Rodrigo Pereira tiene 14 años. Trabaja, estudia y tiene 9 de promedio en el Ipem N° 2. El adolescente sueña con ser maestro mayor de obras. Dice que es posible salir de la pobreza… Yo además de estudiar, ando en el carro, vendo pastelitos en la escuela o en el barrio. Me compran todos. También trabajo en mi casa, ayudando a mi mamá, haciendo de comer y todas esas cosas”.
Rodrigo “Pastelito” Pereira enumera su rutina diaria, como si no demandara demasiado esfuerzo estudiar y trabajar. En realidad, dice, para él no es tan complicado…
Tiene 14 años, es carrero, tiene promedio de 9, conducta excelente y es escolta de la Bandera en el Ipem N° 2 República del Uruguay, en barrio Ciudad Parque de las Rosas, un vecindario que aglutina a ex habitantes de asentamientos precarios.
La historia de Rodrigo es de las que merecen ser contadas. En su casa, de plan social, viven 10 personas: sus padres, él y sus cinco hermanos y dos sobrinos…
Su papá Marcelo Villarroel es analfabeto, carrero desde hace 14 años y trabajador en el área de mantenimiento en un country cercano. Dos hermanos trabajan; y Rodrigo y su mamá recogen lo que la gente desecha, con el carro y el caballo, en un circuito por Lagunilla y la avenida Fuerza Aérea.
“Los fines de semana salgo con el carro, con mi mamá. Mi papá no puede porque está con carpeta médica. Recogemos cartones, botellas, a veces muñecos para los más chiquitos. Vendemos en un centro de reciclado. Te dan poco, pero algo es algo”, plantea.
Los pastelitos de batata y membrillo los hace en casa. Una parte él y, otra parte, su mamá. Y los vende. De ahí su apodo. “Hacemos pastelitos cuando hay plata, porque a veces no hay y no se pueden hacer. Ahora están a cinco pesos. Depende, porque usted vio que ahora han subido el precio de la harina”, dice.
Una apuesta al estudio
Rodrigo cree que el trabajo como carrero es una ayuda. A su papá, el carro le permitió criar, con dignidad, a todos sus hijos. “El carro es duro. Es duro ser marginado. Nosotros vivimos en la marginalidad y queremos que los chicos sean más que nosotros”, opina.
“Pastelito”, en verdad, cree que el estudio lo va a salvar de la pobreza. Por eso apuesta a la escuela. Quiere ser maestro mayor de obras y técnico en construcción, títulos con los que egresará del colegio en 2020. “Me gusta estudiar”.
Su papá, Marcelo, está orgulloso. “Estamos supercontentos. Lo apoyamos mucho”, dice, feliz.
Cambiar el destino
Marcelo y su señora quieren torcer el destino que pone a los pobres en la vereda de la exclusión.
Villarroel tuvo una infancia de infinitas necesidades. A los 5 años falleció su papá y su madre lo abandonó. “Éramos muy pobres y yo tenía que salir a pedir a la calle. No había tiempo para estudiar. La educación es un gran valor. Yo fui un marginado por no saber leer ni escribir”, asegura.
Se pone serio cuando dice esto, pero, al instante, se le dibuja una sonrisa cuando habla de “Pastelito”. “Es un orgullo que desde la escuela nos feliciten por nuestro hijo. Es un gran logro”, concluye.
Sobre la pobreza
Muros. “No es conveniente levantar muros entre barrios. Los ricos ponen un muro para que los pobres no pasen al otro lado”… Todos juntos. En su casa, de plan social, viven 10 personas: sus padres, él, sus cinco hermanos y dos sobrinos.
Fuente: La Voz
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