tener trabajo”.
Sería acaso el desencanto o el desencuentro, la cuestión es que Ignacio se peleó con Marta, y se fue casi un año a Estados Unidos con una beca de intercambio, en la que aprendió mucho para su profesión. Cuando volvió, se reencontró con Marta, que estudiaba Medicina (sería especialista en Ginecología) y volvieron a unirse; tal vez hubo otra separación, pero cuando los dos se recibieron, casi al mismo tiempo, se plantaron a trazar sus vidas en Jesús María, ya como matrimonio.
–¿De qué pensaba que se trataba usted cuando empezaron a llegar las noticias sobre la aparición del VIH y de la enfermedad del sida?
–Como todos, lo miraba lleno de prejuicios. Parecía que era una enfermedad que atacaba selectivamente a algunos grupos denominados de riesgo, entre los que sobresalían los homosexuales y los drogadictos. Pero cuando vi lo que había sucedido con mi amigo, que no estaba en ninguno de esos grupos, tomé conciencia de que se trataba de un drama humano de grandes proporciones. El sida mataba millones de personas en África, pero se tuvieron que morir algunos norteamericanos famosos para que Occidente reaccionara y empezara a tomar conciencia de lo tremendo que era lo que estábamos enfrentando
–Cuando empezó con sus charlas sobre la prevención del contagio, eran tiempos en los que los prejuicios empapaban cualquier enfoque que pudiera hacerse del tema.
–Sí, claro. Los prejuicios todavía existen, y son bastante sólidos, aunque muchos se han reducido un poco. Yo siempre digo que el principal enemigo es el VIH-sida, pero, sobre todo, es la discriminación, los prejuicios, la falta de solidaridad…
–La tarea de Aces ha trascendido Jesús María y se ha desplegado por la región. De todos modos, ¿ha sufrido reacciones adversas a su lucha a causa de esos prejuicios?
–Bueno, por ejemplo, en el Seminario Menor (institución educativa privada) nunca me dejaron entrar. El problema es que la Iglesia sigue rechazando los preservativos. ¿Cómo puede ser que dos o tres mil personas que viven en unos pocos metros cuadrados (el Vaticano) pretendan manejar la conducta sexual de miles de millones?
–¿Y con la comunidad en general?
–Me han pasado algunas cosas buenas. Por ejemplo, un día vino al laboratorio un hombre que me dijo que había estado a punto de buscarme para pegarme una trompada. Dijo que su hija había ido a una de mis charlas y que después había aparecido con preservativos en la cartera. Pero que ella le explicó: “Papá, yo tengo novio, estoy enamorada y tengo relaciones sexuales con él. Pero no sé si voy a casarme con él. No quiero correr el riesgo de contagiarme una enfermedad, ni de tener un hijo que terminés criando vos”. Entonces, el hombre, en vez de pegarme, me agradeció y me dio la mano. En otra ocasión, otro padre me preguntó si además de los preservativos no había pensado en otras salidas, como la abstinencia sexual. Claro, él era padre de cuatro hijas, y yo le pregunté que si en vez de ser mujeres sus hijos fueran varones, él pensaría en la abstinencia sexual. Además, no se trata de dar impulso a una sexualidad compulsiva, sino de tratar de crear conciencia sobre una sexualidad responsable.
La próxima epidemia. Si había una materia que Ignacio había sufrido en la facultad, esa era física, y cuando la aprobó creyó, con alegría, que ya nunca más volvería a saber de ella. Sin embargo, al poco tiempo de recibirlo, las autoridades de la Escuela Domingo F. Sarmiento le ofrecieron la Cátedra de Física, que acababa de quedar vacante. Y aceptó, por esas cosas que tienen que ver con el desafío.
Esas mismas cosas lo llevaron a tender un puente con los adolescentes, que después fecundaría en la creación del grupo Aces (Adolescentes Contra el Sida), del cual el sería el mentor, argumentador y guía. El grupo acaba de cumplir dos décadas de lucha, lo que representa una larga travesía a través del tiempo, con una bandera solidaria que no ha dejado de flamear.
Ignacio no sabe si Aces ha logrado salvar alguna vida. “Me gusta pensar que en algún momento un chico se acordó de algo que le dijimos nosotros y se puso un forro antes de tener relaciones, y que acaso eso le salvó la vida. Pero es lo de menos, la tarea es insistir, es lograr que los chicos se cuiden”.
Durante estos 20 años son muy pocos los viernes de charlas en la Escuela Domingo Faustino Sarmiento a los que él ha faltado. Su constancia ha sido la clave para movilizar a casi medio centenar de chicos que siempre van rotando.
Ya el VIH no es el fantasma fatal de otro tiempo, y se trata como una presencia extraña en el cuerpo, como en el caso de otras enfermedades crónicas. Y hasta es posible que un día de estos la ciencia anuncie que es ya se puede curar. Pero la humanidad no estará a salvo.
“El sida no hizo otra cosa que poner en evidencia las injusticias sociales, la pobreza, la falta de solidaridad, los prejuicios y la discriminación. Estaba todo listo para que apareciera una enfermedad así. Y si no podemos cambiar esas cosas, quizá lleguemos a curar el sida, pero otra epidemia nos estará esperando”.
Análisis y preservativos gratis
En su laboratorio de calle Juan B. Justo, Ignacio Aguirre (59) realiza análisis gratuitos de VIH y además tiene preservativos a disposición de quienes se los pidan. “Formo parte del Programa Provincial del Sida. Me dan gratis los reactivos y yo aporto mi trabajo también gratis”, explica.
Ignacio ya se ha jubilado de la docencia, pero sigue con el laboratorio y con el grupo Aces sin desmayo. La camiseta que identifica al grupo y que lleva la imagen de una gran huella digital hecha con los nombres de tantos que colaboraron para sostener la acción, el fin de semana pasado fue vestida por el equipo de Belgrano cuando entró al Estadio Mario Alberto Kempes.
“Siempre digo que lo mío no fue una cuestión de generosidad sino de interés personal. Tenía que cuidar la vida de mi hija”, dice, y su hija, Constanza, contadora pública, 25 años, agradece haber crecido con la mentalidad abierta que le inculcó su padre.
“Mi hija y mi esposa han sido los pilares que me han sostenido”, afirma Ignacio; y su esposa, Marta, cuenta que siempre admiró su constancia: “Él no deja nunca de dar una charla los viernes. Una vez le pedimos que no fuera a dar la charla porque estábamos invitados a un casamiento en Córdoba, pero la dio igual y después se tomó un colectivo. Llegó a la medianoche”.
Ignacio tiene muchos a quienes agradecer el apoyo recibido, y comienza con Hugo Roland, el ex director del Hospital Rawson, y luego nombra a Cristina Brun, Miguel Díaz, Pedro Cahn, Paco y Nacho Maglio, entre otros.
“Uno no ha hecho nada comparado, por ejemplo, con los médicos y enfermeros del Rawson en los momentos más duros del sida”, afirma.
Fuente: La Voz del Interior
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