La exposición reiterada aumenta el riesgo de contraer algún tipo de cáncer. Otro tanto pasa con las tomografías.
La tecnología utilizada en los estudios por imágenes, como las radiografías o tomografías computadas, está dispuesta y preparada para brindar diagnósticos cada vez más tempranos, para detectar anormalidades y dar paso al tratamiento. Sin embargo, los médicos y técnicos radiólogos alertan sobre el uso indiscriminado de estas técnicas que funcionan por medio de radiación, y que sus efectos acumulativos pueden incrementar el riesgo de padecer enfermedades como el cáncer.
«Existe un exceso brutal de los médicos en pedir estudios por imágenes», aseguró el clínico y cardiólogo, Daniel López Rosetti. La tendencia en aumento responde a diferentes problemáticas. La mayoría de los profesionales lo explican por una «falla del sistema sanitario», y el tiempo que se le da a la consulta (10 a 15 minutos por paciente).
«No hay lugar para la comunicación médico-paciente, no se examina físicamente y se toma el camino más fácil, que es pedir una tomografía», explicó Rosetti. «Si tuviéramos más tiempo de consulta, podríamos indagar mucho más, y darnos cuenta de que solicitando una resonancia (que no utiliza radiación) también podríamos llegar a una respuesta.» Para María Ester Domínguez, oncóloga de la Asociación Argentina de Oncología (AAOC), «algunos médicos no tienen la voluntad de dialogar y analizar los casos, por lo que no es culpa exclusiva del sistema».
Otra razón por la que los profesionales aducen pedir estos estudios, es que se sienten «presionados» por los pacientes. «Existe una tendencia a creer que una tomografía es sinónimo de una atención completa. Por lo general, todo paciente quiere salir de la consulta con la prescripción de algún medicamento, o la derivación para hacer un estudio por imágenes», explicó Rosetti.
La radiación a la que el paciente y el técnico se exponen ante cada estudio tiene efectos acumulativos y no visibles a corto plazo. Para Domínguez, se trata de «un peligro oculto que, si bien individualmente no ofrece un riesgo mayor, las dosis son acumulativas y deben estar justificadas».
Los límites básicos de dosis son fijados a nivel nacional, siguiendo las recomendaciones de la Comisión Internacional de Protección Radiológica (ICRP). Desde 1985, la ICRP estima que para los trabajadores la dosis debería ser de menos de 20 mSv por año de trabajo, y para el público, de 1 mSv (milisievert). Sin embargo, una dosis ocasional por encima del límite no significa que produzca daño, pero la exposición superior y reiterada implica un incremento del riesgo de contraer cáncer. Por lo mismo, resulta difícil determinar un umbral de peligrosidad. Las sociedades internacionales se basan en el accidente nuclear de Chernobyl de 1986 y estudios de sobrevivientes de las bombas atómicas en Japón, que tenían alto riesgo de padecer cáncer después de haber quedado expuestos a entre 50 y 150 mSv.
La radiación penetra en el cuerpo y puede dar lugar a cambios importantes en células, tejidos, órganos y en el individuo. «El tipo y la magnitud del daño dependen del tipo de radiación, de su energía, y de la dosis absorbida», explicó a este diario Enrique Cinat, gerente del Área de Seguridad Nuclear y Ambiente, del CNEA.
En nuestro país, las sociedades médicas involucradas y la Comisión Nacional de Energía Atómica dictan cursos y conferencias, y distribuyen folletos explicativos sobre este tema para mejorar la capacitación, el control de los equipos y la radioprotección de los pacientes y del personal médico.
Amalia Pérez, directora del área de física médica de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), donde se dictan las carreras de diagnóstico por imágenes, física médica y física de medicina nuclear, destacó que «en los últimos cinco años han entrado al país nuevos equipos (PET/CT) que realizan estudios de medicina nuclear y radiología, con lo cual la dosis de radiación recibida por el paciente se duplica». La especialista opinó que el pedido de estudios de forma indiscriminada, «denota poco conocimiento técnico por parte de los médicos, que no han cursado la materia de dosimetría (cálculo de la dosis de radiación absorbida) en su formación».
El desconocimiento también se encuentra, en muchas oportunidades, en el lugar del técnico radiólogo. Al respecto, Pérez señaló que «en algunos institutos se otorgan títulos en un año, y la formación no es buena. Esto ocasiona que, al tratar a un niño, muchos no sepan que la energía debe ser mucho menor de la que se expone a un adulto».
La preocupación médica está instalada, y muchos intentan impulsar la historia clínica de la dosimetría de la persona, para saber a cuánta radiación ha sido expuesta. Pero la utilización medida y justificada de los estudios mantiene en segundo plano al peligro. Al respecto, Rodolfo Touzet, coordinador del Programa Nacional de Protección Radiológica del Paciente y docente en la Comisión Nacional de Energía Atómica, opinó que, «si bien los riesgos radiológicos han aumentado, mucho más ha aumentado la calidad de vida de la población debido a los avances producidos en medicina, tanto en diagnóstico como en tratamiento», y agregó que «son mucho mayores los beneficios de un buen diagnóstico que los riesgos a que estamos expuestos al hacernos el estudio, siempre que esté debidamente justificado».
Fuente: Tiempo Argentino
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