No llenan colectivos para los actos: ahora, cotizan su «trabajo» y reclaman cargos en el Estado. Una investigación los muestra por dentro.
Convocan a chioripaneadas, movilizan para los actos, distribuyen los bolsones y las chapas. Saben cuántas madres solteras hay en una manzana, quién nace y quién muere, quién se queda sin trabajo, quién cae preso. Engranajes del aparato político, primer nexo entre el Estado y los pobres, la avanzada de Desarrollo Social. Ángeles o demonios, según la clase social desde la que se los vea. Son los «punteros», la cara del partido en el barrio, hombres y mujeres (sobre todo mujeres) pragmáticos para quienes, como decía el General, «la única verdad es la realidad».
Una investigación financiada por la Universidad de Yale (Estados Unidos), cuyo capítulo cordobés es realizado por los politólogos Valeria Brusco y Marcelo Nazareno, pinta cómo son estos «militantes profesionales», quienes están convencidos de que la «compensación» que reciben del Estado o del dirigente encumbrado es un derecho por el trabajo realizado.
«El puntero cordobés ‘medio’ tiene un perfil muy definido: una mujer que vive en el barrio, algo así como una trabajadora social que sabe todas las historias de los demás y sus necesidades. Casi profesionales estandarizados que trabajan por tanto, como operarios industriales que alcanzan objetivos de producción; y que tienen un análisis político pragmático. ‘Súper electores’ en los sectores más humildes». Quien habla es Valeria Brusco, investigadora del clientelismo político.
– ¿Qué bienes reciben los punteros?
– Las compensaciones consideradas por los punteros se dividen en materiales y no materiales, y las primeras se dividen a su vez en individuales (para ellos) y colectivas (para el barrio). La principal expectativa de compensación material individual es el trabajo en el Estado. Ese es el bien más deseable. Más abajo, el dinero o empleos en el sector privado. No conciben que no se les reconozcan años de trabajo para el partido, por lo que bien puede considerarse como un mercado de trabajo informal.
– ¿Y por cuál trabajo? ¿Qué hacen que sean tan importantes para las estructuras políticas?
– El 60 por ciento de los punteros cordobeses que encuestamos considera primordial garantizar la mayor cantidad de votos en sus barrios para las elecciones generales.El 21,8 p or ciento, movilizar para las elecciones internas de su partido. Y sólo el 9 por ciento fija como prioridad hacerlo para los actos partidarios. Estos porcentajes son similares a los registrados en los relevamientos que se hicieron en las otras tres provincias (ver ficha de la encuesta). Hay una conciencia de los punteros respecto de su trabajo público, militante: que lo importante es que garanticen votos en sus respectivos territorios a la máquina.
«Máquina» es como Brusco define a los aparatos partidarios, esos organismos políticos con vida propia, que crecen, se reproducen y mueren según el calor que dé el gobierno. La permanencia de los partidos en el poder los vuelve más complejos, y a los punteros más exigentes. «Hay dos tipos de punteros –explica Brusco–: aquellos que tienen ‘título’, que se graduaron en una elección interna, y quienes no. Los primeros son intocables, están legitimados, ya que pueden demostrarles a sus respectivos jefes cuántos votos mueven».
Al considerarse engranajes únicos, reclaman como tales: piden una parte de los recursos estatales o partidarios.
La atomización del PJ cordobés, ocurrida tras la aparición del kirchnerismo y Luis Juez en la escena (en 2003), profesionalizó a los punteros. Se genera, explica Brusco, «un ‘mercado de trabajo’ más interesante para ellos porque tienen más opciones, y no un solo patrón: el clientelismo es ahora oligopólico».
– ¿Cuáles son para los punteros el costo de saltar el charco?
– El costo de pasarse de bando era muy alto por el control social, la mirada de los vecinos, la identidad política. Desde 2003 es más fácil: cotizan su liderazgo territorial dentro del mismo paraguas (el PJ), pero pueden responder a distintas estructuras. Y para el votante también, porque puede recibir de varias manos y después elegir. Esta «competencia» erosiona las bases del clientelismo tradicional: porque la mística sigue y no hay el sentimiento de traición.
Ante este escenario de competencia feroz, quienes «ganan» sus territorios consideran como un derecho el trabajo en el Estado. «Obtener un lugar en la administración pública para los punteros o sus familiares es percibido como el derecho de quienes hacen ganar las elecciones a los dirigentes», sostiene Brusco.
Como toda maquinaria, la electoral también se agota. Prolongar la «vida útil» demanda más recursos, porque el abanico de jefes dentro del mismo partido multiplica los pedidos e infla el clientelismo.
– ¿Es posible saber qué y cuánto reparten los punteros?
– Con inflación de candidaturas y la paridad electoral los «precios» que manejan los punteros son inmanejables. Nunca habrá lo suficiente para satisfacerlos. Ellos (los punteros) necesitan mantener un sistema particular de beneficencia. Para ellos, el indicador de la eficacia política no se rige por los resultados de las políticas de Estado (el transporte, por ejemplo), sino por las respuestas a demandas particulares.
– ¿El clientelismo está vinculado sólo a los sectores pobres?
– Sin pobreza no habría clientelismo, eso es claro. El clientelismo pierde valor ante la posibilidad de conseguir trabajo y ante la Asignación Universal por Hijo. Lo que se dice muy livianamente es que las clases pobres votan por un par de zapatillas, pero nadie cuestiona que los «clase media» compramos los bodoques de publicidad vacía. Por qué eso no es más grave que el pobre que necesita y negocia lo único que tiene: el voto. Aunque suene perverso: si sólo fuera a través de la comunicación masiva y la telepolítica, el político ni siquiera conocería el olor de los barrios (pobres). En cualquier clase social, puede pasar que la gente pide cada vez más cosas (materiales o simbólicas) y no se sabe bien a quién vota».
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